Como ya lo he dicho en otros artículos, “la protesta ciudadana masiva” se está convirtiendo es un movimiento global que nos invita a reflexionar sobre por qué los ciudadanos se están volviendo más exigentes y cuál es el modelo de gobierno para el futuro.

Las imágenes apocalípticas sobre las distintas protestas en diferentes partes del mundo nos reconfirma que los ciudadanos se están cansando de la falsa democracia, la corrupción y la indolencia de los gobernantes que ejercen la política sin escrúpulos, con una fría percepción de la realidad.

Desde Hong Kong hasta la Patagonia se exige más eficiencia, flexibilidad, transparencia y cercanía, principios que pertenecen a la gobernanza corporativa más que a la política. A nivel mundial, pero especialmente en América continental, la confianza que debe existir entre la ciudadanía, los partidos políticos y el Estado se encuentra en un vertiginoso deterioro; sin temor a equivocarme, estamos viviendo la primavera de la antipolítica.

Después de 2.500 años ha llegado el tiempo de repensar el llamado “gobierno del pueblo”. La democracia como forma de gobierno surgió para superar la oligarquía y la tiranía. Hoy, las tiranías llegan al poder a través de las herramientas de la democracia y luego hay que destruir la democracia para salir de las tiranías.

Del contexto global aterrizamos en Venezuela, donde la crisis es compleja y profunda; sin embargo, existe un fenómeno curioso que tiene a expertos y analistas preguntándose por qué hay protestas masivas en todo el mundo menos en Venezuela, ¿cuál es la diferencia con Chile, Hong Kong o Colombia?

Más incomprensible aún es que, de acuerdo con el Observatorio de Conflicto, hasta el mes de octubre de este año se han registrado 1.739 protestas en comparación con las 1.418 que se dieron en octubre de 2018, es decir, sí hay un reclamo social que no ha podido ser capitalizado ni masificado por los sectores de oposición, el por qué lo dejaré a su análisis.

El efecto mariposa que se esperaba con Bolivia no llegó en la convocatoria del 16 de noviembre, atrás quedaron las grandes faenas de 2013, 2014 y 2017.

La oposición que se reúne en torno a Juan Guaidó (los defino oposición 23E) están viviendo una especie de enfriamiento por la pérdida del momentum político; mientras tanto, Nicolás Maduro avanza en el cumplimiento de la receta china: estabilización y normalización, la cual incluye algunos capítulos escritos por expertos rusos. Se equivocan quienes creen que el “libro de buenas prácticas” viene de Cuba, los isleños quedaron para la estrategia y el monitoreo político.

Después de casi un año, la ruta del “gobierno Interino” no ha dado frutos por diferentes causas que se pueden resumir en cinco aristas: 1) Desgastaron el capital social, cansaron a los ciudadanos con marchas y acciones sin propósito estratégico; 2) Apostaron por recetas fáciles y premisas falsas, esto los hizo perder credibilidad ante los aliados, los alejó del potencial que todavía existe en la base chavista y la FANB; 3) Irrespetaron la fuerza militar, utilizando acciones y un discurso incoherente, por un lado los llaman ladrones y asesinos, piden el peso de las sanciones, pero por otra vía les ofrecen una ley de amnistía vacía; le piden que depongan a Maduro, hacen un plan para dar un golpe de Estado (30A) y después delatan a los participantes; 4) No logran unificarse entre ellos, por tanto, es difícil creer que podrán unificar al país; 5) No marcan la diferencia, en un año demostraron que tampoco quieren rendir cuentas al país de los recursos que han manejado; son excluyentes, no toleran la autocrítica, por lo que su conducta a veces se puede equiparar a cualquier régimen comunista.

Del otro lado se encuentra el presidente “obrero”, quien hace un año, para esta misma fecha, estaba completamente debilitado y al borde del abismo; hoy, Nicolás Maduro está en su momento de mayor recuperación, aunque continúa en el borde del mismo abismo, pero con una cuerda y un salvavidas.

Nicolás Maduro, el Bus Driver, subestimado por muchos, ha logrado lo impensable: sobrevivir a la mayor crisis que la historia de Venezuela haya registrado; a las sanciones de Estados Unidos y al desconocimiento de más de 55 países.

Aplicando acciones incompatibles con el llamado “socialismo del siglo XXI”, Maduro ha venido implementando una serie de medidas políticas y económicas que han desembocado, entre otras cosas, en la aceptación de la dolarización implícita, la liberación de ciertos controles y la apertura de un diálogo en casa.

Con plan de ajuste, de estabilización o perestroika chavista, como lo escribí hace dos meses, Maduro ha logrado bajar la presión social, ganar tiempo para recuperar capital político e imprimirle mayor dinamismo al país en comparación con el año pasado y en contra de los pronósticos esperados.

Ya el problema no es de abastecimiento sino de acceso a las divisas. Según Ecoanalítica, las transacciones de los venezolanos, en dólares, superan el 53% del total, pero esto varía según la ciudad; por ejemplo, en Maracaibo superan el 86%. Los grandes perdedores siguen siendo los empleados públicos y quienes no reciben ningún tipo de remesa o compensación en moneda extranjera, que, aunque reciben ciertos “incentivos” como el CLAP y los «bonos de la patria”, les es insuficiente en una economía dolarizada.

La normalización no viene solo en lo socioeconómico. En el ámbito político, por más que se quiera despreciar y descalificar la Mesa de Diálogo Nacional, el mecanismo sigue avanzando en áreas importantes que comienzan a arrojar resultados, entre ellos, la liberación de presos políticos y la posibilidad de discutir una agenda para marcar la ruta electoral.

De acuerdo con las últimas publicaciones del Foro Penal, al 21 de octubre se reportaban 429 presos políticos y el 25 de noviembre 397, es decir, se han dado 32 excarcelaciones en un mes, lo cual no es suficiente pero es indicio de un cambio.

Es así como se va apagando el año 2019, sin una alternativa clara desde la oposición y con Nicolás Maduro llevándonos a la normalización de la crisis, aunque somos conscientes de que esto no resuelve el problema de fondo.

 


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