[01]

Estética de la derrota afectiva

Los primeros poetas griegos «decían», no «evadían» con destellos poéticos. Hiponacte de Efeso, por ejemplo, que vivió mendigo, fue vulgarmente expresivo: «Por qué a mí (Hermes) no me diste todavía un manto grueso,/remedio del frío en invierno,/ni cubriste mis pies en gruesas pantuflas,/para que no me salgan sabañones» (540 a. de C). Pero, también hubo quien adulara (a dioses, guerreros y féminas) o que incisivamente golpease a la casta política: «Mi corazón me impulsa a enseñarle a los atenienses esto: que muchísimas desdichas procura a la ciudad el mal gobierno, y que el bueno lo deja todo en buen orden y equilibrio, y a menudo apresa a los injustos con cepos y grillos, alisa asperezas, detiene el exceso, y borra el abuso […]» (Salón de Atenas, 600 a. d C.)

Para merecer la «Investidura de Poeta» tenemos que ser, primero, fidedignamente actores y nunca árbitros. La perplejidad para quien vierte escritura no semeja a esa de quien enmudece frente a la belleza, crueldad, injusticia, el amor o la muerte. Por ello, Rodolfo Quintero Noguera lo fue [formidable] con El amor a veces, el olvido entonces: y recién lo es, de nuevo, a través de su libro La flor del osario (Ediciones Mucuglifo, 2010). Leámoslo: -«Quizá  nunca como entonces/el amor fue la síntesis decrépita/de una luz que buscó agotarse/en la resurrección del alba» (p. 17)

En Quintero Noguera hay persistencia en la temática del amor, que en numerosas ocasiones se exhibe corrosivo. Porque: a una mujer y un hombre que se atraen sexual más que intelectualmente, siempre aguardará el goce y la querella. Los acercamientos íntimos son desahogos, y las separaciones «medidas cautelares» que ningún magistrado oficia: sino que, en el curso de las relaciones entre parejas, tácitas devienen: «Di que te amé/que anidé semillas en tu vientre/y que juntos conocimos el amor/Que hubo un jardín/millones de semillas por sembrar/húmeda de tierra/nardos y gladiolos […] Que entre tus manos y las mías hubo un sueño» (Puntos finales, p. 23)

De hecho, el acto de «eyacular» en el hombre es su forma poética de aparencial dominación y resistencia ante la muerte cuando está inmerso en la profundidad del placer: no es un morboso desquite, sino la consumación de su efímera estancia intentándola transmutar en «otro»  u «otra» (¿réplica suya?) de hipotético por venir. Rodolfo pareciera entregado al pugilato que le plantea la mujer, sempiterna musa y espina que resguarda un maravilloso néctar, dueña del varón afligido: «(…) Tú/que has hecho del amor una ominosa entelequia/de aves circulares/y yaces como epitafio del pájaro sin alas/tampoco conocerás la logia de alacranes/de un infame corazón» (Canción de inverno, p. 26)

Rodolfo Quintero Noguera elabora, con talento y rigor, su propia «Estética del Abatimiento Amoroso» mediante una escritura poética de elevada impronta: lumbre en la oscuridad de las pasiones que enaltecen o denigran la condición humana, que siempre «infiere» sobre los «sucesos emocionales» o «ejercicio intelectual» y jamás oculta las miserias y accidente representado en la comunión fallida frustrada: «Nuestra fue la derrota/el éxito del fracaso/el revés y el desengaño/los antónimos del amor […]» (Nuestro será el olvido, p. 54)

[02]

Amor y olvido

Un caso extraño de poesía que bebió de cuanto publicaron hacedores de la estatura intelectual de Sánchez Peláez, Carlos Contramaestre y Livio Delgado, entre otros, es la que nos muestra Rodolfo Quintero Noguera en El amor a veces/el olvido entonces [«Ediciones Gritanjali», Instituto Merideño de Cultura, Mérida, Venezuela, 2003]

Sus textos  nos transfieren al campus donde los hombres exponen los placeres y tormentos que, alrededor de las pasiones humanas, les deparaba la vida.

El libro de Quintero Noguera es celebración por la presencia de la mujer, empero -a veces- desencanto o desencuentro con ella. El hombre que sublima a la mujer, que la goza, que le agradece su compañía [la que lo ayuda a sobrellevar las vicisitudes de la existencia y que le impele a luchar por la realización de todo lo que anhelan juntos] pero que también reconoce la complejidad implícita en la comunión carnal y espiritual con quien convino transitar con Él un sendero no exento de obstáculos:

«Entre tú y yo

una noche

detenida

al cabo

 

La incertidumbre

de un adiós

Toda la inconsistencia

del odio

 

Y una promesa

rota

de olvido»

[«Postal No. 1». Ob. cit.   p. 17].

Hay mucho desencanto en la poesía amorosa de Rodolfo. Tanto como angustia, que no cesa jamás en los seres humanos: y ello independientemente de su posición social en un momento específico. Sus textos evidencian el desgarramiento del individuo frente a su intensa entrega e insospechada y  abrupta ruptura, propios del inmediatismo nada inusitado. Pareciera que [¿fusionándonos? a Ella] nada corrigiésemos y todo enturbiáramos, porque la existencia es puro esencialismo: desafío sin propósito distinto a la experimentación riesgosa de una realidad perpetuamente inaprehensible.

