Reyes Álamo, Tury Agüero y Pedro Zárraga

En la ciudad de Mérida, donde las nieves eternas acarician majestuosamente las montañas, se entrelaza la historia de Pedrito (que puede ser el relato de cualquier infante de ayer, de hoy y de siempre), un niño cautivado por la fascinación que despierta el fútbol. Durante las décadas de los años sesenta y setenta del siglo XX, este pequeño soñador dio sus primeros pasos en el terreno de juego, lleno de ilusión y determinación. Creció en una populosa comunidad merideña, Santa Juana, donde el fútbol era el centro de todas las conversaciones y el latido del corazón de la vecindad. Desde muy pequeño, soñaba con tener una franela de su equipo favorito y defender esos colores con todo su ser. Aunque no llegó a convertirse en una estrella del fútbol venezolano, destacaba por su habilidad como defensa. Su destreza para detener a los oponentes y su capacidad para leer el juego dejaban una huella en el corazón de quienes lo vieron jugar en aquellos tiempos de esperanza y fervor.

Pedrito y sus amigos solían reunirse en una pequeña canchita cercana a sus hogares. No necesitaban una academia de fútbol costosa, porque ellos creían que el verdadero fútbol se aprendía en la esencia misma del juego, en la trascendencia de cada toque de balón. Con cartoncitos de leche como improvisados balones, jugaban durante horas sin cansarse. Ponían su alma, su vida y su corazón en cada partido, como si fuera el último de sus vidas. No importaba si ganaban o perdían, lo importante era disfrutar del juego y sentir la emoción correr por sus venas.

Cuando Pedrito cumplió seis años, recibió humildemente de su mamá una franelita albirroja, junto con las medias y un short blanco, además de un balón de fútbol. Desde temprano en la mañana, se levantaba con determinación e ilusión  para ir a jugar solo en la canchita cercana. Practicaba sin descanso, esforzándose por alcanzar el nivel de sus amiguitos. Aunque al principio se sentía un poco intimidado, su amor por el fútbol y su pasión incansable lo impulsaban a seguir adelante.

Con cada toque de balón, se iba familiarizando con el juego. Aprendía a controlar el balón, a hacer regates y a disparar con precisión. Su dedicación y perseverancia comenzaron a dar frutos, y poco a poco se fue ganando el respeto de sus amigos y vecinos. A pesar de no tener entrenadores profesionales ni instalaciones de lujo, encontró en la canchita su propio mundo de aprendizaje.

Observaba a los jugadores profesionales en la televisión, principalmente del fútbol italiano, con sus grandes e inolvidables narradores y comentaristas como Tury Agüero, Pedro Zárraga y Mauro Reyes Álamo. Además, se inspiraba en los entrenamientos y en los juegos oficiales de su «equipo del pueblo», sorteando las barreras de entrada al estadio, como saltar una pared o una reja, debido a la falta de recursos económicos. Todo con el objetivo de presenciar y emular de cerca los movimientos en la práctica y desempeño de los futbolistas. Su determinación y amor por el fútbol lo impulsaban a superar cualquier obstáculo.

A pesar de haber quedado huérfano de padre a temprana edad, Pedrito demostraba una dedicación excepcional en sus estudios. Su vida dio un giro fortuito cuando tuvo la oportunidad de unirse al equipo de fútbol Cinelandia F.C., un equipo que contaba con el apoyo incondicional del señor Valeriano Diezsirriega, quien seguía las enseñanzas de Don Bosco y era reconocido por su gran calidad humana y filantrópica, el cual siempre agradeció.

Al igual que Don Bosco, el señor Valeriano brindaba apoyo institucional y moral a un gran grupo de niños y jóvenes talentosos de las diferentes comunidades merideñas. Entre ellos se encuentran Edgar Ruiz, Carlos Mercado, Rubén Molina, Antonio  y José Hernández, Carlos Iván y William Rodríguez, Javier Trejo, Tony Arellano, Juan Carlos Zambrano, entre otros destacados futbolistas y, sobre todo, extraordinarios seres humanos. Bajo el abnegado entrenamiento del profesor Nicola Romano, Pedrito encontró en Cinelandia F.C., no solo un equipo de fútbol, sino una familia que lo respaldaba en su camino hacia sus sueños.

Experimentó momentos diferentes en su camino futbolístico. Uno de ellos fue cuando el legendario referente del fútbol, el gran maestro Walter «Cata» Roque, lo invitó a un entrenamiento con el «equipo del pueblo» merideño, Estudiantes de Mérida F. C. con jugadores que para el momento eran sus ídolos como Juan Carlos Escaminassi y Juan José Escarpeccio. La emoción que sintió al recibir esta invitación fue abrumadora. Era como si todos sus esfuerzos y dedicación estuvieran siendo reconocidos. Sentía que estaba dando un paso más cerca de alcanzar sus sueños y convertirse en un verdadero futbolista.

