Alberto Valero

Los intentos por definir el humor, el humorismo, han fracasado y eximios teóricos como Bonghi, Sully, Hegel, Baldensperger, Croce, Nazoa y hasta nuestro eximio Ildemaro Torres, autor de un excelente estudio sobre el humorismo gráfico en Venezuela, han llegado a la incuestionable afirmación de que, en efecto, el humorismo es indefinible.

Hablan de comicidad, de sátira, de ironía. Insisten en que el humorismo tiene que ver con determinado estado de ánimo; que no es más que una disposición para descubrir y expresar lo ridículo agazapado en la seriedad o que es una habilidad para observar los hechos de la vida. ¡Que es inteligencia! La definición más acertada la dio Aquiles Nazoa: «El humor es una manera de hacer pensar sin que el que piensa se dé cuenta de que está pensando».

Para Charles Chaplin el humor es, incluso, un arma subversiva que se esgrime contra la autoridad.

Déjame que te cuente conforma una serie de insólitos relatos del venezolano Alberto Valero ([email protected]), residente en Varsovia: una generosa muestra de  humor que obtiene a su antojo manejando, manipulando y alterando hechos, situaciones y personajes históricos dentro de un tiempo igualmente alterado que hace posible no sólo que Sherlock Holmes visite en 1902 la Caracas de Cipriano Castro, sino que Beethoven se involucre en la huida a oriente, escape a la persecución de Monteverde y termine recuperando la audición en brazos de una negra barloventeña, en una historia que tiene que ver igualmente con el rodaje de un filme sobre Waterloo con Víctor Hugo, el autor de Los Miserables, como consultor histórico.

Son numerosas las situaciones inesperadas que aguardan al lector a lo largo de estos relatos de Alberto Valero. En todos ellos se solaza cambiando de lugar las piezas del damero: Benjamin Franklin vuela sus papagayos sólo para soltar gacetillas a favor de la libertad de don Francisco de Miranda, quien logra escapar de La Carraca gracias al coronel Otto Skorzeny, el mismo de Benito Mussolini, utilizando el cuadro de Arturo Michelena como trompe-l’oeil; Bolívar, Páez, Sucre, Mariño y otros guerrilleros triunfan en Waterloo arrastrando ramas de árboles atadas a las colas de los escasos jinetes para demostrar al mismo Napoleón las astucias llaneras venezolanas.

Al hacerlo, Valero logra un doble propósito: altera la historia, precipitándola no sólo en el absurdo sino en lo imprevisible, accionando de este modo uno de los más efectivos detonantes del humor y la comicidad.

Por otra parte, quiere significar o demostrar que los acontecimientos históricos y los de la propia vida cotidiana elemental tienden a conservar una ridícula seriedad de la que brota a chorros el humor cuando descubrimos, al navegar por las páginas de este libro, que los personajes de hoy son los mismos títeres de un mismo guiñol que el tiempo mueve con sus ágiles manos, que la Historia es ciertamente un portentoso chispazo de inagotable comicidad.

Déjame que te cuente está escrito con una cuidadosa desenvoltura, apoyada en un lenguaje directo, elegante, que juega también con la erudición cada vez que los personajes se alinean sobre el damero histórico.

Una de las glorias del libro reside en el hecho de que Alberto sacraliza el humor como un iluminado campo de la literatura.

En Venezuela, un país en cuyo ADN la guachafita y la jodedera son elementos de abultadas proporciones, se tiene a la literatura como actividad de absoluta e indeclinable seriedad y se confina el humor a las revistas que se precian de serlo, olvidando, desde luego, a Sancho y a Alonso Quijano como egregios adalides del humor.


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