“En tus aulas dejo mis huellas,

un sueño colorido y jovial,

en mi escuela formadora de estrellas,

agradecidos por tu Gran Bondad”

Himno a Juan Germán Roscio.

La Ley de Universidades claramente las define como una comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de la búsqueda de la verdad, y afianzar los valores trascendentales del hombre, nunca una definición ha estado tan cercana al rol que cumplen las universidades en el desarrollo de la actividad de la sociedad. En cuanto es en ese objetivo de la búsqueda y procura de la verdad y el fomento de los valores y virtudes del hombre que se sostiene el tramado social, el crepitante brillo de las virtudes ciudadanas para el ejercicio de la vida ciudadana, el fomento al empleo de un lenguaje estéticamente estable desde la sintaxis, para la construcción de cadenas de causalidad y argumentación de la posterior verdad son el sustento por antonomasia del proceso de forjar la verdad como paradigma de marco social.

Nuestras máximas casas de estudio literalmente parieron a la República. Esta se construyó con el insuflo de su claustro, en la firma de nuestra Acta de Independencia figuran las rúbricas de ilustres miembros del claustro de la entonces Universidad de Caracas, hoy Universidad Central de Venezuela. La República de Venezuela es una consecuencia de sus universidades, del germen de la Ilustración que ya se hacía latente en la formación del paradigma de esos primeros patriotas, que junto a Roscio redactan nuestra Acta de Independencia. La universidad entonces formó en las mentes de aquellos primeros ciudadanos el fundamento para entender el paradigma de las ideas de la Ilustración, la igualdad, la fraternidad, los derechos del hombre como criatura independiente, es decir, los sucesos políticos de aquella modernidad incipiente se discutían en las aulas de la Universidad de Caracas, y sus profesores acompañaron la gesta de independencia, un detalle que mantiene indefectiblemente unidas a la Universidad con su República, de allí las universidades son el alma de la cosa pública, la madre de las almas colectivas, las escuelas de ciudadanía y de divergencia para la procura de la verdad, todas hacen mención a la luz del saber, ese que no prosigue la oscuridad del halago del acólito, sino la adhesión por principios a las causas justas, sustentadas en la razón y no en las pasiones o pulsiones viscerales.

Nuestro país en su período republicano e institucional del año 1958 al año 1998, gozó de un verdadero proceso de expansión de las universidades y centros de formación universitaria, la universidad venezolana, libre autónoma e independiente, fue un verdadero impulsor de la progresividad social, en sus aulas la manera de ver el mundo se hacía plural, diversa, amplia, tolerante, sus campus tierras de todos, lugares de alegrías, de pasillos concurridos, de generaciones que ingresaban ávidas de conocimiento e inquietas para recibir formación, la misma formación que en algún momento se hizo muy metodológica, y por ende fue escindiéndose de sus características de índole propensa hacia la verdad y el deber ser de las virtudes; este aspecto, aunque a veces dejado a un lado, produjo un hondo quebrantamiento en la procura de la búsqueda de la verdad, la hizo líquida y relativizo la moralidad, creando intersticios y fisuras por las cuales la Bildung podía entrar en catatonia y dejar todo en manos del Techné, justamente esa falencia produciría talento sin probidad, eficiencia sin diques morales y la toma de la verdad.

Nuestras universidades tampoco fueron arcadias pastoriles, llenas de inocencia y bondad o santuarios exclusivos del saber, templos en donde solo privaba lo académico la idea disruptiva. La fractura del orden institucional minó sus aulas, y así los ministros y altos jerarcas de estos años mustios que se iniciaron en 1992 con dos intentos de golpes de Estado sangrientos, y la posterior toma del poder de la mano de un discurso avieso, salieron de los grupos de anarquistas quienes hacían uso de la institución para hacer activismo político desde la radicalidad de la izquierda, así pues, la generación de las capuchas, los disturbios violentos, la toma por la fuerza, discurría como un aceite rancio que sería el lubricante de esta maquinaria perversa que terminaría por hacer naufragar a la universidad, retomando ese terrible descuido de la formación metodológica por encima de la formación ética y moral, las universidades en el país fueron presas de sus verdugos, formados desde sus entrañas con el auxilio de presupuestos que, a diferencia de las innominalidad actuales, permitían becar al mal.

El mensaje y la narrativa del chavismo siempre fueron repudiados en el seno de las universidades, sus discursos reduccionistas siempre se toparon con la respuesta racional y aleccionadora de la verdad que se construía en la universidad. Retar al poder cuando este es total y perverso, trae consecuencias, y el nombramiento   de Tibisay Lucena, la rectora de las “tendencias irreversibles” del Consejo Nacional Electoral, tendencias estas que a todas luces y de acuerdo a lo manifestado desde el exilio por el señor alias el Pollo Carvajal, no tenían tal nivel de suficiencia y eficiencia; las declaraciones de este reo de la justicia española podrían ser un pase de factura, lo grave es que tanto la ministro para la Educación Universitaria como los miembros de la comisión presidencial, son miembros del claustro universitario, lo cual reafirma la tesis de que los peores enemigos de la universidad residen en sus entrañas, y desde allí la lograran desmantelar, pero aunque así sea debemos y tenemos el deber moral de denunciar este artero golpe en contra de la autonomía universitaria.

