En 1818 una joven escritora inglesa llamada Mary Shelley, publicaría una de las obras literarias más famosa de la ciencia ficción, la cual ha sido remasterizada en la pantalla del cine y en diversas obras teatrales alrededor del mundo, Frankenstein. La novela narra la historia de Víctor Frankenstein, un estudiante de medicina en Ingolstadt (Alemania), obsesionado por conocer «los secretos del cielo y la tierra». En su afán por desentrañar la misteriosa alma del hombre, el joven médico crea un cuerpo a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados.

Para nuestra fortuna, existen elevados estándares de ética y moral entre la comunidad científica que limitaría la realización de prácticas remotamente similares; pero ¿qué pasaría si fuera posible, no digo de crear un Frankenstein, sino más bien algo mucho más pequeño y quizás menos horrible, y con aplicaciones que pudieran salvar vidas, o combatir el calentamiento global? ¿Seríamos igual de duros contra el pobre Frankenstein?

Un paso más cerca

Bajo la mirada de un microscopio, unas pequeñas manchas se mueven en un campo líquido, avanzando, en círculos, cuyo comportamiento más bien recuerda el bailar de un trompo. No obstante, el errático danzar desaparece cuando se dejan caer restos celulares en la planicie cercana a las manchas, ahora, las mismas desorientadas manchas se agrupan y parecen moverse como las mejores atletas de nado sincronizado.  Dicho comportamiento recuerda al de un gusano que persigue su presa. No obstante, el parecido es una ilusión, estas manchas están formadas solo por una combinación de dos cosas: células de la piel y del corazón de ranas.

Imagen: Comparación de xenobot diseñados por inteligencia artificial (arriba) y los sintetizados en laboratorio (abajo). Fuente: https://www.pnas.org/content/117/4/1853

Un mini Frankenstein

Aunque pueda parecer pura quimera, la verdad es que no. Científicos han creado el primer organismo vivo, algunos lo llaman robot vivo o biobot de la ciencia, es decir un mini Frankenstein. Científicos con la ayuda de algoritmos evolutivos, y las células de corazón y de la piel de la rana Xenopus laevis han creado el primer Xenobot.

Estos Frankenstein de un milímetro de ancho poseen células vivas que palpitan, y dependiendo de la configuración o forma con los que se le ensamble, pueden conseguir movimientos y velocidades diferentes. Otra de las particularidades de los “robots vivos”, es que una vez ensamblados, las células de los xenobots comienzan a trabajar juntas. Las células de la piel desarrollan una forma pasiva, mientras que se genera el movimiento deseado por medio de las contracciones de los músculos cardiacos. De este proceso se genera un sistema vivo, en el que, de manera natural, las células se autoorganizan. Las formas de estos organismos se pueden reconfigurar y moverse de una forma coherente y programada durante días, hasta que la fuente de energía, generalmente lípidos, se consume por completo, muriendo entonces el xenobot.

Este avance científico promete transformar la medicina y muchas otras áreas del saber, como puede ser la lucha medioambiental contra la limpieza de microresiduos de plástico de los mares, la autoregeneración de las células, lucha contra el envejecimiento, Parkinson, siendo el cielo el límite.

Por ahora Frankenstein está lejos, pero quién quita que, en unas décadas, la ciencia haya avanzado tanto que podamos diseñar nuevos órganos o dotarlo de capacidades de autogeneración, y que la realidad supere la ficción nuevamente…


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