Pero en esa secuencia de episodios hubo un momento trascendental en su viaje. Este fue cuando tuvo la oportunidad de pisar el césped del «Templo Sagrado» del fútbol venezolano, el estadio emblemático donde se enfrentaba a la selección aurinegra. La emoción de estar en ese lugar sagrado, rodeado de la historia y la grandeza del fútbol, era abrumadora. Cada paso que daba en ese campo era como un sueño hecho realidad.

Sin embargo, la alegría se vio eclipsada por la desgracia cuando sufrió una lesión devastadora solo cinco minutos después de comenzar el juego. La tristeza y la frustración lo invadieron mientras era llevado fuera del campo, sintiendo cómo sus sueños se desvanecían en un instante. Fue un momento de profunda desilusión y dolor, ya que había trabajado arduamente para llegar hasta ese punto y ahora se encontraba enfrentando una adversidad inesperada.

A pesar de la tristeza y la frustración, encontró fuerza en su espíritu y en su conexión con algo más grande que él mismo. Aprendió a ver más allá de las circunstancias y a encontrar significado en cada experiencia, incluso en las más difíciles. En la canchita, rodeado de sus hermanos futbolísticos y bajo la mirada amorosa de la Santísima Virgen María, encontró un refugio sagrado donde su espíritu se elevaba y se conectaba con algo divino. Cada toque de balón, cada gol anotado, era una forma de expresión de su alma y una conexión con algo más grande que él mismo.

Además, en este relato se resalta la vivencia en otro rol relacionado con el fascinante mundo del fútbol. Ya adulto, profesional de la Economía y ejerciendo la digna labor de docente universitario, su labor se encaminó en fundar, junto a un grupo extraordinario de estudiantes, el club de fútbol de la Escuela Básica de Ingeniería de la ULA. También unió fuerzas con los clubes de la Escuela Básica de Ingeniería, Deportelandia y Mirage F. C. En ellos, fue entrenador y director técnico de un grupo de jóvenes estudiantes y trabajadores merideños llenos de entusiasmo y pasión por el fútbol. Asimismo, es oportuno destacar que logró las metas de convertirse en campeón nacional como jugador, tanto en el prestigioso campeonato de Economistas en 1996, así como en los juegos nacionales de profesores universitarios con la APUNET en el año 1998.

Finalmente, aunque los caminos de Pedrito y sus hermanos futbolísticos no los llevaron a la gloria del fútbol profesional, eso no disminuyó el poder de su amor compartido por el juego. Juntos, experimentaron momentos de éxtasis y de lágrimas, de victorias y derrotas. Pero siempre estuvieron allí el uno para el otro, apoyándose mutuamente y encontrando consuelo en la hermandad que solo el fútbol puede crear. El fútbol no solo les enseñó sobre el juego en sí, sino también sobre la vida misma. Aprendieron la importancia de la amistad, la resiliencia y la dedicación. Descubrieron que el verdadero valor del fútbol no reside en los logros individuales, sino en la conexión humana y la transformación interior que experimentamos al entregarnos por completo a lo que amamos.

La historia de Pedrito y sus hermanos futbolísticos, bajo la protección y guía de la Santísima Virgen María, es un recordatorio de que el fútbol trasciende los límites del campo de juego. Es una experiencia espiritual que nos conecta con nuestra esencia y muestra el poder de la pasión compartida. Nos inspira a seguir nuestras pasiones y perseguir nuestros sueños, sin importar las adversidades.

Desde la falta de recursos económicos hasta lesiones devastadoras en momentos cruciales, cada obstáculo planteó una nueva prueba.  Sin embargo, en medio de la adversidad, su espíritu se fortaleció. Experimentó una montaña rusa de emociones, desde la tristeza y la frustración hasta la esperanza y la determinación. Cada obstáculo se convirtió en una oportunidad para crecer y evolucionar como persona. Aprendió a enfrentar sus miedos, a mantenerse firme en sus convicciones y a encontrar fuerza en su interior para superar cualquier obstáculo en su camino.

Que esta historia, con la presencia inspiradora y auxiliadora de la Santísima Virgen María, nos recuerde que cada experiencia, cada relación y cada momento de entrega nos transforma y nos hace ser quienes somos. Que nunca dejemos de buscar esa chispa de pasión que nos hace vibrar, que nos hace sentir vivos. Porque, al final del día, nunca seremos los mismos después de experimentar el amor profundo por algo que nos apasiona. Que el fútbol, con su poder de conexión y transformación, siga inspirando a todas las almas apasionadas a seguir persiguiendo sus sueños y creando lazos eternos de amor, amistad y hermandad, bajo la mirada amorosa de la Santísima Virgen María.

Para cerrar esta narrativa, envió un saludo especial y fraternal a todos los hermanos de la Canchita, a los hermanos de la canchita. Su presencia y apoyo han sido fundamentales en este camino. Les deseo lo mejor y les envío mis bendiciones. Gracias por ser parte de esta historia llena de pasión futbolística.

“¡Al final el Inmaculado Corazón de la Virgen María triunfará!”

Pedro Morales. Proyecto “Salve María Auxiliadora, economía de la salvación y de la felicidad verdadera”. Postulante a Rector de la Universidad Nacional Experimental del Táchira. (UNET)

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