La política es semiología, símbolos, y la presencia de Nicolás Maduro intentando parapetarse en un pupitre, embutiendo su cuerpo en los límites entre el asiento y el espacio para la escritura, no se debe responder con infundios y menos con procacidades, de nada sirve recordar que él no ostenta los galones académicos para el ejercicio de sus altas funciones, eso le tiene sin cuidado, le es nimio, es más, las procacidades que embridan pobreza del léxico le confieren una victoria, pero el verdadero símbolo es la toma sin oposición, escindiéndole a la comunidad universitaria la posibilidad de contar con una narrativa heroica a guisa de la noche de los bastones largos en la Argentina de Ongania, es la demostración de la toma silente de la universidad, al hacerla comatosa por la vía de la asignación de exiguos presupuestos, de ridículos salarios que condenan a la parálisis a los profesores y producen ese estado de estética de la desesperanza en sus espacios físicos, así pues, destruida por insuficiencia en funcionamiento y equipamiento, se podría simular que por la vía del rescate patrimonial, la ahora revolucionaria ministro y su comisión presidencial ofrezca a la comunidad unas instalaciones recuperadas de las garras de las autoridades perversas, aunque jamás se aclara que las autoridades universitarias han sufrido toda suerte de presiones, agobios y limitaciones presupuestarias.

La toma de la universidad venezolana no requirió mover contingentes militares, provocar protestas o solidaridades inmediatas con su claustro literalmente extinto y famélico, ahora diezmado por la pandemia, solo se impone la tesis de la banalidad del mal, hacer laxa la perversión y simbólicamente demostrar que ahora el presidente obrero y su comisión preñada de buenas intenciones pondrá orden en la Universidad Central de Venezuela y en todas las universidades. La toma de las casas de estudio es una portentosa victoria, con su conquista se destruye el contradiscurso, se limita a la verdad y se allana el camino para una universidad comunitaria, en la cual la pobreza y la inamovilidad social estén integradas a los pensa de estudio.

En ese acto en el cual Nicolás Maduro se paseaba con su nueva ministro acompañados de la comisión para el rescate de la Universidad Central de Venezuela, se indicaba que se revertirían los años de daño infligido a las mentes de las juventudes venezolanas, es menester aclarar que el único perpetrador de este nivel de daño antropológico que hoy exhibimos en un techo de pobreza insuperable, es la andanada de maldades perpetradas desde el alto gobierno, justamente la revolución ofreció un hombre nuevo y produjo un homo saucius o enfermo, pobre en lo material, en el léxico y en lo espiritual.

Esta columna es una advertencia de las amenazas que enfrentaremos en todas las universidades, justo cuando se está planteando una reforma a la Ley de Universidades, el razonamiento y la diversidad son incompatibles con una ideología que propugna el odio como vía de solución a los problemas sociales, tal vez sea este uno de tantos otros llamados aislados, pero por ahora, en medio del horror, me reivindica ante la historia, con mis estudiantes y con la Universidad.

Ya secuestraron el poder, nos hicieron miserables, produjeron la segunda mayor diáspora del planeta, una más dolorosa que la de Siria, pues la nuestra no cuenta con apoyos financieros; vapuleados, escindidos de guía y de futuro, somos una sociedad expropiada de bienestar, de virtudes y de progresividad, en esta confusión colectiva, en medio de este naufragio colosal, la pobreza y rigidez de la lengua permitieron hacer torvo el pensamiento, anquilosarlo, retardarlo suspenderlo y mutilarlo. No nos puede extrañar que el socialismo, que presume de ser un joven y es un parricida que asesina a su madre la República y secuestra a su hermana la libertad, no aspirase a un nivel de perversión mayor que el pulverizar el alma de la  República, escindirnos de la Universidad es fracturar el vínculo entre universidad y República, a los fines de producir una suerte de hipérbole en el interés antihistórico y aislacionista de recrear una suerte de nueva Kampuchea tropical, con un Olimpo para la figura personal de Chávez y el adefesio de la universidad colectivista o comunitaria, el lumpanato de toda la sociedad.

Hacernos pobres materiales, de léxico de espíritu y además mutilar el alma republicana de la nación, tomando por asalto y de manera aviesa a la casa que vence las sombras; en la oscuridad, y bajo el abrigo de Leto la noche, irrumpieron en la casa que vence a la penumbra, para en una suerte de oxímoron que produce daño, enrostrarle a la casa de la claridad, la que siempre vence las sombras, que su oscuridad que es la nada, supera la posibilidad de crear luz, progreso, beneficio y progresividad.

Ya lo habían hecho con el Aula Magna, en donde las nubes de Calder no fueron capaces de ser diapasón de este horror; ahora en medio de la penumbra, bajo la complicidad de la oscuridad, se pasean cual heraldos del nihilismo maligno, en los predios del “Pastor de Nubes” de Jean Arp, ya ese pastor no podrá soñar, llevar un redil de nubes en cada sueño bajo azules boinas y negras togas, sino que sobre el pende la amenaza de la comuna, la oclocracia y el nombramiento de autoridades universitarias que estén al servicio del mal, sin Bildung ni escala moral, solo con intereses crematísticos que ven con ávida crueldad cuál será su turno para ser ungidos en cargos de autoridad por el omnipotente presidente obrero, total, en este escombro de país el cargo habilita.

La tiranía reina sobre el silencio, la anarquía sobre la confusión; solo la libertad reina sobre el pensamiento”

Cecilio Acosta

“No queremos que la tiranía, que busca tinieblas, tenga adoradores, ni la ignorancia, que la sirve, prosélitos»

Cecilio Acosta

 


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