Ilustración de una contradanza

La necesidad de indagar en los inicios de la danza escénica venezolana, conduce hasta los salones de las residencias de las encumbradas familias del siglo XVIII. El músico y musicólogo Juan Francisco Sans ofrece algunos indicios necesarios para esta investigación en su ensayo El son claudicante de la danza (Revista Bigott, número 50, agosto – septiembre de 1999), a través del cual aborda la importancia de los bailes de salón en el devenir histórico de la música y la danza en el país.

Este texto refiere como el minué de origen francés, y la contradanza de ancestro anglosajón, galo e hispano, cobraron en ese ámbito especial auge. Asimismo, indica que del último género citado devino la danza como exponente de baile social, de algún modo relegado por el claro predominio del valse durante el siguiente siglo. El valse y la danza, expresiones gestuales de una élite, aunque con claras referencias en el ademán popular, vivieron procesos de adecuaciones autóctonas llegando a ser considerados como bailes nacionales.

Celebrados compositores venezolanos del siglo XIX crearon numerosas obras dentro de estas formas musicales, advirtiendo Sans la confusión terminológica que estas pudieran traer consigo, según se aborden desde el punto de vista estrictamente musical o esencialmente coreográfico.

Los bailes de salón de Venezuela brillaron incluso en la exaltación de grandes héroes como El Libertador Simón Bolívar, entusiasta danzante, de acuerdo con algunos historiadores. Así lo refiere José Antonio Calcaño en el libro La ciudad y su música (Fundarte, 1981):

“En algún escrito se lee que el Libertador bailó valses, pero no se conoce si fue una ligereza de algunos autores. En todo caso, lo que más se interpretaba en sus tiempos era la Contradanza, nacida en Inglaterra desde 1600. Su nombre viene de country-dance. Todavía se conserva la titulada ‘La Libertadora’, que fue dedicada a Bolívar cuando su entrada triunfal a Bogotá en 1819”.

Baile de salón. Tomado de Contradanzas de Manuel Saumell

Marisol Ferrari en su cuaderno de investigación titulado “La Contradanza” (Azudanza, 2011), señala que este manera danzaria “fue la preferida en las fiestas sociales y actos de festejos por los triunfos militares del Ejército Libertador. Las parejas se ubicaban en filas como a la inglesa, con un estilo de danza sereno y gentil”.

Juan Francisco Sans señala que el valse como expresión de danza surgió a partir de composiciones musicales preexistentes nombradas del mismo modo, a la usanza de otros bailes nobles de la misma época:

Walze es el término alemán para mandil o calandria, un cilindro que gira su propio eje. Este nombre es una metáfora evidente de coreografías de parejas enlazadas que comenzó a bailarse a finales del siglo XVIII en las cortes europeas, que consistía precisamente en girar sobre su propio eje al compás de la música del länder. Fue tal la popularidad del nuevo género coreográfico, que los compositores comenzaron a sustituir los länders originarios que les servía de base musical por obras especialmente escritas para la ocasión llamándolas walzer, pasando de este modo el término a definir un género musical”.

José Antonio Calcaño indagó en los orígenes extranjeros del valse venezolano y sus específicas cualidades que lo convirtieron en una expresión nacional:

“Podemos estar seguros de que fue en el tercer cuarto del siglo XIX cuando se impuso el valse entre nosotros. En Venezuela, como sucedió en otros países latinoamericanos, el valse adquirió una riqueza rítmica desconocida en Europa. Fue, indudablemente, una labor anónima de nuestro pueblo la que dio este resultado. Los ejecutantes populares, al adoptar el valse, fueron incorporándole diseños rítmicos del joropo, elementos del seis por ocho de algunos bailes españoles o nativos, del tipo del zapateado, y, además, toda una serie de síncopas de origen tal vez africano, y no sabemos hasta qué punto de fuentes indígenas. Toda esa amalgama ha debido producirse al correr de los años entre la época de los Monagas y la de Guzmán Blanco, y así llegamos a tener en el valse criollo una diferenciación de diferentes ritmos y hasta de diferentes compases, que hacen  en nuestro valse una especie de contrapunto de ritmos”.

Baile de cuadrilla, Inglaterra, 1820

Se tiene como punto de inicio de la danza artística en Venezuela el arribo al país a partir de la segunda mitad del siglo XIX, todavía en los tiempos cruentos de la Guerra Federal, de bailarines extranjeros provenientes de Europa pertenecientes a compañías de ópera, opereta y zarzuela, así como a conjuntos de danza española, que se aventuraban en intrépidas giras por América Latina.

Antes, cerca de 1837, se encuentra la referencia del actor y bailarín hispano Francisco Robeño, quien fundó una escuela de danza de la especialidad, ubicada en la calle Zea, cercana a la esquina Colón de Caracas, uno de los primeros indicios de este tipo de instituciones en el medio nacional.

Las cuatro primeras décadas del siglo XX constituyeron los antecedentes más inmediatos de la presencia danza escénica profesional en Venezuela, tiempo de esforzadas experiencias fundacionales dentro de la danza tradicional popular teatralizada, una incipiente danza académica y la novísima danza moderna, en manos de bailarines extranjeros que arribaron al país para convertirse en maestros iniciadores, así como de algunas de sus visionarias discípulas. La segunda mitad de la centuria traería el desarrollo y la profesionalización de esta disciplina.

Entre la contradanza, la danza y el valse de los grandes salones y la configuración de los distintos géneros, estilos y tendencias que han orientado a la danza escénica venezolana, media una excitante historia todavía por indagar.


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