Desde el impredecible fondo de los forcejeos que trenzan el este de su país, el vicecanciller de Rusia ha ganado los cinco minutos reglamentarios de fama en la vida al amenazar con un despliegue de tropas y de otras armas a Venezuela y Cuba, escandalizando a la opinión pública por semejante boutade. Es de suponer que, entre los numerosas corporaciones terroristas que se han subastado nuestro territorio nacional, las habrá muy entusiastas frente a los rusófobos que apuestan por un gobierno musulmán en Kazajistán, buscando la chispa que encienda la pradera en Ucrania. Empero, coincidirán con los rusófilos en que la amenaza es, apenas, una suerte de misil verbal, el único artefacto psicológico de dudosa eficacia que puede lanzar Putin al hacérsele prácticamente imposible sostener una masiva movilización de soldados para librar la guerra intercontinental que no autoriza la economía rusa, ni las encuestas que lidian con los efectos de la pandemia en el país de las grandes heladas, bajando la popularidad del gobierno.

Tendida la emboscada noticiosa, la invectiva guarda correspondencia con el imaginario que cultivó Chávez Frías en torno a la Rusia y la China gigantescas e invencibles, capaces de confrontar a Estados Unidos y a todo el occidente para defenderlo gratuitamente, escondiendo la asombrosa relación neocolonial que nos impusieron, debiéndoles hasta el modo de andar, por lo que son suyos los más importantes recursos naturales que nos quedan. Y, además, encubriendo la naturaleza misma de una tupida relación comercial con Rusia, no sólo, aunque principalmente ejemplificada con la venta de armas y de asistencia tecnológica militar, por lo que destacan acá a un personal que jamás se ha presentado en sociedad,   negado el derecho más elemental de preguntarles qué hacen por la zona tórrida.

La bibliografía disponible indica que la superpotencia militar no cuenta con una economía equivalente y capaz de sostener una aventura transcontinental, aunque se lo proponga Putin. Entre otros autores, Carlos Taibo (La Rusia contemporánea y el mundo, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2017), ha reseñado el incremento del gasto militar y el papel desempeñado por la industria militar, siendo necesaria la actualización del arsenal atómico, con importantes limitaciones presupuestarias, que la dejan muy atrás de Estados Unidos y sus aliados, aunque son notables las mejoras al considerar sus incursiones en Ucrania, Chechenia, Siria y Osetia del Sur, nostálgica de la presencia soviética en Cuba y Vietnam: como hoy puede verificarse con relativa facilidad, “el designio de recuperar un papel internacional de primer orden para el país reclama recursos que pueden empeorar, por otra parte, la situación interna y debilitar, paradójicamente, a Rusia” (189).

Más importante que la venta y mantenimiento del sistema de armas, luce la realización de la guerra no convencional (para la otra, sobra aparentemente la mano de obra), perfeccionando los servicios de contrainteligencia. Acotemos, los rusos hicieron un considerable aporte a la creación del Estado Cuartel que entronizó ministerialmente a Padrino López, pero, agotado, cediendo el paso al Estado depredador, posiblemente apostarán por el alto oficial del patio en un futuro cercano o lejano, a objeto de influir en una transición que salve los intereses del inamovible zar de esos tiempos.

Existe una natural inquietud en los medios sobre la materia, pero la interesada versión que corre ayuda y mucho, a aclarar la situación, estimulando el debate. Por cierto, el que hemos adelantado a través de un grupo de trabajo que cuenta con el aporte de un especialista, como Jonathan Benavides, rusólogo y rusógrafo del que se sabe también en El Nacional.

 

 

 

 

 

 

 


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