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Todas las dictaduras se caracterizan por su estructura modular. Una banda se dedica a la tortura, otra se ocupa de robar a mansalva a todo aquel que pueden expoliar, unos compran propiedades o empresas a precios de gallina flaca, los otros convierten a los organismos estatales en sus fincas particulares. Por lo general todos rinden tributo, de hinojos preferiblemente, al caudillo de turno, o, en su defecto, a la corte de lambiscones que habitualmente pululan alrededor de ellos.  Todo esto configura una suerte de sucesión de círculos infernales que tienen el común denominador de saberse impunes a cualquier barbaridad que se le ocurra cometer a alguno de ellos. Por algo son el poder.

El cesarismo venezolano no es la excepción. Es así como se ve al ahora “jurista” Maikel Moreno, encompinchado con cualquier malviviente que tenga acceso a él, despojar de su vivienda a una profesional a través de documentación forjada, para luego oficiar a un gobierno extranjero ordenando su extradición a Venezuela por estafa. Bien decía mi padre: Se tragan un burro sin quitarle la silleta y ni siquiera echan un eructo. ¡Ah!, y ese es uno de los interlocutores con lo que se pretende llevar a cabo negociaciones para un tránsito democrático. Lo más terrible de todo, si es que cabe, es que supe de un picapleito ampuloso, enquistado en la comunidad exiliada, que trató de avergonzar públicamente a la despojada por haber “robado” a una humilde mujer…

También hemos visto claudicar a familias con larga tradición en el escenario financiero ante los corsarios madurescos que encabeza el ahora preso caboverdiano. Hemos escuchado más de una versión sobre el encarcelamiento, sin juicio ni condena previa, de generales, diputados, exhombres –y mujeres– fuertes del régimen, y por ahí siga enumerando los casos que le vengan a la memoria. En muchas de esas detenciones irregulares la respuesta bajo cuerda ha sido: Ese es un preso de Fulano, o de Mengano, o de Perenceja; cuando no se oye: de Diosdado, Nicolasito o Cilia.

En todo caso la pregunta que me hago ante esta pandilla de buenos para nada, salvo para robar, abusar y asesinar a lo que sus reales ganas le den, es: ¿quién es el carcelero de Roland Carreño? Lo acusan de complicidad con la fuga de un  personaje que estaba más vigilado que el propio Maduro y cuya evasión era un escape anunciado, y al hijo de la zoqueta es al que le cobran la gallina que otros se robaron para su sancocho. ¿A quién le van a decir que nadie sabía nada? A todas luces uno de los “jerarcas” se sintió traicionado por sus compinches y pagó su calentera con el primero que tenía a mano. Es la única explicación para entender la prisión de este muchacho Roland Oswaldo, al que en su natal Aguada Grande siguen llamando Oswaldo, u Oswaldito. ¿Qué le cobran? ¿Qué ha desnudado con gracia y altura, como pocos, las miserias de esa plaga que nos azota desde fines del siglo pasado? Su columna “Gritos y susurros”, en esta casa, marcó pautas al reseñar compra de casas fastuosas, llegada en carrotes a los restaurantes, damas con carteras de 2.000 y 3.000 dólares, mientras estaban pregonando el socialismo, la solidaridad y la justicia social. Repito: ¿qué le cobran? ¿Quién aprovechó la coyuntura para encerrarlo? Si utilizaran su capacidad para hacer daño en otras cosas capaz que hasta algo se le podría reconocer a esta gavilla de inútiles con poder. Suelten a ese muchacho de una buena vez.

© Alfredo Cedeño

http://textosyfotos.blogspot.com/

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