La pandemia ha puesto de manifiesto que el sistema alimentario mundial ha servido más para engordar la codicia que para satisfacer las alimentarias de la humanidad. El rompimiento de las cadenas de suministro provoca que mientras los agricultores se arruinan con las cosechas en los campos, los consumidores están frente a pocos y costosos productos. En iguales circunstancias están los productores y los consumidores de carne, pescado, leche y huevos.

Este fenómeno de la crisis de las cadenas de suministros como consecuencia del virus afecta de manera parecida a todo el sistema productivo mundial que dependía de las interconexiones globales. De esta manera, en aquellos territorios que ofrecían insumos baratos, incluyendo la mano de obra, concentraron la producción de los componentes; entre tanto, los lugares centrales asumían el ensamblaje final, las marcas y el control del mercado.

El sistema mundial se globalizó para satisfacer principalmente las exigencias de la codicia de las organizaciones financieras y las grandes corporaciones. Es cierto que los enormes avances en ciencia y tecnología y en los sistemas de información incrementaron la productividad, pero tal como se puso en evidencia en la crisis financiera de 2008 y en especial en la actual, esos avances tenían los pies de barro al concentrar la elaboración de partes en lugares diversos y especializados, deteriorando la seguridad de suministros locales, erosionando la autonomía de los lugares y propiciando una enorme dependencia planetaria para la producción de cualquier bien o servicio.

En el caso de la agricultura, las semillas provienen de diversos sitios y proveedores, los agroquímicos de otros, y así la maquinaria y equipos, envases, transportes, mano de obra y, en fin, una deslocalización de procesos que ahora en estos tiempos que se viven no funcionan, con las consecuencias anotadas. Y así lo sufren los productores de equipos electrónicos, de muebles, textiles, automóviles y, más grave aún, de medicamentos.

Ahora se despliegan iniciativas para conectar más directamente a los productores y consumidores, llevando por ejemplo alimentos frescos de la granja a la familia, pero también exquisitos platos de los fogones a las mesas hogareñas, libros del escritor al lector, muebles de la carpintería a la casa. A otra escala y a título de ejemplo el componente de un electrodoméstico del proveedor local o cercano a la línea de ensamblaje y de aquí al usuario, y así con un equipo de electrónica o un vehículo, con los cual los enormes costos de transporte bajan sustantivamente.

Son muchas las voces autorizadas que registran esta tendencia en plena pandemia y pronostican que será uno de los arreglos que se esperan en el mundo. Incluso las entidades multilaterales, hasta hace poco furibundas globalistas, rectifican sus recomendaciones y ahora plantean “volver a los orígenes” mediante un proceso conocido como “reshore”, que no es otra cosa que producir la cadena de suministros cerca de donde se encuentra la empresa matriz, generando valor al lugar, creando empleo local y utilizando los recursos cercanos. Ya se registran grandes movimientos de empresas que regresan a sus países y regiones con todos sus stakeholders o entidades relacionadas.

En estos procesos adquiere notable importancia el mejoramiento de los entornos locales, la mejora sustantiva del llamado capital social, de la calidad de vida del lugar, la cualificación de su gente, el mejoramiento de los sistemas de información, el desarrollo de plataformas digitales que puedan agilizar los datos a los distintos elementos de los sistemas productivos descentralizados.

Todo esto va acompañado de la revalorización de los espacios cercanos, íntimos, como la casa, el lugar y la ciudad, como territorios donde discurre la trayectoria vital de cualquier ser humano. De manera que si la economía se “lugariza”, con mayor razón la vida humana. La puesta en valor de lo local es una de las realidades que nos esperan, sin despreciar las ventajas de la globalización del conocimiento, de la ciencia, la tecnología y la información, aunque también sucede la localización de muchas de estas tendencias: conocer más y mejor lo local, hacer más denso el capital social de las localidades, lugarizar las plataformas digitales y demás.

Es importante anotar cómo esta pandemia, que ha sumido a la humanidad en una grave crisis, puede a la larga producir un modelo de desarrollo más humano y, con ello, hacer más factible la Agenda 2030 y el cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo Sostenible.

 


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