Retomamos nuestra serie Debates Latinos, dedicada a entender el hemisferio, su contexto, posibilidades, desafíos y actualidad, como base para pensar el futuro de lo que hemos denominado el triángulo de oportunidades, que visualizamos geográficamente dentro del mapa que dibujan la geografía que abarca Iberoamérica y Estados Unidos. Obligados por la diversa realidad del espacio, además de la América hispanoparlante, hemos incluido como parte de estos Debates Latinos a las naciones anglo y franco parlantes de dicho espacio territorial, así como de ascendencia neerlandesa. Esta entrega la dedicamos a uno de esos países de raíz angloparlante: Guyana.

No obstante estar ubicada en la costa norte de América del Sur, y de tener fronteras con Brasil y Venezuela -también con Surinam- es poco el conocimiento que, por lo general, tenemos de la República Cooperativa de Guyana. En adición, es escasísima la información que circula sobre ese país en medios de comunicación en lengua española.

Guyana es una nación casi desconocida para la inmensa mayoría de sus vecinos. Por eso mismo vale la pena recapitular y ordenar algunos datos relevantes. Su superficie es relativamente pequeña: casi 215.000 kilómetros cuadrados, lo que la ubica como la nación número 85 del mundo, en el ranking territorial.

Hay que recordar que Guyana debe ser el país con el mayor porcentaje de su territorio bajo litigio: casi 81,5%. Una parte sustantiva está conformada por el reclamo de Venezuela sobre el territorio del Esequibo, que suma 74,2%. La otra parte, proveniente de su vecino al oeste, la República de Surinam, equivale a 7,2% del territorio. Una particularidad del país, es la alta concentración de su población en la región costera. Alrededor de 90% de los guyaneses vive en las proximidades del mar. La población total es de 790.000 habitantes. En su capital, Georgetown, se congregan no solo las actividades administrativas, sino también los negocios y una parte sustantiva de los intercambios económicos. Por el puerto de Georgetown, que mira hacia el océano Atlántico, ingresan y egresan la mayor parte de las importaciones y exportaciones del país.

Históricamente, la economía de Guyana ha tenido un sustento agrícola. Haciendo uso del método del pólder, que consiste en ganar terreno al mar para luego dedicarlo a la agricultura, se producen arroz, tubérculos, hortalizas y cocotales. En otras regiones destaca la producción de azúcar, café y cacao. A lo anterior hay que añadir que posee riquezas minerales, como aluminio, oro y diamantes.

En la página web del Observatorio de la Complejidad Económica (creado en el MIT Media Lab), que se especializa en la recopilación y ordenamiento de datos relativos al comercio internacional, se muestra un cuadro de las exportaciones guyanesas, correspondientes a 2017: oro en distintas presentaciones, 41%; contenedores para transporte, 12%; arroz, 11%; minerales de aluminio y concentrados, 7,6%; azúcar de caña, remolacha y otros productos derivados, 4,6%; maderas en bruto y otros productos derivados como celulosas y pastas, 3,2%; crustáceos -especialmente camarones- 3,1%. Como puede observarse, se trata de una economía con una fuerte base en la agricultura, la madera y la explotación minera. En 2017, de acuerdo con este reporte, las exportaciones, que sumaron un poco más de 2.000 millones de dólares, superaron el monto de las importaciones que alcanzaron los 1.880 millones, lo que arrojó un saldo favorable de 173 millones de dólares.

En los más diversos informes se repite que Guyana es uno de los países más pobres del mundo, cuyo producto interno per cápita ronda los 8.000 de dólares/año, semejante a los correspondientes a El Salvador y Guatemala (para que sirva de comparación al lector, podemos anotar que el de Panamá supera los 25.000 dólares, el de Chile los 24.000 dólares y el de Uruguay los 22.000 dólares). El capítulo dedicado a Guyana, en el Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe, la Cepal reporta un crecimiento de 4,5% durante el primer semestre de 2018. Se fundamenta, entre otros factores, en el crecimiento de la demanda interna y el aumento en la producción agrícola, ganadera y mineral, que compensaron la baja en la producción de azúcar y oro. La inflación anual estimada sería de 2%.

En enero de 2017, The New York Times informaba que Exxon Mobil y Hess lograron la perforación exitosa de un pozo petrolero de aguas profundas, a 190 kilómetros de las costas de Guyana. Se confirmó entonces que el suelo marino de este país contiene importantes yacimientos de petróleo y gas natural. El potencial es de tal magnitud que se ha escrito que “Guyana podría convertirse en el nuevo gran productor del hemisferio”. Solo un campo, de nombre Liza, ofrece el potencial de 1,4 millardos de barriles diarios de crudo mezclados con gas natural, lo que le califica como uno de los más grandes del continente. La nota de The New York Times añade un comentario que tiene significación: al tener una población pequeña, Guyana podría exportar buena parte de lo que produzca.

