Foto Archivo: asamblea estudiantil realizada en el teatro de la UNET en 2014

“La Universidad es fundamentalmente una comunidad de intereses espirituales…en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre… Las Universidades son Instituciones al servicio de la Nación y a ellas corresponde colaborar en la orientación de la vida del país mediante su contribución doctrinaria en el esclarecimiento de los problemas nacionales…” (Artículo 1 y 2. Ley de Universidades).

La locución latina «alma mater», análoga  a la expresión medieval de “madre nodriza”, hoy en día con el estatus de Universidad, implica no sólo un compromiso educativo sino también  formativo, que parte de la persona y llega a la persona, pero asimismo  representa por  naturaleza un espació autónomo de convergencia sinérgica a favor del estudio, la investigación y el aprendizaje; e igualmente trabaja para el futuro promisorio y realizable, con una fuerte consciencia de sus raíces y una percepción realista del presente, afincándose para ello en la línea prospectiva de la verdad, libertad, justicia y bienestar multidimensional sustentable, donde a través de los saberes curriculares, coexista indefinidamente un escenario institucional, es decir la Universidad: madre garante de la  creación y difusión del conocimiento innovador al igual que la formación integral y armónica de toda persona que se involucra existencial y espiritualmente con ella.

Ciertamente un rol trascendental dentro de lo que representa la “madre nodriza”, lo desempeña la comunidad universitaria en pleno,  que a pesar de tantas dificultades, obstáculos y padecimientos, siguen con una inquebrantable  vocación, mística y querencia de amplitud espiritual, al internalizar y ejemplarizar en sus estudiantes que “la mente no es un vaso para llenar, sino un fuego para encender” (Plutarco, 46 d.C-120 d.C), por lo que no solo se limitan a continuar facilitando con abnegación, la temática  curricular de su especialidad, sino también favorecer la apertura hacia el  conocimiento en general, para que logren de esta forma transformarse en actores críticos: capaces de formar con autenticidad sus propios juicios.

En este mismo orden de ideas, resulta lapidaria la aseveración de Mockus (1987), cuando formula que “la Universidad tiene dos dimensiones conjugadas que son la de una comunidad formada por los universitarios y la de una institución con ciertas particularidades que permiten considerarla una institución universitaria”. Y en efecto, sin una comunidad académica con intereses comunes la institución universitaria “sería un cascarón vacío”, pero igualmente sin su autonomía consolidada “adelantaría una vida muy distinta o simplemente dejaría de existir”.

De esta forma “la nueva gobernanza de los sistemas universitarios” (Kehm; 2012), concibe  a la  institución universitaria como pilar esencial de progreso para los países, dada su misión autonómica y rectora de gestionar procesos continuos de enseñanza-aprendizaje en su “vuelta hacia el interior del ser” o espiritualidad (Peri & Frijters, 2019, p. 12),  generadores de talento humano e innovaciones con impacto positivo a la sociedad.

Asimismo los postulados teleológicos establecidos en los primeros seis artículos de la Ley de Universidades de Venezuela, encuentran en gran parte sus cimientos epistemológicos, ontológicos y axiológicos, en el nacimiento y desenvolvimiento de las primitivas instituciones universitarias que datan del siglo XII, denominadas “Studium Generale” o “Universitas Magistrorum et Scholarium”, donde el sistema paradigmático de valores morales y espirituales  o la cosmovisión reinante dependían de la autonomía,  consustanciada intrínsecamente con otras categorías socioculturales tales como educación y academia (Powicke & Emden, 1958).

El pragmatismo o utilidad social que se desprende del corpus textual antes expuesto, concibe, promueve y recrea con vigoroso espíritu universitario, el “conjunto de valores intelectuales y espirituales que son la base de la comunidad académica llamada Universidad” (Arizmendi, 2001), propulsando de tal forma la insoslayable e irrenunciable misión de “vencer la sombra”, lo que en el imaginario social de la institución  “Universitas”, figura la perenne determinación de  tener izada en lo más alto la bandera de la Academia, como principal razón de ser de la universidad y de todo universitario comprometido, pero también en innata correspondencia catalizadora con lo que representa la Gestión Académica y las respectivas Políticas Académicas.

