Se pregunta uno si existen razones para que los españoles se expresen en las urnas el 10 de noviembre de la misma manera que lo hicieron en los comicios de abril de este año o si, por el contrario, esta nueva contienda los motivará de manera diferente para que ello se traduzca en un vuelco en la estructura de la votación. Lo que está claro es que los escenarios son múltiples, de allí que, para todos los partidos que concurrirán a la medición electoral, esta es arriesgada en extremo. Ninguno se salva

Pero antes de despejar incógnitas es preciso puntualizar que el tamaño que adquiera la abstención va a ser determinante para ese juego de ajedrez que ya está en marcha. A todas las toldas políticas la abstención les afectará, pero no de manera pareja. Sería iluso pensar que una reducción en el número de votantes se repartirá equitativamente entre cada agrupación política para conservar la misma composición proporcional que tuvieron en abril.

Porque uno de los elementos más determinantes en la abstención electoral será el hartazgo ciudadano. Quienes votaron con pocas ganas en abril seguramente tendrán muchas más razones para faltar a la cita en noviembre. Pero dentro de cada una de las tendencias políticas los motivos para no votar son diferentes, unos son más potentes que otros y, en términos generales, el vergonzoso espectáculo político que se observó desde antes del verano en el país inhibirá a la colectividad española de darle apoyo a un juego que no ha respetado a la ciudadanía. ¿Quiénes serán más flexibles y permisivos frente a sus líderes? ¿Los seguidores de Podemos que trancaron el juego por entero? ¿Los del PSOE capaces de prestarse a cualquier juego para conseguir la designación de Pedro Sánchez sin lograrlo al final? ¿O serán los de la oposición representada en Ciudadanos, que tuvo una actitud errática, inconsistente y con salidas heroicas de último minuto para ganar apegos? ¿O serán los de un PP reestructurado pero reblandecido que, al querer mantenerse sin mucho protagonismo y al margen del juego político para que el PSOE se cocinara en su propio jugo, más bien ha logrado desdibujarse frente a la colectividad?

Hubo diálogos y negociaciones a granel para armar gobierno, pero el aspecto para el observador no partidista fue el de un circo. Las personalidades y temperamentos de los políticos tuvieron mucho que ver en el proceso. Posiciones irreductibles como la de Pedro Sánchez, quien se sentó con los partidos de la derecha, con la izquierda y con la extrema izquierda, y que quiso enamorar a unos y a otros indistintamente, sin pudor y con el único fin de armarse de la cabeza del poder, debe haber dejado un mal sabor entre los detractores del PSOE, quienes irán a votar para evitar que algo similar ocurra en noviembre. Pero también entre sus simpatizantes, por la poca destreza política que mostró su líder cuando tenía todas las cartas en su mano.

Hoy para nadie es posible estar seguro de que, de estar Sánchez a la cabeza del gobierno, el país sería llevado a buen puerto en medio de las turbulencias que ese dirigente tendría que resolver en Europa y en su propio país, incluido el espinoso tema separatista. Mostró demasiado sus propias debilidades. Su propia visión de sí mismo es más poderosa que cualquier otra cosa. En los tiempos de crisis que corren para la madre patria, una solidez en los postulados programáticos con los que se abordará la coyuntura es indispensable. Sin embargo, el último día de sesiones parlamentarias, el jefe del gobierno se encontraba en Nueva York en reuniones que trataban el cambio climático.

Ni hablar de Unidos Podemos. Ahora la tolda de izquierda se presentará en dos toletes a las elecciones generales. Cada uno tendrá una parte más o menos pequeña de los votos, pero seguro los de Íñigo Errejón servirán para ayudar luego a la investidura de Pedro Sánchez, si este sale debilitado en escaños de la medición de noviembre. Bueno para Sánchez, malo para Pablo Iglesias.

Ciudadanos ha sido una opción centrista a la que le han estado apostando crecientemente los españoles. Cuesta creer que la actitud de Albert Rivera, irreductible durante el proceso y blandengue al final, corresponda a una andadura profesional digna de apoyo. Es dentro de este grupo donde se esperan muchas abstenciones porque nadie más ha llenado el vacío del centrismo.

Vox casi desaparecerá. Y el PP no consigue ponerse en pie a pesar de tener un guapo y articulado candidato pero carente de garra. Como los temas de corrupción que defenestraron al partido de derecha son los que más fácil se olvidan o se abandonan, quizá crezcan sus votantes. Y aquellos que le desertaron en abril y le apostaron a Sánchez, quizá vuelvan al redil del PP por haber quedado desilusionados hasta el gorro.

Total que se ciernen nubes en el futuro español, el que estará signado de un ambiente económico de desaceleración interna y, por lo tanto, de prudencia. Y el que se verá agravado por la salida abrupta de Gran Bretaña de la Unión Europea, escenario en el que España será uno de los principalísimos dolientes por los nexos comerciales y de turismo que los unen. Esto hace pensar, por otro lado, que la abstención no debería ser demasiado grande dentro de la España pensante.

Total que no perece posible prepararse convenientemente a escenarios tan indefinidos como volátiles. El que diga que sabe cuáles serán los resultados de los dados que están por ser echados, miente.

España anda, tristemente, de la mano de Dios.


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