Desde ese momento y hasta ahora, las expectativas han crecido. Primero se habló de yacimientos que contendrían 4.000 millones de barriles. Más adelante, en algún momento de 2019, la cifra ha aumentado hasta 6.000 millones de barriles, lo que podría significar ingresos descomunales, de hasta 300.000 millones de dólares. Para alcanzar metas tan ambiciosas, Guyana tendrá que dar inicio a un programa de construcción de infraestructura y oleoductos que vendrán a cambiar, de modo radical, la fisonomía y las condiciones de vida de, al menos, una parte de la región norte del país. Cabe también mencionar las tensiones que podrían presentarse en la medida que la explotación de esta riqueza se extienda hasta aguas del Atlántico que pudieran ser consideradas parte del territorio del Esequibo, como comentamos, en reclamación por parte de Venezuela.

Huelga decir que esta inusitada, inminente e inmensa bonanza alegra a la mayoría, pero es también fuente de serias preocupaciones para muchos. En mayo de 2019, Simon Baybin, de BBC News, titulaba su reportaje con esta frase: «¿Puede Guyana convertirse en el país más rico del mundo?». A continuación, escribía: “El segundo país más pobre de Sudamérica se prepara para un auge petrolero que podría catapultarlo a la cima de las naciones más ricas no solo del continente sino del mundo”. Las estimaciones son ensordecedoras. Por ejemplo, que la producción petrolera hacia 2025 sea de 750.000  barriles diarios, y que el PIB crezca entre 300% y 1.000%. Se espera que, en una primera etapa, se produzca una baja sensible en la tasa de desempleo, que hasta 2018 se ubicaba alrededor de 12%-13%, pero muy pronunciada entre los jóvenes. También, que, en muy corto plazo, se produzca un notorio aumento del circulante, del consumo y de la importación de bienes de toda índole.

Los grupos ambientalistas han advertido del alto costo ambiental que la operación podría causar en esa zona del Atlántico, en un país que no tiene experiencia alguna en la gestión de ese tipo de riesgos. Preocupa también que el auge petrolero sea tan disruptivo y aplastante, que debilite o acabe con el resto de la actividad productiva del país -especialmente la agricultura y la pesca-, que ha requerido de un esfuerzo de casi un siglo para establecerse y consolidarse.

Hay que añadir que Guyana no cuenta con una estructura universitaria que le permita afrontar, de forma inmediata, la demanda de recursos profesionales que vendrá del sector petrolero, lo cual exigirá importar profesionales y servicios que puedan atender las urgencias productivas. Quizás la mayor inquietud expresada por académicos, periodistas y dirigentes sociales es que la llegada de la riqueza petrolera potencie la corrupción e impida que la torrencial riqueza que se promete, no se transforme en beneficios estructurales para la sociedad, sino que se concentre en un pequeño grupo, en concreto, en sectores de la clase política y de la élite empresarial.

Las tareas que la sociedad guyanesa tendría que afrontar son enormes y todas significativas. Desde 1966, cuando se liberó de la dominación inglesa, o desde 1970 si se prefiere, cuando se proclamó como República Cooperativa de Guyana (aun cuando mantiene su filiación a la Mancomunidad de Naciones del Reino Unido), no se había presentado una ocasión como esta, para resolver la muy deficitaria infraestructura y vialidad del país (las carreteras pavimentadas suman menos del 10% del total), el precario sistema de salud, pero, sobre todo, el estado de su sistema educativo, el más pobre del mundo, de acuerdo con la inversión que el Estado realiza en el mismo, equivalente, aproximadamente, a menos del 0,02% del PIB. Este boom debería contribuir a resolver problemas sociales de gran magnitud, como la altísima tasa de homicidios (entre 18 y 20 por cada 1.000 habitantes); el también insólitamente alto promedio de suicidios (que supera tres veces la tasa mundial); o expresiones de desigualdad, como la tasa de analfabetismo, que alcanza a 15% de la población.

A lo largo de las más de cinco décadas de vida republicana que tiene Guyana, la política ha estado signada por una constante inestabilidad. Sería imposible resumir los vaivenes, confrontaciones, fraudes, crisis y acusaciones derivadas de la conflictiva rivalidad, que responde a criterios étnicos, entre los afroguyaneses, que se concentran en el Congreso Nacional del Pueblo -PNC-, y los indoguyaneses, históricamente nucleados en Partido Progresista del Pueblo -PPP-. Una y otra vez, voceros de estas y otras organizaciones políticas han sostenido públicamente el beneficio de eliminar los argumentos étnicos del debate político, pero esto finalmente no cruza la línea de las promesas incumplidas.

El próximo 2 de marzo Guyana irá a elecciones generales, una vez que el actual gobierno de David Granger (PNC) perdiera en el Parlamento, “un voto de no confianza”. Granger se enfrentará a Irfaan Ali, ex ministro de Vivienda, que es el candidato del PPP. El ganador de la contienda tendrá, en las decisiones que tome junto con su equipo de gobierno, unas responsabilidades inmensas: si fracasa en el camino de la riqueza súbita, como ha ocurrido en numerosos países -el caso de la Venezuela petrolera de Hugo Chávez es, ahora mismo, el más emblemático y próximo de todos-, o si logra -como ocurrió en Noruega con su “Fondo del Petróleo”- convertirlo una fuente de sustentable de desarrollo y políticas públicas para mejorar la calidad de vida de los habitantes, y consolidar el Estado de Derecho y la democracia del país.


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