Fiscal de la Corte Penal Internacional

La histórica decisión anunciada por el fiscal jefe de la Corte Penal Internacional, Karim Khan, de iniciar la fase de investigación formal de los crímenes de lesa humanidad perpetrados por miembros del totalitario régimen chavista, antes de que acabe como uno de esos tantos hechos relevantes que han sido devorados por el turbulento día a día venezolano, debería asumirse y aprovecharse como la gran oportunidad de dar el copernicano giro que se requiere en nuestra lucha por la libertad, pues esta, y hay que verlo así de una vez, sin contraproducentes filtros como el de la simpatía o el del personalismo, hoy hace agua, a tal punto que hasta el más pequeño error podría traducirse en una esclerotización de décadas; las necesarias para el desarrollo ético y ciudadano de nuevas generaciones con la disposición de cortar, de no hacerlo nosotros, el gordiano nudo del fracaso nacional con un proceder muy diferente de los traspiés que nos han traído hasta el actual estado de cosas.

Considerada como oportunidad, es una coyuntura que trasciende el propio proceso judicial en tal instancia internacional, cuya duración y resultado no pueden en todo caso predecirse, aun con las muchas certezas que en Venezuela y en el resto del mundo existen en lo que a la consumación y responsables de esos crímenes respecta, tanto por la pública comisión de algunos como por el extraordinario trabajo de los defensores de derechos humanos involucrados en la denuncia y recopilación de evidencias de todas esas violaciones, en especial el de Tamara Suju, quien, valga la digresión, ha sido reivindicada por la mencionada decisión en virtud de que confirma esta lo infundado e injusto de la avalancha de sospechas que no pocos —algunos incluso con gusto y las peores intenciones— arrojaron sobre ella luego de que decidiera apartarse del «Gobierno interino» de Guaidó. Y es una oportunidad que lo trasciende, para decirlo sin ambages, por lo que supone en el aquí y el ahora en términos de elevación de la moral de la mayoría decente de la ciudadanía venezolana.

No obstante, como toda oportunidad en un contexto de acelerado deterioro, es también una efímera ventana, motivo por el cual la movilización y las presiones dentro del seno de la oposición para que los sustantivos y urgentes cambios en él ocurran constituyen asuntos del hoy, máxime porque solo Dios sabe cuándo ocurrirá algo que mueva los sentimientos y ánimos en la sociedad venezolana como lo ha hecho el anuncio en cuestión. Es por ello que se debe actuar con celeridad para aprovecharla teniendo ese propósito como inmediato norte compartido desde el que, con mejor liderazgo, mejor organización y mejor criterio, se comience por fin a transitar el arduo camino hacia el norte de la libertad, y esto, claro, supone además conscientes esfuerzos para evitar que desde el fango de la ruin politiquería se muevan hilos que desvíen las acciones y, en consecuencia, se termine dilapidando tan inusual y enorme oportunidad en remendar los disfraces tanto para el circo electorero como para el de la seudonegociación, o en favorecer aspiraciones personales al margen de lo más beneficioso para el país; algo que debe impedirse sobre todo, y que no se olviden estas palabras, por los devastadores efectos que sobre la psique del venezolano de a pie tendrán los eventos del «día» después, cada uno en su momento, de las venideras «elecciones», primero, y de la suscripción de los «acuerdos» en México, después, en cuanto trampas «legitimadoras» —así, entre comillas, puesto que el barco de los internacionales lavados de rostro acaba de zarpar para jamás volver—. De hecho, del cercano futuro ya han empezado a llegar los ecos de voces que repiten sin cesar: «2024, 2024».

Huelga decir que de aceptarse lo que subyace tras la «preparatoria» reiteración de esa fecha, en 2025 llegará el «2030, 2030» como eco de otra supuesta meta emancipadora que tampoco se alcanzará, y es esta indeseada perspectiva la que reviste de la mayor relevancia la oportunidad que nos está ofreciendo la sacudida emocional producida por el anuncio del fiscal Khan, más allá, repito, de lo que resulte de esa investigación formal. Pero si realmente existe el deseo de aprovecharla en pro de los intereses de todos deben mirarse de frente algunas incómodas verdades y dejar que ellas guíen la crucial toma de unas inmediatas decisiones, tan importantes que serán las que le den forma a todo lo que queda del siglo XXI venezolano.

La primera y más obvia de aquellas verdades, aunque muy pocos se atrevan a decirla en voz alta, es que a estas alturas Guaidó y su grupo no constituyen un elemento impulsor de la lucha por la libertad, sino un óbice a ella, y lo son principalmente por dos razones que no se pueden soslayar, a saber, que ese entorno se dejó envilecer de tal forma que no habrá manera de que una inmensa mayoría de los venezolanos pueda o quiera volver a confiar en los jóvenes y «viejos» que lo componen, y que, como se ha hecho patente una y otra vez, el propio Guaidó no sabe tomar buenas decisiones. ¿O acaso quién designó a los encargados de Monómeros y Citgo? ¿Quién alejó con sus acciones y omisiones a figuras como Humberto Calderón Berti o Iván Simonovis? ¿Quién ha seguido los consejos de oportunistas y emprendido por esto infantiles y fallidas aventuras que, a su vez, han fortalecido al delincuencial régimen chavista? ¿Quién decidió prestarse para el montaje de la farsa mexicana? ¿Quién disipó unos respaldos internos y externos con los que no contó otro venezolano antes y contribuyó con ello a la atomización de una precaria «unidad»? Y esto por poner solo algunos ejemplos, porque la lista de sus graves desaciertos es extensa.

A Guaidó, pese a mis muchas reservas, lo apoyé mientras consideré que podía actuar en favor de los intereses nacionales y así lo manifesté en diversas ocasiones. Sin embargo, llegados a este punto, es evidente que hará él más daño que bien de continuar desempeñando aquel papel del «líder» de la oposición aceptado por el grueso de los gobernantes del mismo mundo democrático que abandonó a su suerte a Afganistán, aunque precisamente por lo cómodo que les resulta alguien que no los pone ante sus pueblos en el aprieto de tener que justificar lo injustificable, esto es, el que no cumplan con el universal mandato de ayudar en la lucha por la libertad y la democracia, allende las fronteras de sus respectivos países, con algo más que las vacuas declaraciones de costumbre. Y espero, por la salvación de nuestra empresa emancipadora, que recapaciten los que ahora se han embarcado en una cruzada cuyo fin es mantener en tal posición a Guaidó por Guaidó y, quizá, por ellos mismos, no por Venezuela.

Es asimismo cierto que quienes se han aferrado en estos 23 años a su diminuto compartimiento dentro de un inefectivo «liderazgo» opositor perdieron por ello su ascendente sobre amplios sectores de la sociedad venezolana, de modo que lo más sensato en lo inmediato, en momentos en los que se clama por un positivo viraje, sería crear el margen en la oposición para que las ideas de personas probas y preparadas sean escuchadas y evaluadas, y pueda así seleccionarse a un conjunto de ciudadanos capaces de erigirse en auténticos líderes de la nación y de aglutinar y orientar sus esfuerzos a la conquista de la libertad y al restablecimiento del Estado de derecho en el país; condiciones imprescindibles para el inicio de la titánica labor de construcción de uno nuevo sobre las cenizas de este.

El instante para crear aquel margen es ahora; nuestra oportunidad de enmendar la lucha y avivar la llama que se volvió a encender gracias a la mencionada decisión de la Corte Penal Internacional. Queda por verse si por una vez se imponen el sentido común, el de la conveniencia y algo de ese amor a Venezuela que tantos pregonan.

@MiguelCardozoM

 


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