La Bandera Nacional tiene ahora ocho estrellas, el país siente desde hace ya bastante tiempo la diferencia  entre vivir y trabajar en un sistema democrático y sobrevivir en un sistema de tendencia autocrática con marcada tendencia a irrespetar los valores supremos de la democracia, sus instituciones y, desde luego, los derechos humanos.

La verdad sea dicha: para sobrevivir hay que irse adaptando a las exigencias del grupo que ordena quién ejerce el poder  y rendirle culto a su personalidad, aplaudirle sus hazañas, o negarnos –contrariamente– a rendirnos ante esta tragedia aposentada en el poder hace ya más de veintiún años, enfrentarla con los mecanismos que la misma democracia –hoy agónica– nos brinda y salir de tan monstruoso trance.

Cuando el desquiciado milico golpista asomó la posibilidad de añadir una estrella más a la Bandera Nacional, lamentamos que tal despropósito mellara en la hermosa y larga trayectoria de algunos grupos artísticos como Serenata Guayanesa, y sus producciones chocaran con la realidad en momentos cuando en el país existe un inocultable clima de polarización.

Cuando acudimos a uno de los conciertos de Serenata Guayanesa en el Teatro  Teresa Carreño, porque los admiro desde mi época escolar cuando pertenecí al grupo de Monseñor Constantino Maradei Donato, oriundo de Ciudad Bolívar, mentor de la citada agrupación, quien  ejerció su  obispado en mi Barcelona natal, fue incómodo observar este choque. Entonces ejecutaban sus interpretaciones con motivo de sus 35 años.

La extensa  programación de muy buena calidad, incluía una canción titulada “La octava estrella”. El episodio midió qué tanto antagonismo político existía en el país, así como la poca preferencia de los seguidores del oficialismo por la producción popular venezolana. En realidad eran cuatro gatos, mientras que quienes se mostraban contrarios eran la inmensa mayoría de los asistentes. En esta parte, se exhibe una bandera de siete estrellas y la sala se vino abajo en aplausos con gritería: ¡Son siete!, ¡son siete!

La mayoría creyó que Serenata Guayanesa compartía el criterio del pabellón con siete estrellas que siempre hemos conocido y estudiado, pero estaban equivocados.

Y bien lejos, de pronto emerge un silencio absoluto cuando aparece una niña del Teatro La Pulga y el Piojo llevando entre sus manitas la octava estrella. Comienza entonces la batalla. ¡Son siete, son ocho, son siete, son ocho! Por supuesto, ese tira y encoge  enfrió el  ánimo de los asistentes, al punto de no aplaudir a la “octava estrella”.

Iván Pérez Rossi, con su antipatía habitual,  quiso ofrecer algunas  explicaciones sobre el origen de la octava estrella destacando que se trataba de Guayana bla bla bla y que él era de Guayana, y más perorata, que además su antiguo site o página de Internet era “Octavaestrella.com”, y más palabreo. Pero nada de esto convenció al público que ya había percibido, que dentro de una bella programación de música popular venezolana era introducido un manejo político inaceptable.

En otro momento del espectáculo, un grupo de niños, inocentes ellos, al terminar la canción “Fiesta de los animales”, saludaban con sus manitas con el consabido movimiento alusivo a los 10 millones de votos que pedía el milico golpista para aquel evento electoral.

Bueno, así son y están las cosas. Nunca  un evento de esa naturaleza debe ser  utilizado para proselitismo o como método de medición de preferencias electorales, si fue esa la intención. O quizá se trató de una pulsión subliminal de las opiniones del público asistente. No Serenata, ustedes no. Como a los niños que se portan mal: No lo vuelvan a hacer, porque los méritos alcanzados han sido muchos para tener que echarlos al cesto así no más.

Quise poneros en autos del episodio narrado, porque ahora el régimen asoma la posibilidad de una novena estrella para la Bandera Nacional, dizque en reconocimiento de Maracaibo. Así lo he leído, Nicolás Maduro propuso la noche de anoche miércoles una novena estrella para la Bandera Nacional, dizque con motivo del 28 de enero y en honor a Rafael Urdaneta, a la independencia de Maracaibo y al Zulia. Al parecer, están pidiendo la novena estrella de la Bandera para Maracaibo, “la estrella de Urdaneta”, dicen.

¿Novena estrella? ¡No! Maracaibo necesita un cielo en la tierra, pleno de oportunidades e indemnizaciones. No banales intentos ni caprichos de curitas cubre heridas ni paños calientes, sino verdaderas soluciones a su terrible e inhumana realidad.

No se niega aquí la actuación del general Rafael Urdaneta en la gesta libertadora, ni el hecho cierto de la independencia de Maracaibo hace doscientos años, tampoco cualquier razón histórica que entrañe y pueda de algún modo justificar la medida. Pero no. La triste situación que vive el país, y en particular el Zulia y su capital, desaconseja dedicarle tiempo y dinero a tal despropósito, siendo que la región hoy día sufre un cúmulo de calamidades que merecen la atención inmediata. Falta espacio para describirlas y vaciarlas.

¿Vena o novena? He allí la diabólica vena del ch…abismo que pretende borrar con una estrella la desgracia zuliana, inventándose una épica inexistente, creyendo que con ese acomodaticio  esfuerzo puede resolver o atender las dolorosas condiciones de existencia que hoy golpean al Zulia y a sus gentes.

Me pregunto como el poeta ¿Cuántas estrellas tiene el cielo? (Andrés Eloy Blanco).

” La última noche que pasamos juntos,

lo preguntó:

—¿Cuántas estrellas tiene el cielo?

— Trescientas cincuenta mil.

—¿A que no?

—¿A que sí?

—Cállate. Esta noche

no quiero que preguntes esas cosas.

Esta noche, si quieres preguntar

cuántas estrellas tiene el cielo,

o cualquier otra cosa,

pregunta algo así como ¿me quieres?

¿tienes frío? ¿quién dice que tiene hambre?

Esta noche, pregunta algo que sea

contestado en el mundo sin palabras.

Interroga con toda tu sangre

algo en que toda la vida del mundo

esté preguntando,

algo así como ¿quién llora?

¿hace falta algo?”

Y me respondo, hace falta tanto y todo para que el estado Zulia sea respetado como entidad federal, atendido en sus necesidades, recupere un mínimo de dignidad humana, de tranquilidad en el ánimo de sus habitantes, la confianza en el futuro que les (nos) espera y la esperanza en que juntos podemos ver llegar al país que  merecemos ver regresar.

Yo quiero mudarme a un mejor país, pero en el mismo sitio. ¿Me acompañan?

Y me respondo, hace falta tanto y todo para que el estado Zulia recupere un mínimo de dignidad humana, de tranquilidad en el ánimo de sus habitantes, la confianza en el futuro que les (nos) espera y la esperanza en que juntos podemos ver llegar al país que  merecemos ver regresar.


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