En Venezuela, la crítica se debate en torno a la pertinencia de las Meninas. Cuestión de gustos y colores, dirán algunos, pero la verdad el asunto se presta a un análisis de mayor profundidad, donde se extraña la presencia de una crítica de otrora, como Marta Traba, quien nos puso a pensar y discutir sobre fenómenos tenidos hoy por expresiones de modernidad y nobleza, de desarrollo y vanguardia, como el cinetismo.

La autora tenía sentimientos encontrados por Soto y Cruz-Diez, al considerarlos genuinos titanes de la plástica criolla, pero derivados y subsidiarios de movimientos heredados del contexto europeo.

Del mismo modo, siempre rememoramos la famosa discusión de altura entre los Otero, al calor del dilema de la figuración versus la abstracción.

En el pasado reciente, El Nacional publicó cantidad de columnas excelsas, como las de Gerardo Zavarce y Lorena González, buscando problematizar los conceptos de las exposiciones del milenio, en unas galerías fundadas a partir del cierre técnico de los museos.

En el mismo sentido, todavía podemos contar con las contribuciones de críticos como María Luz Cárdenas, Víctor Guédez, Ariel Jiménez, Roldán Esteva Grillet y María Elena Ramos, consagrados a un trabajo de investigación de hondo calado, no necesariamente interesado en llamar la atención de las redes.

Por tal motivo, muchos hemos preferido pasar de largo con el tema, porque suele caer en un terreno absurdo de buenos contra malos, de blanco y negro, de puristas y maniqueos.

Por cierto, recordar que el profesor Humberto Valdivieso ha participado en una interesante deconstrucción de la polémica, junto con una serie de artistas de taller, de veteranos experimentados, que aseguran que la propuesta carece de densidad curatorial, independientemente de su cacareado éxito mediático o político.

En efecto, el arte no se mide por criterios de populismo, de farándula, de poder de convocatoria, de likes y de big data, de cantidad de selfies publicadas en el algoritmo.

Tampoco por las palabras y sentencias de los alcaldes que lo promueven, como una forma demagógica de potenciar sus gestiones, cabalgando en tendencias e ideas pasteurizadas.

Por un lado, desde la visión crítica, las Meninas pertenecen a una cultura híbrida y de consumo, ligera y after pop, que ha sido estudiada por autores como Canclini, Baudrillard, Eco, Virilio, Bauman y Baricco, todos popes de la comprensión de las derivas posmodernas, de las incursiones del llamado pensamiento débil, frente a las fracturas de los estados y las doctrinas duras.

¿Por qué atraen tanto las Meninas en Caracas? ¿Es realmente falta de formación del público? ¿Es solo una respuesta conductista a un estímulo programado como efecto de la sociedad del espectáculo? ¿O hay algo más que nos estamos perdiendo?

Al respecto, vemos de todo, desde personas que abrazan la muestra con la inocencia del “repetentismo” y la primera vez, desde jóvenes y adultos que jamás tuvieron contacto con nuestra red de museos porque la perdimos, desde influencers que publicitan la “buena noticia” como parte de su menú de “recomendaciones”, hasta colegas y amigos con conocimiento de causa que disfrutan de la experiencia, bajando sus expectativas al mínimo, como quien disfruta de una serie de Netflix, para pasar el rato, de manera condescendiente, sin mucho rollo e intensidad.

Personalmente, preferí abstenerme de hacer el circuito, porque conversé con entendidos del diseño y pronto le vimos los defectos a la exhibición: el carácter monocorde y complaciente, la ausencia de cualquier detalle conflictivo, la prominencia de una estética de grado cero del diseño, más propia de un Mall, de una ciudad de parque temático, cual bulevar de Disney esterilizado y despojado de la parte iconoclasta que conlleva el ejercicio del arte disidente.

Por eso, hay montones de antecedentes en el mundo y la historia, que nos hablan de cómo tales muestras cumplen unos fines más turísticos y publicitarios, que de real espacio de contestación y diálogo con la situación que se vive.

La gente, precisamente, encara la ruta, pues se sumerge en una fantasía bucólica, en un tejido de pantalla kitsch, que sirve de pote de humo, de encubrimiento de las calamidades que sufrimos.

De ahí que las Meninas contrasten con el país de miedo y represión, con el estado policial y autoritario, que se padece en el 2024.

Al igual que los conciertos, las Meninas y los Peanuts, los Principitos y las Mafaldas, consiguen un consenso que no tienen las construcciones ilegales de MegaTiendas, las nuevas zonificaciones comerciales, las reglas inclementes de cobro de peajes y tarifas, de impuestos y pare usted contar.

De modo que es lógico pensar que Las Meninas y compañía funcionan como estrategia eficaz y veloz de lavado de imagen ante una audiencia polarizada, a la que se busca contentar de cara a futuras elecciones.

