Insistimos, sí, ocupémonos apenas de un poco,  porque el todo es imposible abarcarlo por su inmensidad. Entonces, volvamos con unos poquitos:

Primero: Como lo hemos apuntado en algunos de nuestros anteriores artículos, el hombre  es el ser más importante que existe sobre el planeta Tierra. Ese privilegio se lo debe al hecho de estar dotado de una excepcional capacidad intelectual. Contamos, igualmente, con el hecho cierto de vivir dentro de dos mundos: uno el natural, donde el ser humano no puso mano alguna, lo encontró hecho y empezó a disfrutarlo. Ese mundo es la bella e imponente naturaleza que, pacientemente, soporta nuestra inquieta existencia; y el mundo cultural, que es todo cuanto el hombre ha creado: la civilización. Imponderable, y aún inconclusa, ha sido la cosecha dejada por el ser humano desde los más lejanos tiempos: creador de la ciencia, la filosofía, la tecnología y el arte; además, ha sido y sigue siéndolo,  el actor y autor de la historia. También, el gran inventor y descubridor de los misterios de la naturaleza. Siempre provisto de innegables virtudes, fortalezas y valores. Pero  es un ser imperfecto, no solo por carecer de la perfección y de la infalibilidad, sino porque le acompañan debilidades y flaquezas. Entre ellas, la ambición exagerada de riquezas materiales o de dominio en cualquiera de sus formas. Y, en algunos, el enfermizo apego al poder político, sobre todo cuando no se cuenta con adecuada capacidad para ello, ni con el beneplácito de las grandes mayorías.

Segundo: Hablando y escribiendo son las dos inteligentes formas de comunicarnos los seres humanos. Tan imprescindible necesidad la satisfacemos sin importar el nivel cultural de quienes nos comunicamos. Pues la palabra, que es el signo lingüístico del idioma, la manejamos sin distingos. Hablar fue lo primero que aprendimos; escribir vino después y, naturalmente, si no hay escritos no tenemos nada para leer. Lógicamente, la escritura precedió a la lectura. ¿Cuándo los seres humanos inventaron la escritura? La historia nos narra que la escritura comenzó muy rutinariamente en la Mesopotamia, allá por el año 3.300 a. C. y que es producto de la cultura sumeria. Tarea esta que fue seguida por los asirios, luego por los babilonios y más tarde por los egipcios. Pero,  como el afán del hombre por mejorar no se detiene, correspondió a los fenicios seguir bien adelante hasta llegar al invento del  alfabeto, que dio lugar al nacimiento de los alfabetos modernos. Contamos, entonces, con la escritura, que es la gran tecnología para la información y constituye el más rico material para almacenar la cultura.

Tercero: El vocablo derecho es un término excesivamente usado y repetido por todas las personas sin distingos del nivel cultural. Lo entienden como la idea de rectitud, de justicia y de legalidad, lo cual es correcto y, también, como la facultad de exigir y de reclamar. Ello es acertado. Pero al lado de esas formas de entenderlo, hay una disciplina denominada Derecho, que está integrada por preceptos morales y sociales, los cuales al ser sancionados por el órgano legislativo se convierten en normas jurídicas. A ello se le denomina ordenamiento jurídico. Esta disciplina está en toda la vida social, la rige, la envuelve con el propósito de lograr la justicia y el bien común. Ella es uno de los más importantes aportes que hicieron los romanos a la cultura del mundo occidental. Responde a la gran necesidad de acomodar y ordenar adecuadamente la vida en sociedad. Ese ordenamiento jurídico regula las relaciones de las personas, no solo entre sí, sino también con sus bienes, con el Estado y con los órganos de las demás instituciones. Allí están, además de nuestras obligaciones, nuestros derechos y garantías.

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