Desde hace algunos días ha venido circulando por las redes sociales una lista de las empresas quebradas por la narcotiranía, encabezada primero por Chávez y ahora por su carnal Maduro. La leí una y otra vez y la verdad es que no hay datos incorrectos. Todas las industrias enumeradas, desde la estatal petrolera Pdvsa, hasta las desvencijadas instalaciones de la CVG, son un fidedigno reflejo de la manera como han sido arrasadas empresas cementeras, eléctricas, automotrices, de radio, prensa y TV, aseguradoras, lácteas, agrícolas, procesadoras de café, granjas avícolas, hatos, sembradíos, centrales azucareros, bancarias, franquicias, supermercados y miles de tiendas de centros comerciales.

La lista es enorme, según los voceros calificados de las instituciones que agrupan a comerciantes e industriales, ya van más de 9.000 empresas liquidadas. Algunas sobreviven porque sus propietarios, para cuidar las instalaciones y el nombre de su negocio, han venido trayendo dólares que tenían resguardados en el exterior. Ante la inestabilidad que presenta la economía y el deterioro de nuestro signo monetario, la gente trata de protegerse “guardando debajo del colchón” algunos ahorros. Así se ha ido paliando la escasez de divisas que dejan las exiguas exportaciones petroleras, hecho que resiente severamente nuestro desempeño monetario, teniendo en cuenta que somos en nuestro país cada día más dependientes de la renta petrolera.

Mientras tanto Maduro sigue jugando monopolio. Le quita ceros o le anexa, según cada jugada en ese casino financiero en que derivó el otrora prestigioso Banco Central de Venezuela. Nuestra moneda ya “tiene más nombres que un corral de vacas”, dirían en mi llano querido. Un día es simplemente bolívar, otro día bolívar fuerte, luego soberano y así vamos, de nombre en nombre, hasta sacar de la bóveda el enigmático y virtual petro. La devaluación es para Maduro una bendición, en contraste con las desgracias que acarrea a los ciudadanos venezolanos el envilecimiento de sus salarios devaluados. Maduro hace creer a los trabajadores que les llena los bolsillos de dinero, trabajadores que al salir del mercado sufren el trauma del fugaz hechizo de creerse millonarios. Eso no le produce a Maduro ningún escalofrío. Para él lo que cuenta es seguir usurpando el poder y Cilia le refuerza su indolencia, susurrándole al oído “recuerda que a falta de petrodólares, bueno es el oro”. Y Maduro ordena sacar hasta el último gramo de oro del Arco Minero. Porque, ciertamente, si no hay petróleo que vender, pues vamos a rematar nuestros metales preciosos.

Pero hasta allí no llegan las operaciones alternas. Otra fuente es el narcotráfico. Además, si producir un barril cuesta más de 20 dólares, un kilito de coca se vende en 30.000 dólares. “Eso sí es un negoción”, exclama Diosdado. La verdad es que en Venezuela funciona un narcoestado. Porque las instituciones son parte del andamiaje de ese negociado diabólico. Autoridades que facilitan la construcción de pistas clandestinas donde aterrizan y luego despegan aeronaves cargadas de coca. Porque se utilizan las instalaciones militares y policiales para facilitar las operaciones en puertos, aeropuertos y carreteras, para luego poner a funcionar la “lavandería de esos capitales ilegítimos”.

Otra reserva financiera está en “las caletas de la corrupción”. Los números varían, pero la suma total rebasa los más de 400.000 millones de dólares robados a la nación. Esos ladrones no son compasivos, ni tienen ninguna influencia de Robin Hood, que robaba para después repartirlo entre los humildes. Nada de eso.

Lo cierto es que tanto el dinero acumulado por la transnacional del narcotráfico como los dólares que obtienen una vez que el oro llega a Turquía, además de los “ahorros de la corrupción”, son colocados en ese trapiche tintorero que trata de legitimar esas montañas de dinero sucio.

Por último, me referiré a las remesas. Esos envíos de ayuda familiar que provienen desde todos los confines del mundo con destino a Venezuela. Son los dólares más sudados que ingresan al país. Divisas, fruto del esfuerzo de millones de emigrantes que se fajan muy duro para ganarse “el pan nuestro de cada día”.

Entretanto, la tragedia se prorroga. No habrá posibilidad de superar esta desgracia mientras Maduro y sus compinches continúen usurpando el poder. Maduro es en sí mismo la tragedia. Es la causa de la pérdida de seguridad, de confianza y de estabilidad en todos los órdenes de la vida nacional. Saliendo de Maduro será posible iniciar el tránsito hacia la paz y el progreso. No tengo la menor duda.


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