Recuérdese que la Academia está consagrada no exclusivamente a la transmisión de conocimiento, sino a “la construcción de pensamiento, haciendo, pensando, siendo (…) mediante procesos continuos de investigación” (Ortiz y Marulanda: 1.990: p.57). Tanto así, que la piedra angular, centro de gravedad y visión compartida  de todos los académico debe ser y será,  de manera irrenunciable,   la consolidación de la excelencia académica,  que se encuentra conceptualizada en los postulados normativos del artículo 109 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV): “conocimiento a través de la investigación científica, humanística y tecnológica, para beneficio espiritual y material de la Nación”.

Consecuentemente, la conjunción sinérgica de la docencia, investigación y extensión es la esencia y  razón de ser de la Academia Universitaria. Por ello sin ninguna ambigüedad, ninguna entidad pública y privada debe olvidar lo que establece la propia Ley Orgánica de Educación, cuando se postula que las Instituciones de Educación Superior se centran en la materialización de “el ejercicio de la libertad intelectual, la actividad teórico-práctica y la Investigación científica, humanística y tecnológica, con el fin de crear y desarrollar el conocimiento y los valores culturales”.

En este orden de ideas, la Gestión Académica es el eje central de la vida universitaria, por lo que basándose en las ideas de Díaz y Requena (2.007) se puede concebir ella, dentro de un enfoque sistémico y holístico, como un proceso sustentado en la integralidad, que involucra multifactores de tipo administrativo, social, espiritual, laboral, pedagógico, etc.  (Tedesco:1.993); y que  tiene como objetivo fundamental la atención al buen desarrollo de la docencia universitaria,  de manera que pueda  desempeñar y cumplir adecuadamente sus funciones (reproducción y distribución de conocimiento), al involucrar de forma estratégica, oportuna, coherente y pertinente  recursos pedagógicos–tecnológicos pertinentes para la  ejecución de innovaciones curriculares que viabilicen la continuidad, optimización y el desarrollo sostenible de todo lo inherente al proceso educativo, pero siempre en plena concordancia y en sintonía con las políticas académicas.

En cuanto a las Políticas Académicas, sea oportuno evocar algunas líneas del papel de trabajo, presentadas en el Consejo Universitario de la Unet en julio de 2003:

Las políticas son lineamientos generales que imprimen una orientación conjunta a la acción, con unos propósitos, unas metas y unos procedimientos, de los que se derivan normas y acuerdos, reglamentos y manuales operativos. En este sentido, la visión de la Universidad que deseamos construir se materializa en un  conjunto coherente e integrado de Políticas que definan los lineamientos generales para que la UNET afirme su esencia como institución académica, nacional, pública, autónoma y comprometida con la sociedad venezolana.

 El desarrollo de estrategias de Política Académica consiste en el trazado del camino que se seguirá para cumplir la misión y materializar la visión de la Universidad. Este trazado se define en  forma detallada mediante las estrategias funcionales, para finalmente  implementarlas mediante los planes de acción.

Hasta aquí ha resaltado un código o factor común que es relevante, el cual está determinado por lo espiritual o espiritualidad.  No obstante, es menester aclarar que la connotación asumida con respecto al término religión, está asociado irrenunciablemente a la palabra religar, cuyo significado  expresa indubitablemente el volverse unir con el “Ser Supremo”.

Oportuno entonces explicitar la  significancia de lo espiritual,  que supera los límites establecidos por la concepción errada, malformada o tergiversada que se posee acerca del real significado de la religión, además  por la vaga y corta visión en el plano ontológico existencial en lo que refiere a lo espiritual, induciendo a su desvalorización o marginación en la dimensión no solamente en lo relativo al conocimiento formal sino también al  popular: coartando el progresivo crecimiento en los niveles de consciencia de la interioridad del ser, que deriva en efectos favorables y multiplicadores a favor del entorno.

