Justo cuando se presentía un olor a muerte, en la plataforma nacional del cine, han surgido nuevas propuestas de streaming que permiten visibilizar las películas que no llegan a la cartelera, bien por la cuarentena o por la censura del CNAC de Roque Valero, quien se quedó con las ganas de impedir el estreno de Infección, pues la audiencia venezolana podrá pagar para verla desde el 31 de julio en el portal de Clickacine, uno de los emprendimientos digitales que nacieron para contrarrestar la mala racha de la industria local.

Antes el país recibió la noticia de la llegada del Trasnocho en su versión web, donde hemos superado las barreras del distanciamiento que impone el confinamiento, logrando disfrutar en casa de una oferta rica en contenidos diversos.

Mérito de sus programadores y diseñadores, que conducen personas sensibles y conscientes de la necesidad de resucitar al medio, de la importancia de apostar al futuro.

Así el equipo que lideran Solveig Hoogesteijn y José Pisano, entre otros, debutaron con éxito en días recientes, a través de su parrilla en línea.

Juntos organizan la difusión de clásicos, talleres y hasta festivales gratuitos, armonizando creativamente el objetivo de rentabilizar el negocio con el compromiso loable de acompañar a su audiencia en un momento tan difícil.

Los espectadores resienten la falta de las cadenas de exhibición, a consecuencia de los estragos del covid-19.

Las salas todavía luchan por conseguir la autorización que les permita operar a menos de la mitad de la capacidad, para sobrevivir a la durísima crisis de 2020.

Las empresas del sector esperan por una luz verde que permanece apagada en el mundo, con variantes, a causa de la ola de pánico del coronavirus.

Automáticamente, el público perdió una ventana indispensable para el entretenimiento, la aspiración y el sano desahogo.

A ello tenemos que añadir el impacto psicológico, el trauma, el luto que supone dejar a un país sumido en la oscuridad de las caídas de la luz, el Internet y la televisión por cable.

Los niños, los adultos y los ancianos sufren, por tanto, un trastorno en sus hábitos de consumo, incentivando cuadros de ansiedad, depresión, estrés y bipolaridad.

Por consiguiente, el contexto adverso justifica la oportuna creación de los clones criollos, de los homólogos de Netflix y Amazon, ofreciendo la oportunidad de comprar el acceso a un filme hecho en casa, por la módica suma de dos a tres dólares. Un precio solidario, que llaman, ajustado al promedio internacional y a la calidad del menú de largometrajes que se quemaron en la cartelera, por las carencias del mercado interno.

De suerte que los componentes de la diáspora tendrán la oportunidad de ponerse al día con los estrenos de la pujante esfera nacional, gracias a la impronta de proyectos independientes como Clickacine y el próximo experimento de los amigos de Veloz Producciones.

Se cancelaron los planes de los que soñaban con centralizar por siempre la transmisión y comercialización de los trabajos audiovisuales del país.

Las pesadas intermediaciones y las negociaciones burocráticas de los entes prohibitivos, han sido conjuradas y subsanadas por el contacto directo, por la proximidad inmediata.

Los dinosaurios lloran y sienten nostalgia. Dejémoslos que se hundan en su fango de mediocridad.

En el cine venezolano se ha desplomado un muro de Berlín.

Ojalá traiga verdaderos vientos de cambio para todos.

Que no se limite a un mero gesto gatopardiano.


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