El régimen –aunque ya en franco descalabro— insiste en seguir imponiendo a algunos compatriotas la obligación de renunciar a su carácter individual, a sus propias subjetividades.

Irrespetan, de todos los modos, formas y maneras, la condición de seres humanos de quienes solicitan la ingente satisfacción de necesidades elementales para subsistir.

Casi han normatizado la disposición a vestirse de rojo, a vocear consignas huecas, a sostener (lo insostenible) las ideas más anacrónicas y fatalistas que la humanidad haya padecido.

Manejan la coerción para quienes, siendo funcionarios del Estado, tienen que asistir en contra de su voluntad a eventos del paquete partido-gobierno-fuerzas armadas. Un mezclote indigerible.

Fuera del grupo-masa las individualidades no son nada. No hay singularidad que valga. Esas son las ominosas claves socio-políticas que pretenden hacer pronunciar en nuestro país; precisamente en Venezuela, que intrínsecamente tiene una cultura democrática casi que “cromosómica”.

Hay una constante actitud desde el régimen para imponer forzosamente cosas: palabras, frases, pensamientos deleznables, ritos, ideas; en fin, le secuestran la voluntad a sus copartidarios.

Disponen de los compatriotas a su real gana.

Tristemente, escenifican en cadenas de radio y televisión un redil que está dispuesto a hablar sólo cuando se le ordene y actuar según la línea que reciba.

Los copartidarios del régimen traspiran una expresa y espesa manifestación regresiva a lo tribal, para la reimposición mediante la fuerza de todos aquellos modelos políticos probados y rechazados, y de consecuencias catastróficas para la humanidad. Sistemas ideológicos que crearon miserias y vilezas en el mundo.

Parece increíble que, en Venezuela, ejemplo digno ante el mundo de democracia hasta hace algunos años, consigamos a quienes, desde un régimen deslegitimado, regurgiten esos comportamientos totalitarios, con marcada y recurrente displicencia con el tono “porque estamos en el gobierno, hacemos los que nos da la gana”. Sin el menor recato a la civilidad.

Es tal el desquiciamiento que como no pudieron reformar la Constitución optaron por ponerla a un lado, para facilitar que la figura de un “Yo Absoluto” pudiera erigirse por encima de la estructura estatal y de las instituciones.

Las directrices son impartidas por el mandamás, quien se cree ungido y predestinado por la Providencia para los actos de salvación de la humanidad.

Los continuos llamados a “repolitizar y a repolarizar” todo el espacio tendrán como lamentable consecuencia a una sociedad resquebrajada en su esencia. Cuarteada en sus bases morales.

Los Estados nórdicos nos dan enjundiosas lecciones al respecto: desde Noruega, Finlandia, Suecia etc., nos pueden instruir cómo desarrollar las implicaciones del socialismo, al tiempo que se valora y respeta la condición del ciudadano, su potencial creativo particular. Ellos nos pueden capacitar cómo aplicar socialismo en las distintas políticas sociales (sobre todo en el reparto de la riqueza), pero estimulando la propiedad privada, como factor generador de beneficios.

Tienen en la Venezuela de hoy suficiente material de estudio los avezados investigadores de las conductas psicopáticas de los seres humanos; y los historiadores la ocasión de hurgar en documentos para establecer las copiosas analogías con las distintas circunstancias temporo-espaciales que ha vivido (y padecido) la humanidad.

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