“Dentro de los elementos del desarrollo global del ser humano que describe la ONU, la cualidad espiritual del ser humano es probablemente el elemento más confuso de explicar y elaborar, debido a las múltiples interpretaciones que el término ha recibido, desafortunadamente difusas y distorsionadas. Incluso en el área de investigación académico científica, donde los investigadores consideran la espiritualidad como algo no sistematizable, no observable, vacuo, irreal (…)

El desarrollo de la espiritualidad confiere la libertad para ser arquitectos de nuestro propio desarrollo personal, y transitar por el mundo con una actitud de confianza, fuerte y positiva. Una educación que no reconoce esta dimensión espiritual, se basa en la probabilidad y el determinismo materialista, por lo que coarta la autoexpresión creadora del ser humano”. (Pérez & Peri, 2019,  p. 78)

Sean entonces  muy propicio los aportes plasmados por una parte, en la “Revista Venezolana de Investigación” de la UPEL (2019), en lo que respecta a varios artículos arbitrados consustanciados incluso con el postdoctorado afín al “Crecimiento Espiritual”; y por otro lado, a lo enunciado en la “Ontoaxiología del docente: una visión enmarcada en la dimensión espiritual” (Arteaga, 2020), igualmente  publicado en la “Revista  arbitrada en el Centro de Investigación y Estudios Gerenciales” (Barquisimeto – Venezuela):

“Viendo que la sociedad mundial está cambiando a una velocidad vertiginosa e impredecible, la educación en este siglo XXI y los siglos subsiguientes no puede diseñarse para preparar estudiantes replicadores de los mismos modelos y sistemas actuales. La educación debe formar desde la espiritualidad: esto es, desarrollar en lo interno las fortalezas intelectuales y emocionales que permitan conocer, integrar y transformar el Ser para que pueda expresarse de manera creativa y en toda su plenitud (…)

Espiritualidad en la Educación busca clarificar no solo el alcance y profundidad del término, sino también su aplicación práctica en el caso educativo, entendiendo que esta dimensión humana no puede circunscribirse únicamente a la educación formal, dado que la evolución espiritual es un continuum en la vida del ser humano” (Pérez & Peri, 2019,  p. 77)

“La espiritualidad genera el sentimiento de vivir una vida con sentido, estimula la esperanza, permite la captación de valores, la intuición de la belleza y la profundidad de las relaciones. De tal manera que el docente tiene que estar impregnado de valores espirituales para fortalecer el proceso de enseñanza y aprendizaje, dentro del contexto educativo, de manera que pueda fomentar los mismos en los estudiantes. Los valores espirituales perfeccionan al hombre o la mujer que la práctica;  generan en las personas las virtudes más altruistas, como: la caridad, la solidaridad y la ayuda al prójimo. Así mismo, este tipo de valor establece lo que es correcto, su objetivo es unir a la humanidad, invitando a trabajar en forma conjunta y ayudándose unos a otros, para alcanzar el bienestar común”. (Arteaga, 2020, p. 183)

A manera de corolario:

Desde el 27 de febrero de 1974, fecha de la fundación de la Universidad Nacional Experimental del Táchira (UNET), más allá de las celebraciones y festejos de rigor, que demanda la cotidianidad y la tradición misma, el gentilicio tachirense reconoce y exige desde sus propias entrañas, que la gestión institucional tiene la obligación irrenunciable de consolidar su misión universitaria, que sin ninguna excusa o justificación, no es otra cosa que privilegiar, entronizar y empoderar principalmente la espiritualidad del ser humano… (Dar clic en: Visión compartida de una gran Universidad)

Referencia del artículo anterior

Morales, P. (2023). Ateísmo de Estado. Publicado en El Nacional. Fecha: 18-02-2023

Fuente: “Perspectiva Económica y Académica Contemporánea”. UNET. Años: 2018 al 2023.      Pedro Morales. Postulante a Rector de la Universidad Nacional Experimental del Táchira (UNET)

[email protected]

@tipsaldia

WhatsApp: +584168735028


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!