No es casualidad que hayan sido los mandatarios de México, Colombia y Bolivia los que más lamentaron la salida de Castillo de Palacio de Gobierno. Tampoco es atrevido decir que AMLO, Petro y Evo hubieran aplaudido de pie y defendido a capa y espada a Castillo Terrones si su golpe de Estado hubiera tenido éxito.

Podríamos especular que se trata de un apoyo entre presidentes de izquierda latinoamericanos. Sin embargo, ni el comunista Gabriel Boric de Chile ni el mismísimo Lula Da Silva de Brasil han desconocido la constitucionalidad de la presidencia de Dina Boluarte ni se han sumado a la nefasta retórica que victimiza a Terrones, como si a él le hubieran dado el golpe.

¿Por qué se empeñan tanto estos mandatorios extranjeros en mantener a un personaje como Terrones en el Gobierno de Perú?, ¿Es razonable pensar que AMLO destruyó una historia de buenas relaciones diplomáticas entre México y Perú simplemente por ser de izquierda?

Desde esta columna, consideramos que la faceta izquierdosa de estos nefastos socialistas del Siglo XXI es un distractor. Hay intereses más oscuros detrás y hoy hablaremos de uno de ellos: el narcotráfico.

El potencial aprovechado

Nuestros países comparten muchas cosas, entre ellas, el potencial para la proliferación del narcotráfico. En el caso de Perú, Bolivia y Colombia, las condiciones geográficas óptimas para el crecimiento de la hoja de coca coinciden con áreas que, históricamente, jamás han tenido una presencia estatal sólida.

México, por su parte, además de tener un territorio gigantesco, con montañas y desiertos también históricamente abandonados por su respectivo gobierno, tiene esa gigantesca frontera con Estados Unidos. El mercado que tienen al otro lado del río Grande es el de la primera potencia mundial, ideal para realizar grandes negocios lícitos e ilícitos.

Este potencial viene siendo aprovechado por organizaciones de narcotraficantes que cumplen distintas funciones en la cadena de producción y distribución de la cocaína. Desde hace décadas y hasta el día de hoy, la tendencia es que estas organizaciones sigan proliferando y fortaleciéndose.

El informe del 2021 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) indicaba que el área de las zonas de cultivo ilegal de coca en Perú estaba en sus niveles máximos históricos mientras en Bolivia y Colombia la producción crece anualmente en cifras de dos dígitos.

Los políticos

Las organizaciones vinculadas con el narcotráfico acumulan tanta riqueza que se dan el lujo de poner a funcionarios en sus planillas. Desde policías hasta presidentes, los destapes de casos de políticos y funcionarios trabajando para el narcotráfico son interminables, ¿Cuántos serán los casos que no conocemos?

Sin embargo, también es posible que hoy haya políticos que, más que ser operadores o empleados de los grandes carteles, sean sus líderes, creando una sinergia entre el dinero y el poder paramilitar de los carteles de siempre y las instituciones estatales en control de estos oscuros personajes.

No sabemos si AMLO, Evo o Petro son operadores del narcotráfico o líderes de sus propios carteles. Lo que sí sabemos es que, tanto en sus declaraciones como en sus acciones, estos mandatarios han favorecido la proliferación y la expansión del narcotráfico a niveles históricos en países propios y ajenos y con un nivel de coordinación y organización sospechosamente alto.

¿Será posible que el sueño de la “Gran Patria de Bolívar” sea un eufemismo para la formación de un narcoimperio latinoamericano? Como dicen, piensa mal y acertarás.

Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú.


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