Del cierre de RCTV al de Directv hay un común denominador: la destrucción de la libertad, la consolidación de una dictadura, cada día más inmoral y represiva. El pasado 27 de mayo se cumplió un nuevo aniversario del cierre de Radio Caracas Televisión. Han pasado 13 años desde que el rostro de la censura y del control de la comunicación, afloró con toda crudeza en el rostro de la camarilla militar y política, comandada por Hugo Chávez.

Este aniversario se produce, exactamente, en los días en los cuales se ha consumado el cierre de operaciones del sistema de televisión satelital de mayor penetración en Venezuela y en América Latina. La camarilla roja no solo ha forzado el cese de esas operaciones, sino que les ha tomado sus instalaciones, confiscado sus equipos, judicializado sus ejecutivos y congelado sus cuentas bancarias.

A lo largo de todo este tiempo la lista de agresiones a los medios de comunicación, a los periodistas y generadores de opinión, constituye uno de los expedientes más vergonzosos de censura y afectación a la libertad de prensa en el hemisferio occidental. Prácticamente en el campo de los medios radioeléctricos independientes y convencionales, no pasan de una docena los que aún mantienen operaciones. Trabajan bajo el asedio del régimen y profundamente afectados por la censura.

La lista de radios y televisoras cerradas, compradas por testaferros de los integrantes de la cúpula del poder, asaltadas y robadas por grupos afines, es tan amplia, que un artículo como este no permite relacionarlas, ni tampoco es el objetivo hacerlo. Solo pretendo resaltar la magnitud de la demolición efectuada, por quienes aún tienen la desfachatez de presumir como demócratas.

A ello debemos sumar el cierre de decenas de periódicos, forzados por el control de la dictadura sobre el papel. A la par que cerraban medios de comunicación independientes, el chavismo ha malversado una cuantiosa fortuna, de más de cincuenta mil millones de dólares, en instalar una superred de medios de comunicación  nacional e internacional, de todos los géneros; en pagar profesionales, asesores y especialistas para su permanente campaña de opinión pública.

En paralelo, la dictadura ha desarrollado una política de criminalización de la opinión. Desde connotados periodistas llevados a la cárcel, al exilio, a la ruina económica por el cerco financiero que se les ha montado; hasta modestos ciudadanos encarcelados por denunciar u opinar desde las redes sociales. La persecución y el hostigamiento para quien cuestione o piense distinto, ha sido una constante a lo largo de las dos décadas de presencia comunista en el poder.

Los autócratas no pueden tolerar la libertad. Ni la libertad de expresión y de opinión, ni la libertad económica, ni la de organización o participación política, mucho menos la de manifestación pública. Por ello, este tipo de personajes llevan a los pueblos, donde acceden al poder, a tragedias dolorosas.

La destrucción de las libertades, que hoy vivimos los venezolanos, ha sido un proceso desarrollado en un largo periodo de tiempo. Es menester extraer de ese proceso lecciones para las presentes y futuras generaciones. Una sociedad no puede tolerar la violación de ese derecho esencial en ninguna circunstancia. Se trata de un valor tan importante como el de la vida. Toda transgresión de ese derecho debe ser severamente cuestionada y castigada.  Muchos sectores de nuestra sociedad, en los primeros años de ejercicio del poder, por parte de secta militar comunista, fueron permisivos con las tempranas afectaciones al principio de la libertad.

Las lesiones arrancaron con la limitación de la libertad de organización, con la criminalización y destrucción moral de la disidencia política, con las violaciones de la libertad económica. Muchos pensaron que ese proceso no les afectaría. El tiempo ha demostrado que no ha quedado piedra sobre piedra. La barbarie roja ha demolido todo el edificio de la libertad. Y con esa demolición se ha producido la demolición misma de nuestra sociedad.

La libertad es un principio cardinal y transversal de la democracia. Al desaparecer, muere ella. Con su fallecimiento, deja de existir el Estado de Derecho. Entonces la mesa está servida para que tomen asiento los antivalores, los factores disolventes de una sociedad.  Sin Estado de Derecho el crimen se apodera de la vida social. La muerte, la corrupción, la violencia, la zozobra pasan a ser los verdaderos protagonistas de la cotidianidad. Se crea entonces, un clima de tal naturaleza que las personas, al adecuar sus vidas a esa dramática realidad, terminan inmersas en ella.

No otra cosa hemos presenciado y vivido en estos tiempos de “la revolución bolivariana”. Al cerrarse las ventanas de la libertad, al consolidarse la dictadura, la cotidianidad del ciudadano está estrechamente vinculada a la cruda realidad de una sociedad licuada. Se aprecia cuando personajes como Whilexy se convierte en el Robín Hood de Petare, o se celebra como un logro poder acceder a bienes esenciales a través de la coima, exigida por la nomenclatura que controla su limitada existencia. Se pone de relieve en la normalización de la informalidad y de la extorsión aplicada por toda burocracia.

El cese del servicio de Directv servirá para oscurecer más nuestra ya lúgubre vida social. Esa ventana, desde la cual podíamos observar la existencia de otra civilización, no estará ya disponible. La dictadura nos ha cerrado ya casi todas las ventanas. Serán muchos los venezolanos, para quienes el mundo y la vida será como la observan en la cotidianidad o como la exhiben los laboratorios de propaganda oficial.

Nuestra tarea de abrir ventanas, demostrar que otro mundo existe y es posible, será más difícil. Pero no podemos renunciar a hacerlo.

 


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