… Queda el error garrafal grabado en tu

memoria durante años, durante décadas,

quizá para toda la vida, una tortura obsesiva

que además tiene la virtud destructiva

añadida de convencerte, una vez más,

de que eres una impostora

Rosa Montero (*)

Supone un elevado gasto económico la pretensión de destruir inmediata y masivamente el patrimonio hemerográfico del país, excepto alguna acrobacia pirotécnica, añadido el posible y solo posible costo político que puedan infligir aquellas voces dispuestas a romper con la censura.  Por ello, el régimen de las más inauditas cursilerías prefiere que el mariscal deterioro asuma la vasta empresa de la pulverización, auspiciando la ofensiva de los ácaros y de los otros ejércitos, como  los de las bacterias y hongos tan diestras con las bayonetas de la humedad.

El pasado, incluso, más remoto, requiere de la más descarada manipulación para abordar a las personas, el mundo y las cosas que hicieron el milagro de un país llamado Venezuela. A falta de una intelectualidad convencida, leal y comprometida con algo muy diferente a su formación académica, capaz de cualesquiera tergiversaciones, la guerra silenciosa avanza devorando el papel impreso que ha sobrevivido a tanta desidia, ensayando con varias maniobras digitales para obviar el testimonio real de un pasado cuya explicación, e, incluso, predicción, ha de depender de la versión que albergue el socialismo del siglo XXI del futuro, por muy etéreo, diluyente y mágico que se le antoje.

No constituye casualidad alguna que el presupuesto destinado a la preservación de las hemerotecas públicas sea tan exiguo, cuando no, inexistente, y aún más al irrumpir en el escenario el generalísimo covid-19, como pretexto para todas las orfandades. El microfilm y los equipos correspondientes sufren las consecuencias de la más insólita precariedad y muy excepcionalmente hay un registro digital de medios que otros ya no pueden imitar por sus astronómicos precios en la nación de las más variadas brechas de desigualdad.

En las vísperas de su 79° aniversario, precisamente, recordamos los intentos infructuosos de liquidar material y digitalmente a El Nacional, sabiéndolo un extraordinario reservorio de la memoria histórica de la Venezuela que insiste en defender íntegramente su identidad. No por casualidad, junto a las novedades noticiosas que sobriamente transmitía, elevando su credibilidad, cultivaba la memoria real, sustancial y eficaz que enderezaba cualesquiera malentendidos en el fragor de una polémica que únicamente la libertad de pensar y de expresar autoriza y legitima.

Entre varios de los nombres que fueron capaces de hundir el bisturí sobre los acontecimientos del momento, ocurriendo igual con aquellos que pudieron darle origen, se encuentra el de Jesús Sanoja Hernández. No hubo eventos ni actores del pasado que escaparan de un envidiable registro que arrojaba luces en torno al curso de los acontecimientos procurando la más adecuada perspectiva noticiosa y, aunque se veía a sí mismo como un modesto cronista, el febril periodista destacó por una prolija y diaria producción que apeló a distintos seudónimos como Pablo Azuaje, Manuel Rojas Poleo, Martín Garbán y otros;  además, sirvieron al feroz y creador combate político de los años inimaginables para las nuevas generaciones, en lugar de la suma de interjecciones que hoy revientan en las playas de la vida política tomada como espectáculo de diversión y tedio a la vez.

Luego, el periódico fue (y es) trinchera segura de los formidables atacantes contra esa memoria garrafal, interesada y fraudulenta que los socialistas de la hora intentan para hacernos sentir impostores y culpables de combatirlos aun por los medios más nobles. Insigne tarea la de poner las cosas en su justo lugar, frente al caos de un pasado que nos exige por siempre renunciarlo, ahora, desde las aulas escolares y aún superiores  que lo propagandizan.

Hubiese sido más fácil subastar una institución periodística, como El Nacional, entre el selecto grupo de testaferros que desesperaban por obsequiarlo cual trofeo a los prohombres del régimen, pero no sucedió así incurriendo Miguel Henrique Otero en el acto heroico de defenderlo y, así, defender la memoria histórica del país. Quizá por recordar aquella vez en la que, a temprana edad, recibió el Premio Nacional de Periodismo en nombre de su padre, como lo recoge El Nacional del 26 de octubre de 1960, descubriendo el hielo y poniéndole nombre a las cosas.

@Luisbarraganj

(*) El peligro de estar cuerda, Seix Barral, Barcelona, 2022: 48.


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