Por estos días, cuando vuelven a plantearse en el país, del lado del régimen de Nicolás Maduro, por supuesto, elecciones que nadie reconocerá fuera y muy pocos, ínfimamente, del lado acá de nuestras fronteras, surge a la mente la idea de la decrepitud política. Un análisis medianamente concienzudo sobre esto se pasea por la figura «ejemplar» de Jóvito Villalba arrimándose a cualquier lado que oliera a poder, luego de haber caído en desgracia por no poder acceder directamente al mismo, como presidente de la República, tal vez, o, más bien, quizás, como era su merecimiento de gran líder estudiantil, al momento del deterioro mayor de la dictadura perezjimenista, luego de la huida del general andino. Pero decidió adherirse a cualquiera con tal de salvar alguito, hasta llegar a ser el «cadáver insepulto» que le espetó como imagen Rómulo Betancourt desde su sitial de triunfador.

Medradores cadáveres insepultos ya vemos que abundan, como ribazón en el Orinoco, cuando se trata de ese «salvar alguito», propio de la mediocridad y la indigencia política de quienes no cuentan ya ni con posibilidades cronológicas ni con arrastre alguno de nada, como no sea su desvergüenza. Los (des) apreciamos, como viejos verdes, baboseantes, ante el poder. Rescatando los salpicones de churupos y de alguna figuración que les permita respirar en su marasmo. ¿Para qué nombrarlos? Son todos esos que se enfilan en el Consejo Nacional Electoral de la tiranía. Unos dentro, otros rumiando en sus afueras en busca de una postulación, de unos dinerillos que les permitan una vejez más tranquila, así sea a costa de la decencia, de la muerte de hambre o de mengua de una población entera a la que dicen defender, con su inmensa carga siniestra de hipocresía infinita. Se adosan a Maduro, optan por su protección  (en doble vía) y también por su permanencia (de nuevo en doble vía).

Allí están pesados y pasados. Todos traspasaron hace tiempo los seis decenios y la miseria de sus diversas impotencias. Afortunadamente, como seres humanos les queda la posibilidad del esbozo de un rictus que parece sonrisa. Están dispuestos a las colosales elecciones que les deparen el abultamiento de sus cuentas, una mayor contención de dolaritos en sus arcas, el retiro holgado.

Vuelvo sobre Simón Rodríguez, reiterativo esta semana, no para librarlos de la condenación política que ya padecen y la que les espera, no para salvarlos, sino para tratar de entender las razones implícitas y explícitas de la situación: «Es un error el pensar que hay quien obre con mala intención. El mayor atentado fue un deber para el que lo cometió, y si se somete sin murmurar a la pena que se le inflije, es porque desespera probar que tuvo razón». Abunda: «Es natural en el hombre el creer que en todo y en todos casos obra con razón». Así, les consigo una explicación a sus despropósitos ciertamente cuestionables: la decrepitud, casi senilidad. La conchabanza.

Se producirán tal vez esas «elecciones» (bajo la consideración fundamental de que bajo la opresión no se elige sino que se cuadran imposiciones)  despreciables y despreciadas dentro y fuera del país. En estos sátrapas, que se convierten en reafirmantes de su ser como acólitos de otros sátrapas, solo queda la marca mayor de ser tránsfugas de la democracia. Rescataremos la libertad. Ellos quedarán a un lado, como un trasto seco, pútrido, maloliente.


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