En última instancia, cualesquiera sean sus nombres, alguien medianamente informado sabe del papel tradicionalmente asignado a las organizaciones comunistas en la búsqueda y conquista del poder. Por su largo historial en Venezuela, a pesar de nuestras diferencias políticas e ideológicas, no debemos pasar por alto la confiscación oficialista del PCV,  finiquitando la experiencia leninista por estas ya trágicas latitudes.

Siendo la menos aventajada entidad subsidiaria del PSUV y devota de la otrora personalidad presidencial, sus actuales dirigentes no calibraron adecuada y suficientemente el libreto que le impuso la alianza, relegados tan minoritariamente a los cuerpos deliberantes que pudieron alcanzar. Y tampoco midieron la más profunda motivación que provocó la deserción de sus cuadros a favor del principal partido de gobierno, interpretado quizá como un desliz circunstancial.

El intenso latifundismo comercial del socialismo en curso, sedimento del rentismo petrolero ya agotado, descolocó por completo el desempeño político del PCV, confundidos todos los ámbitos en la tarea depredadora de los más altos elencos del Estado. Observada algo de cerca en el pasado período legislativo, la actuación de los parlamentarios leninistas quedó a merced de los más fieles representantes del celebérrimo antecesor, asimilada la lección por el no menos afamado sucesor, echando por la borda el legado de los más sagaces, formados e informados líderes que ostentó, prestigiándolo, el partido décadas muy atrás.

Partido que teóricamente jamás cuadró con el marxismo guevarista que inventó Fidel Castro para sus viejos objetivos de expansión, forzado en nuestro país en abierto desafío a un particular desarrollo capitalista y a una importante vivencia democrática. E, igualmente sorprendido por la emblemática caída del muro de Berlín, hizo caso omiso a toda deliberación que apuntara al dogma maltrecho y a los reformistas, revisionistas, o renegados de una imparable satanización que autores sobrios e intachables ventilaron, como François Furet, al igual que versó anticipadamente sobre la profunda e inadvertida continuidad histórica en el marco de las más radicales y literalmente escandalosas revoluciones.

Caracterizado como el partido portador de una determinada perspectiva ética, sobreviviente a varias divisiones de las cuales una tuvo una innegable trascendencia internacional, supuesto remedio a la enfermedad infantil del izquierdismo, tuvo por socio a los felones golpistas de improvisaciones y ocurrencias con pretensiones doctrinarias, aunque visadas convenientemente por La Habana.  A la postre, intuida por varios de los integrantes de la antigua plancha 80 de la UCV (no por casualidad, actualmente gobernante), el PCV no debatió las posturas que privilegiaron y obtuvieron dividendo de las identidades y derechos colectivos en reemplazo de la lucha de clases, considerada como un reduccionismo en la sociedad lumpemproletarizada, vencida por la boliburguesía y los pranes en el fragor de estas dos décadas.

Vocería frecuentemente subestimada y hasta maltratada por los compañeros de la bancada oficialista, el rompimiento se hizo inevitable con el único voto negativo de toda la Asamblea Nacional de 2020, emitido por Óscar Figuera, secretario general del PCV, respecto a la ley concerniente a las zonas económicas especiales, el otro rentismo. De incómoda presencia para los grupos que actúan en el hemiciclo, la crítica exclusivamente desprecia el neoliberalismo que todavía agita la inquietud de los leninistas, dentro y fuera del partido.

A los elementos políticos, ideológicos y personales que protocolizan la ruptura, debemos sumar el histórico: antes, militante de organizaciones ultraizquierdistas, Maduro Moros es heredero de una rivalidad que se hizo cultura hondamente arraigada en los cuadros derivados de las múltiples divisiones y subdivisiones del MIR, comprobadamente privilegiado por el castrismo. El PCV tuvo cautela al iniciarse la insurrección hacia finales de 1960, evidenciado en su órgano de prensa, frente a un MIR en plena ebullición, fruto de la estridente división de AD, constando en el semanario Izquierda sus más temerarios lances, y, luego del pleito con los cubanos que insistieron en la lucha armada ya francamente derrotada, a finales de la década Tribuna Popular tilda al MIR de aventurero y trotskista.

Por supuesto, hay otros más graves y agudos problemas que aquejan al país, pero también lo será que la expropiación judicial del PCV que se creyó inmune a todo leñazo oficialista la deslicemos por debajo de la mesa en los sectores políticos. Hay una controversia necesaria de elevar, inherente a tales sectores, como antídoto necesario frente a la interesada y generalizada banalización de nuestras calamidades.

En una escena del ilustrador Daniele Panebarco, exponente de una extraordinaria ironía creadora, rodeados por el enemigo, Trotsky preguntó si llegaría la oportuna ayuda de los “nuestros”, y Lenin, inmediatamente, señaló que los “nuestros” no existen, sentenciándolo como una convención burguesa. De modo que el PCV deberá aguantar el palo de agua en la peor decadencia imaginada, corriendo una suerte semejante a la izquierda europea, cada vez más parecida a la latinoamericana, asociada a la corrupción y al crimen organizado.

@Luisbarraganj


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