«No soy quien

olvidado

de la muerte

nombraba las estrellas

celebraba la lluvia

y perseguía

la luz efímera

del relámpago»

[Frag. de «Soy contigo». Idem., p. 18]

En la consumación del Amor siempre estará presente la Muerte [su inminencia por causa mayor], cual si sólo surgiese para materializar la simulación de una vida afectiva plena y sin el temor de un inminente sufrimiento. Estamos vivos y queremos fusionarnos teniendo la certeza que nos aguarda la sepultura. Quintero Noguera irgue sabio para decirnos: «No soy quien se extasiaba/ante el Modigliani/de tu seno/desnudo/en la resurrección/del alba… Yo –a quien la amargura/nunca pudo/dar alcance- no soy/hoy/no soy sin ti» [p. 19]

Pero, si «no es sin ella» tampoco lo es con quien la supliría. En la interminable búsqueda de Si [ese Yo en la Otra]  mediante la falotración, el Hombre terminará derrotado. Similar destino le aguarda a la Mujer, quien, aun resistiéndose a la lujuria, es el objeto de su irrupción: la musa de la «Mitología Griega».

Rodolfo Quintero Noguera es un poeta reflexivo que eligió, esta vez, tributar honores al amor y el desencanto vertiéndose. Rinde honores, pero sin la detonación de las salvas. El amor verdadero no es caricatura, ni un simulacro donde dos se miran a los ojos previa fornicación para luego -sin abluciones ulteriores- [huir] despedirse:

«El amor a veces

como una ausencia

un silencio

un devenir

sin mañana

 

Como esta casa

oculta

en la memoria

 

Como un cielo

incauto

como un pez

espada

Como un abismo

insospechado

en la palabra

Como una escena

repetida

de la lluvia…»

[Frag. de «El amor a veces». Idem., p. 20]

No había conocido [yo] un poeta que concediese al Amor la importancia de una doctrina, como lo hace Rodolfo: aun cuando si hubo creadores que mas cínicamente terminaron por situarlo en el territorio de los asuntos escabrosos, caso Séneca y Epicuro (1) nuestro auscultado intelectual Quintero Noguera –a diferencia de quienes asocian a las mujeres con las víboras- no [se] cansará de amar,procurarse una fémina que le prometa [ad infinitum] lo inasible de ese sentimiento exclusivo de criaturas «racionales» o tenidas por tales.

¿Qué perseguimos al falotrar o buscar amor? Acaso, ¿persuadirnos que sólo se trata de un simulacro de comunión auténtica? O, simplemente, una situación inherente a la existencia? ¿Habrá un poeta que nunca haya [esputado] ideado amar letalmente? ¿Qué motivó al poeta lucubrar alrededor de esa tentación casi maligna? Leámoslo:

«… El poeta

-taciturno

y melancólico-

divisó la taberna

donde acuden

los amantes

a celebrar sus penas…»

[Frag. de «Aciago en el bar». Ibídem,, p.p. 25-26]

Será, probablemente, una entrega profunda sin las enmiendas que nos impone la desgarradora realidad del inmediatismo. Efímero, no siempre, «doloroso»[¡oh!]«tormentoso»,  fortuitamente memorable. Podría, de esa forma, ser calificado ese nada noticioso e íntimo «sentimiento» que nos mueve a proseguir en este mundo. El cauteloso juicio de Quintero Noguera exonera la meretriz, prostituta cándida que tiene «la sana costumbre/de prestarse/a los placeres/del cuerpo…» [p. 31]

Temática escabrosa la del amor, pero prolija en recursos para suscitarnos innumerables alegrías y sinsabores. No es lo más parecido a la muerte cuyo rostro no miraremos hasta nuestra partida de esta sensación einsteiniana (2) de permanencia, la vida. No es igual oasis que ansiosamente queremos alcanzar, ni será lo que imaginamos en un instante de debilidad humana o ante la soledad extrema y lastimosa. El amor es letal, rebelde, culpable, indómito, impredecible, verdugo, castigo o bendición. Es la totalidad que da sentido a La Nada que somos.

NOTAS

(1) He aquí dos interesantes interrogantes de Lucio ANNEO SÉNECA [¿4 a. de C, 65 después de C?] incluidas en su libro Sobre la felicidad [«Alianza Editorial», Madrid, España, 1980]: «¿Qué mortal a quien desde algún vestigio de ser hombre querría sentir su cosquilleo [del placer] día y noche y abandonar el alma para consagrarse al cuerpo?» [p. 52]; «¿Por qué la mujer lleva en las orejas la renta de una casa opulenta?» [p. 81]. Hasta Epicuro [n. en Salmos, en el 34 a. de C. y que vivió sólo 35 años], en su volumen igualmente titulado Sobre la felicidad, dilucida lo siguiente respecto al Placer, que asociamos al «Amor»: «La carne concibe los límites del placer como ilimitados, y un tiempo ilimitado para procurárselo. Pero la mente, que ha comprendido el razonamiento sobre la finalidad y límite de la carne, y que ha disuelto los temores ante la Eternidad, nos consigue una vida perfecta» [p. 42]

[2] EINSTEIN, Albert [1879-1955], padre de la Teoría de la Relatividad, sostuvo durante una filmada entrevista que ofreciera la víspera de su muerte que «… no le temía porque la existencia no es algo distinto a ilusión»

@jurescritor


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