El arte es como el deporte y suele instrumentarse con fines de limpieza, de idolatría, de maquillaje urbano.

En tal sentido, las 18 piezas conservan un estricto estilo de intervención de colores y formas domesticadas, funcionales al poder.

Nada que genere incomodidad al ojo y el sentido común, como aquella vaca mutilada que mandó David Lynch a un alcalde, para una muestra colectiva, logrando aterrorizar al propio promotor municipal del show.

La vaca de Lynch, rechazada por auténticamente experimental y rupturista, es apenas un ejemplo de lo que ocurriría en Caracas, si en vez de llamar a un personaje de farándula para que decore estereotipadamente una Menina, se recurre a un chico ganador de la FIA, a un veterano como el Príncipe Negro, a un caricaturista como Roberto Weill, a una escultora de tormentos épicos como Deborah Castillo, al Nelson Garrido de la Caracas Sangrante, a un Juan José Olavarria de las reflexiones acerca de la violencia en el país, a un largo etcétera.

Por tanto, es mentira que en Venezuela no tengamos artistas o críticos que puedan enfrentar la hegemonía dócil de las Meninas.

La verdad es que muchos se fueron, o los fueron, que la muestra no los contiene o abarca, por simples motivos de autocensura y filtración blanda de la curaduría express.

Es todo.

De resto, la crítica opta por mirar a otro lado, por fingir demencia, o sencillamente por ignorar el tema, debido a su raíz de explotación, marketing y banalidad efímera.

Mejor concentrarse en publicación de libros, textos y demás aportes que confieran sentido, a largo plazo.

Por mi lado, siendo un crítico cultivado en un pensamiento al margen de los dictados dicotómicos, puedo entender mis contradicciones al cuestionar a las Meninas, pero al mismo tiempo dejar que existan, para que otros las valoren en sus términos.

Siguiendo la lógica de los últimos libros de Lipovetsky, he comprendido que expos como las Meninas, no son cuestiones aisladas, sino que acompañan un espacio multivérsico y paradójico de las artes en la actualidad, donde caben los apocalípticos y los más integrados, los cándidos y los duros, los Snoopys y las exposiciones indomables que todavía gozamos en las salas de las galerías de los municipios aludidos.

Lo que siento es que hay que aprovechar la fuerza con que la gente celebra las Meninas, para que desde ahí descubran las múltiples propuestas que se esconden en Caracas, en su ruta de galerías y espacios semiclandestinos de arte renegado, de arte de todos los tipos.

Aprovechemos la energía y el envión, para que los chicos que se abrazan a una Menina, lo hagan también con una escultura de Gaudí Esté, o que se movilicen para restaurar las obras maestras que pueblan las calles de Caracas.

Con Baricco, comparto la idea de la coexistencia estética, siempre y cuando contemple la diversidad, la posibilidad de escuchar a un Luis Miguel con la misma pasión con que uno se deleita delante de un recital de jazz electrónico en el Humboldt, de teatro de protesta en el Trasnocho.

Estimo, por lo demás, que el éxito de las Meninas radica en saber leer el cuarto, habido y urgido de experiencias de calle, en las que se pueda intercambiar en paz, fuera de las tensiones y guerras latentes que nos dividen.

Por eso la gente adora caminar y descubrir el oeste, sumergirse en la ruta de los siete templos paganos, ir a la bombilla a escuchar salsa, bailar bajo las estrellas de San Agustín.

Tengo optimismo y esperanza en que la gente pueda evolucionar, madurar en su percepción, asumiendo las ligerezas y los dolores que marcan el arte.

Mi percepción es la de un Byung Chul Han, para el que las fragmentaciones culturales, son poco más que arbitrarias, son fronteras que el espectador debe aprender a cruzar, de modo de curar su buen entretenimiento.

Venezuela tiene con qué.

Años y siglos de historia en el arte plástico.

Solo tenemos que volver a mirar más allá de una Menina.

Capaz hay una última situación interesante e inquietante.

Detrás del éxito de las Meninas, reside una conciencia que valora un arte divorciado de tanta política y propaganda, de cuestiones chungas y mal hechas, como vemos por otros lares en los que abunda lo cutre manipulado.

De repente, habrá que insistir en que el arte otorga un marco amplio, que permite tanto los principios ortodoxos como los heterodoxos.

Así que todos tenemos tarea.

El poder debe abrir sus espacios para la crítica y la disidencia, canalizando el intelecto de oposición.

Los empresarios no solo deben conformarse con lo obvio y más simple.

Los espectadores tenemos la obligación de retomar la senda de nuestros ancestros, que celebraron y llenaron en masa las salas del MAC, visitando muestras históricas y trascendentes.

Dejemos de ser tan meninos, quizás.

Crezcamos en nuestra percepción crítica.

Por allí se cifra el destino de nuestra democracia, de nuestra república fragmentada.


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