Principiando, el régimen deseó también confrontar a la oposición en el terreno social, avanzando con una estrategia electoral que le permitiera movilizar y dominar a las entidades más representativas. Los nuevos inquilinos de Miraflores decidieron una definitiva ofensiva que les permitiera el dominio absoluto de la Confederación de Trabajadores de Venezuela, aún sin fuerzas suficientes para tomar o crear otra central, iniciando así la escalada de control respecto a todas las sociedades intermedias, por supuesto, dando al traste con un bastión simbólico y político del puntofijismo de sus más caras obsesiones.

El oficialismo de una agresiva prepotencia se estrelló en el Waterloo sindical, como no lo imaginaron los más entusiastas propulsores que apostaron por los funcionarios cual ejército de reserva que, por siempre, les ha servido para todo lance. Y la derrota obligó a una rápida reorientación del conflicto polarizador, quizá convencido Chávez Frías de haber caído en una vanidosa tentación peronista, cuando ya estaban abiertas las puertas del frío modelo fidelista.

Siendo necesaria la domesticación de todas las corrientes y fuerzas que alguna vivacidad demostraran, por muy atemorizadas que estuvieran, juzgaron necesario congelar la directiva de cualesquiera expresiones societarias y, así, el Tribunal Supremo de Justicia  perfeccionó la jugada imposibilitando todos los comicios fundados en el libre sufragio personal, universal, directo y secreto. Precisamente, la última década ha sido la de una celosa y políticamente rentable administración de la fórmula que, a la vez, permita incriminar en lo posible a los antiquísimos y desgastados directivos por la descapitalización y ruindad de sus gremios.

En los días que corren, como si de los vistosos conciertos con artistas importados se tratara, hay una cierta tendencia hacia la falsa normalización de la sociedad civil, ahora, apenas, organizada al permitirles celebrar sus elecciones, o, al menos, negociarlas, porque no hay ni habrá ninguna que pueda prescindir de la injerencia abusiva del Estado, encarnada por el Consejo Nacional Electoral. Al respecto, se ha sabido de eventos postergados en varios colegios profesionales y, sobre los realizados, como el de los estudiantes o egresados de muy escasas universidades, cuentan con el peso de una probable y arbitraria anulación oficialista de no prosperar el camino de la judicialización, por la inconformidad manifiesta de determinados concurrentes.

Los hay de buena fe, impulsando decididos toda consulta electoral que permita el régimen, entre los intersticios de una realidad sofocante, pero también los de una dudosa o mala fe en provecho de las circunstancias. Cuales peones de un inmenso y complicado tablero de ajedrez, sin que sepamos de qué lado se encuentran, como si fuese una pieza del diseñador Guillem Casasús, planean un pivote burocrático aquellos que no movieron un dedo para protestar el allanamiento de la Universidad Central de Venezuela; continúe o no el régimen, la posición conquistada dará sus dividendos.

Nadie ha negado la necesidad de hacer las elecciones en lo que sea posible, ahora mismo, pero entendemos también que las condiciones no son las muy propicias para que sean decisivas y eternos sus resultados. De modo que, haciéndolas, como es deber de no desmayar en el cívico combate de cada día, una vez superado el régimen, antes o después de renovados los órganos del Poder Público, serán necesarísimas las elecciones masivas y legitimadoras de universidades, sindicatos, empresariales, colegios profesionales, partidos, asociaciones vecinales, clubes recreativos y afines, con independencia absoluta del Estado.

Lo que está acaeciendo en la actualidad, con las minoritarias, dispersas, aisladas y, a veces, anecdóticas faenas electorales de la sociedad civil, resistidas o no a la intervención del CNE, por un lado, ilustra una cierta normalidad que no todos la saben engañifa y estafa y, por el otro, revela una dramática falta de conducción política nacional, orientada a la derrota de los opresores. Vale decir, a un vacío de liderazgo político y moral, más allá del partidista.

@luisbarraganj


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