Desde la llegada por legítima vía electoral de fuerzas autodenominadas “izquierdas revolucionarias” al poder en Venezuela, en 1999, como sabemos sucedió antes en el Chile de Allende de 1970, no se había experimentado en el mundo un proceso tan absurdo como degradante del anhelo de instauración de una democracia perfectible, para superar la pobreza y la barbarie autocrática en América. El dilema de dictadura comunista versus dictadura militar, como únicas opciones o alternativas para nuestras sociedades, condujo a la indeseable respuesta dictatorial que encontraron para nosotros los que temieron, con razón o sin ella, el advenimiento comunista en éstas latitudes sureñas del mundo occidental. No olvidemos que por aquellos años sesenta la sociedad estadounidense aún se debatía entre sus fantasmas de ostracismo racista y un pujante movimiento de modernidad e igualdad político-social de géneros.

Para “contener” tal posibilidad de que se pintara de rojo el mapa en nuestros países de América Latina y el Caribe, media Europa pintaba así por los años sesenta, debido a la “guerra irregular” o lucha armada de guerrillas que propulsaba hacia Latinoamérica la Unión Soviética desde su satélite cubanocastrista. La única política exterior estadounidense que se consideró efectiva y se dispuso a actuar en aquellos años de para ellos Guerra Fría, fue la de no solo aupar sino, estratégicamente y tácticamente respaldar el arribo al poder de  criminales y tristemente recordadas dictaduras militares en nuestra región (no analizamos por ahora sobre otras).

Lo complejo de aquella etapa para lograr la democracia Latinoamericana, desde el afán de permitir que participaran muy disímiles factores de modos de concebir la organización democrática de la sociedad (incluso los antisistémicos que negaban su existencia) como la economía de mercado, los poderes públicos independientes, la cultura ciudadana de elegir libremente y la alternancia en el poder, es que no se había, ni se ha logrado aún asentar con eficacia el Estado de Derecho en Latinoamérica. Fundar así sobre un poder judicial realmente robusto e independiente, capaz de hacer justicia oportuna y de fortalecer al Estado monopolizador de la violencia para una auténtica defensa de la democracia. Igualmente para la legítima defensa del colectivo y de sus derechos individuales. Eso sí sería dar la respuesta a las naciones que queremos vivir en paz y en libertad, dentro un orden democrático fehaciente.

Como no se trata la «Cátedra Francisco de Miranda» ni mis artículos de andar “pastoreando nubes” por allá y por acá, o de realizar sesudos análisis que no aterrizan en  propuesta alguna o específica, les adelanto en éste que pienso nos ha llegado la circunstancia de lanzar la tesis de la refundación democrática venezolana, y latinoamericana, a partir de dos pilares fundamentales: a) el Poder Judicial, el cual nosotros tenemos actualmente en el exilio y b) nuestra sociedad venezolana y latinoamericana del conocimiento y de los valores que, desde afuera y desde dentro de nuestro territorio nos inteligenciemos para dar respuesta al acertijo en el que se ha convertido la actual comunidad internacional. Comenzando por la propia Organización de Estados Americanos. No hay secreto en ello. Las cartas están echadas. El verdadero dilema de transición a la democracia para Venezuela y recuperar Latinoamérica es o:  1) Estado de Derecho, nacional e internacional, que apoye el regreso de la justicia, o  2) rendición con colaboracionismo que acepte la impunidad criminal narcoterrorista, como precio de un falso entendimiento, y falsa paz que pudiera gangrenar todo el cuerpo del continente.

Si acudimos a nuestra propia historia, como testimonio imprescindible e inagotable, vendrán a la memoria aquellos dos generales de nuestro Ejército Libertador: López Contreras e Isaías Medina Angarita. Éstos favorecieron una suerte de transición del Gomecismo a la modernidad. Se dieron así los primeros pasos al reconocer a los partidos políticos e iniciar el diseño y acción de la construcción de una ruta institucional hacia la democracia. “Tensión creativa” y coraje de determinación por aquellas generaciones curtidas en la lucha por la libertad y la democracia. Ello nos trajo los frutos que cosechamos luego, a la salida de Pérez Jiménez hacia Madrid. A Betancourt no solo no le tembló el pulso sino que al denunciar luego en el ejercicio de su segundo mandato, el hostigamiento armado del castrismo contra el derecho democrático de nuestro pueblo venezolano a vivir en libertad, le propinó tremenda derrota internacional al comunismo, precisamente desde la OEA y más allá, estableciendo su doctrina de cero tolerancia hacia conspiraciones y manipulaciones comunistas.

La cosa no se trata de ningún desideratum irreal. No es escoger entre los que quieren seguir escuchando a Silvio Rodriguez, justificando lo injustificable de una pervertida dictadura castrocomunista, secuestradora de la libertad del pueblo de José Martí, y aferrada a aquella cobarde cancioncita del  “yo me muero como viví”. Tampoco fugarse para escuchar y aceptar los cantos entreguistas desde la cobardía de no obrar activamente frente a la evidencia del fracaso de tal sistema comunista. ¡Existe la alternativa de un mundo mejor para todos! ¡El cambio será posible si nos decidimos por el desarrollo de una nueva estrategia, para una mejor e inexorable democracia de fuerte canto justiciero, popular y libertario!

[email protected]/ @gonzalezdelcas.


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