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«Esto no es el final. No es ni siquiera el principio del final, pero puede decirse que es el final del principio«. Winston Churchill

No sé si mis expresiones me traerán indulgencia plenaria o el tránsito a una paila de Lucifer, pero creo que, sobre los últimos hechos políticos asociados a las negociaciones, no se debe hacer silencio.

La Comisión Negociadora de la Plataforma Unitaria ya cumplió su cometido. Creo, asimismo, que el círculo más próximo que impulsó la elección primaria, tiene la tarea de definir nombres distintos y delimitar la misión que debe ser cumplida por una comisión que encare las nuevas y curiosas condiciones planteadas.

Esta iniciativa no tendría que ser compleja ni escandalosa, habida cuenta, de que el 22 de octubre se produjo un hecho que alteró sustancialmente el centro de gravedad social y el guion de los actores en el escenario político. De hecho, el mandante de hoy no es el mismo que el de ayer, ni los mandatarios de ayer tampoco son legítimamente los mandatarios de hoy, e incluso, se alteró en buena medida las líneas de acción del mandato.

No hay duda de que el mandante es la abrumadora realidad que se manifestó el 22 de octubre, y el mandatario, en consecuencia, tiene que actuar en nombre y por cuenta de ese mandante, y jamás en nombre y por cuenta propia, porque se desnaturaliza el mandato. La Comisión Mandataria o Consejo Político tendría el mandato claro de negociar ante el gobierno y actores importantes y accidentales, las condiciones de modo, tiempo y lugar del proceso electoral establecido en la Constitución Nacional, que es el pacto social vigente hasta hoy.

Creo que esta iniciativa debería considerarse sin atropellos, con serenidad y con relativa urgencia. Creo que estamos en una circunstancia que pone la oportunidad de las decisiones en un lugar de primera línea. Tal vez valga la pena tocar de buen modo dos o tres mitos que se han extendido para convertirlos en dogmas:

1. Primer mito: El acuerdo de Barbados es incuestionable. Ese carácter lo hubiese tenido si ambas partes hubieran refrendado que los derechos políticos de los venezolanos establecidos en la Constitución, pueden ser ejercidos sin condicionamientos ajenos a las normas que regulan la materia. En tal sentido, ha debido ser inequívoco el apego al lapso constitucional limitado de la gestión presidencial; la apertura franca de los registros que plasman las identidades de los nuevos sufragantes, y el establecimiento de las seguridades que determinan el ejercicio pleno del sufragio dentro y fuera del país, día de las votaciones, y las garantías para que la manifestación de la voluntad de los ciudadanos, mediante el voto universal, directo y secreto se verifique sin los vicios que la han rodeado en el pasado reciente; todo esto que está en nuestra carta magna, pero esta vez subrayado por la fuerza de un acuerdo, hubiera concitado una esperanza razonable entre los venezolanos.

2. Segundo mito: la presencia activa de los ciudadanos en los centros de votación que se produjo el 22 de octubre fue la consecuencia del acuerdo de Barbados. No creo que haya una relación de causalidad entre un convenio que se firma el 17 de octubre y la expresión abrumadora de voluntad de sufragar el 22 del mismo mes. Ni siquiera habían transcurrido 120 horas para hacer una afirmación categórica como esa. La corriente favorable que se fue formando para escoger un candidato mediante el método de elecciones primarias, se desarrolló con inusitada fuerza, por lo menos, treinta días antes de que cada quien definiera el nombre de su preferencia para representarlo en la contienda electoral presidencial.

3. Tercer mito: Todo quedó claro en cuanto a las inhabilitaciones. Otro mito que se cae. Eso no es verdad. Lo que quedó plasmado despierta suspicacias El acuerdo hubiese sido aceptado sin rodeos si se proscribían las inhabilitaciones administrativas, y se hubiera aceptado por todos en buen derecho, que la inhabilitación es una pena accesoria y que la pena principal sólo tiene validez cuando se han cumplido las normas rectoras del Debido Proceso. Entre otras, nadie puede ser válidamente sentenciado sin haber sido oído. Todo acto administrativo de efectos particulares, como es el caso, se perfecciona con la notificación; de otro modo, es ineficaz e inexistente. No obstante, en beneficio de la comisión que ha actuado hasta ahora, habría que comprender que las circunstancias son difíciles, complejas, y que la contraparte se manifiesta, como decimos en derecho, con actos diabólicos, o lo que llamó Orwel, la neo-lengua: el día es noche, la tristeza es alegría, el hombre es mujer, lo blanco es negro, y así, las gentes que desenvuelven su vida en la sociedad, nunca saben de qué están hablando.

Así las cosas, es oportuno redefinir el mandato, entender que el mandante de hoy es quien interpreta con rigurosidad el episodio político estelar del 22 de octubre próximo pasado, y dar paso por esas circunstancias, a una comisión que represente con la mayor fidelidad, las líneas maestras del hecho político democrático octubrista comentado. Quizás sea una travesura pero vale la pena atreverse. En esta línea invito a poner en la mesa, de modo espontáneo diez o doce nombres que no vengan por azar a la mente, pero que tampoco sean el resultado de largas cavilaciones ni de interminables consultas; eso sí, personas que tengan tal integridad, que pudieran ser parte de ese Consejo Político para estos momentos complejos. Pienso que ese cuerpo debe ser plural y cohesionado, con la determinación de ampliar la base de apoyo que se manifestó el 22 de octubre, y que vaya desplazando con firmeza al consorcio gobernante, en lo procaz, ramplón y ridículo, por lo decoroso, las reglas del buen hablante y del buen oyente, y la conducta sobria.

Aquí la travesura: pienso en gente como Luis Ugalde, Carlos Blanco, Gerardo Blyde y Gehard Cartay, entre otros muchos que me vienen a la mente, pero prefiero por el momento abstenerme, y escuchar opiniones.

Dicho lo dicho, espero no haber herido ninguna susceptibilidad, y también espero alentar un cruce de ideas que contribuya al propósito de cambio esencial que subyace en el alma de la mayoría de los venezolanos.

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