Hacia finales del siglo XV irrumpió, como nunca antes se había visto, un proceso económico muy activo. Ello implicó un claro enfrentamiento con la ética económica de la Iglesia medieval que veía el préstamo a interés como un delito. En ese nuevo contexto se hicieron presentes los viajes que dan lugar al descubrimiento y exploración de América. Consecuencia inevitable de lo anterior fue la acción, llevada a cabo por conquistadores y colonizadores, de localizar minas de oro y plata para su explotación. El impacto sobre los precios en España y el resto de Europa fue inevitable. Sin embargo, nada impidió que el nuevo giro siguiera su curso.

Después que surge Venezuela como país independiente tuvimos que esperar un buen número de años para alcanzar  un esplendor singular. El ciclo en cuestión arrancó durante la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez. En el lapso de tiempo que va de 1950 a 1957, la economía creció a un ritmo anual de 93% y continuó avanzando, con tropiezos imposibles de eludir, en la gestión democrática que se inició en 1959, con la presidencia constitucional de Rómulo Betancourt.

A partir de ese momento nuestro país tuvo el privilegio de experimentar un período de esplendor democrático como nunca antes en su historia. Ello se pudo lograr en el lapso que va de la presidencia de Betancourt, anteriormente señalada, hasta el segundo gobierno de Rafael Caldera, el cual concluyó en 1999. Estamos hablando de 40 años inigualables, a pesar de las inevitables alzas y bajas en la economía que entonces se hicieron presentes. Las crisis que se generaron fueron severas y alcanzaron un punto extremo con ocasión del enjuiciamiento a Carlos Andrés Pérez, en su segunda gestión de gobierno. Pero a pesar del exabrupto, la labor democrática continuó su avance.

Lamentablemente, una incuestionable mayoría de compatriotas optó por darle una oportunidad al militar golpista de Sabaneta: Hugo Rafael Chávez Frías. Muchos creyeron que lo mejor de él estaba por venir. Craso error; ese fue el punto de partida de un proceso gubernamental que se adentró por caminos que pusieron torcido lo que antes avanzaba con sus pro y contras, acabándose así con las prácticas democráticas y también con la economía del país. La descoyuntada figura que somos hoy como nación se la debemos a los malos manejos de Chávez y los aún peores del actual conductor de Miraflores.

Las circunstancias anteriores han conducido al retorno de un remoto pasado, algo impensable y nada fácil de explicar cuando todavía somos un país con enormes recursos naturales y un potencial de crecimiento económico que, lamentablemente, se debilita día a día por causa de la incompetencia del gobierno y sus pervertidos manejos. Después de ser un país receptor de inmigrantes de muchas partes del mundo, que terminaron  adoptando a Venezuela como su propio país, nos hemos transformado en una nación generadora de una emigración que ya superó los 7 millones de compatriotas, cifra que continúa creciendo día a día.

No deja entonces de llamar la atención y escandalizar que, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, en el año 2022 hubo 264.000 solicitudes de asilo por parte de ciudadanos venezolanos. Curiosamente, requerimientos similares por parte de emigrantes de Ucrania, que sufre las consecuencias del terrible asedio ruso, alcanzó la cifra de 152.000, un número bastante inferior al que registraron nuestros compatriotas. Esa diferencia numérica pone en evidencia la magnitud de nuestra tragedia humanitaria.

Mientras los nubarrones continúan trastocando nuestro desarrollo, a la dictadura de Maduro no se le ocurre otra cosa que dinamitar al Consejo Nacional Electoral (CNE), poniendo de manifiesto que ellos actúan como les venga en gana, llevándose por los cachos a todo lo que no les gusta o se les atraviesa. Sin duda, el propósito de tan estrambótica jugada es generar desconfianza y apatía entre los votantes opositores. Está entonces por verse si la acción que recientemente se llevó a cabo en contra del CNE termina siendo cuchillo para el pescuezo de la revolución.

En tanto el panorama actual no se revierta, se avanza ciegamente por el camino que conduce inexorablemente de vuelta al remoto pasado, ese que imperó en la época de la Iglesia medieval. La interrogante es entonces inevitable: ¿El bravo pueblo venezolano está dispuesto a aguantar con resignación la ominosa jugada? No lo sabemos aún. Lo importante es que, pase lo que pase, la lucha opositora no se debilite ni se detenga. Tenemos que perseverar; ahí está la esencia de toda victoria.


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