El crecimiento exponencial de la diáspora venezolana ha venido disparando, en varios de nuestros países vecinos, peligrosos focos de intolerancia que debemos tratar con racionalidad y sensatez.

Al drama humano que significa abandonar familia, comunidad, bienes y tierra, se suman ahora estos brotes de rechazo, que van a afectar aún más la vida de millones de compatriotas, en las diversas naciones latinoamericanas.

En la primera etapa de la diáspora, nuestros vecinos ofrecieron una política de apertura y acogida amable y positiva. Estaban vigentes las normas acordadas, en tiempos de nuestra democracia, cuando éramos parte de los diversos mecanismos de integración creados en América del Sur, tales como la Comunidad Andina y Mercosur.

Un venezolano podía viajar con su cédula de identidad, sin pasaporte, por los países de la CAN. No había objeciones a su presencia. Al contrario, en los tiempos de la bonanza petrolera, se promovía la vista de nuestros compatriotas en diversos países. Ella ayudaba enormemente a sus economías. Se trataba de visitantes que gastaban ingentes sumas de dólares en hoteles, restaurantes y tiendas.

Ahora se nos ve con recelo y se nos solicita visa para visitar Chile, Ecuador, Perú, Trinidad y Tobago, Costa Rica, Panamá, El Salvador, Guatemala, Aruba, Curazao y Bonaire.

El asunto es complejo. Nuestros vecinos tienen economías frágiles y una avalancha como la que ha generado el socialismo del siglo XXI, tiene un impacto en diversas variables.

Una parte significativa de nuestro talento joven, constituido por profesionales de alta factura, técnicos y personal de buena formación, en diversas disciplinas, han salido del país y ha significado un aporte muy valioso para estas naciones.

Muchos han sido incorporados en sus profesiones y oficios a una actividad productiva y profesional. Muchos, también, han tenido que abandonar sus profesiones y ocuparse en otros menesteres, para poder ganar el sustento con el cual sostenerse y sostener a sus familias.

En paralelo ha emigrado otro contingente de compatriotas con menores niveles formativos. Ellos han llegado a las principales ciudades de la región a incrementar los volúmenes de personas dedicadas a trabajos informales, a la buhonería y a la mendicidad.

Y, finalmente, han emigrado también delincuentes que, al actuar en la vecindad latinoamericana, han distorsionado la imagen de la mayoría de compatriotas migrantes dedicados a ganar el pan con su trabajo honrado.

Los sectores pobres y los pocos focos delictivos que han migrado, han generado en sectores puntuales de las naciones vecinas rechazos tan fuertes que nos deben llamar a la reflexión.

Más que un rechazo al venezolano por ser venezolano, lo que en el fondo existe es un rechazo a su pobreza. A su presencia en las calles y plazas alterando la vida de las comunidades. A su irrupción en espacios públicos para ejercer la buhonería.

Este fenómeno ha sido estudiado por la filósofa española Adela Cortina, quien acuñó el vocablo aporofobia para explicarlo.

La reconocida intelectual lo plantea de la siguiente forma:

“¿Realmente molestan los extranjeros, o lo que molestan son los pobres, sean extranjeros o de la propia casa?”.

Alega que al crear el vocablo buscaba identificar el fenómeno y nombrarlo, “pues lo que no se nombra, no existe, y era necesario inventar este neologismo que señalase la discriminación universal a las personas sin recursos”.

Además, agrega: “La aporofobia va en contra de la dignidad humana y es excluyente. La democracia tiene que ser inclusiva necesariamente. Por eso no puede existir una sociedad aporófoba y democrática. Y todas las sociedades que conozco son aporófobas”. Ergo, deben superar este antivalor para ser catalogadas como sociedades plenamente democráticas.

La aporofobia ha llegado a convertirse, en puntuales casos, en escenarios públicos, en ciertos medios de comunicación y recientemente en el Parlamento peruano, en manifestaciones aisladas de xenofobia, por la generalización del fenómeno.

Cuando por la presencia de los contingentes empobrecidos, y por los puntuales casos de delincuencia, se generaliza y se estimula el rechazo hacia toda la comunidad venezolana de migrantes y se cierran las puertas tanto de los países, como de diversos sectores. Se está creando una situación social inconveniente que merece nuestra atención y rechazo.

Como bien lo señala la doctora Cortina, la aporofobia es excluyente y afecta la dignidad de la persona humana. La xenofobia lo hace con mayor fuerza. Esta última es más específica a una determinada nacionalidad. De modo que, de una inicial manifestación de aporofobia, presente en sectores puntuales de las naciones vecinas, puede pasarse a un elevado nivel de xenofobia.

Hoy en día no estamos ante un problema de xenofobia. Lo que estamos presenciando es un proceso aporofóbico, que debe ser canalizado adecuadamente, aunque él sea aún puntual.

Ese rechazo hay que hacerlo más patente cuando el comportamiento viene de medios de comunicación social, o de voceros políticos.

Por eso nos llamó la atención el discurso de la congresista peruana Esther Saavedra, integrante de la principal fuerza parlamentaria de ese país, quien en el plenario del Congreso solicitó al gobierno “cerrar la frontera y expulsar a todos los venezolanos migrantes. Buenos y malos”.

Cuando este problema deja de ser puntual, reducido a personas o pequeñas comunidades aisladas, y se convierte en un tema del debate político de un país, hasta el punto de merecer un debate parlamentario, y la bancada mayoritaria lo tolera sin ofrecer orientación o postura diferente, el asunto toma ya un nivel que debe preocuparnos.

Estos temas son pasto fácil del populismo y puede, de no ser detenidos oportunamente, convertirse en un factor demoledor de la paz social, generador de graves violaciones de los derechos humanos de millones de personas.

Obviamente, el tema debe merecer a la sociedad democrática venezolana en particular, y latinoamericana en general, una especial atención, para introducir los correctivos que frenen a tiempo estos comportamientos, capaces de afectar la convivencia civilizada en nuestra región.

La Asamblea Nacional debe colocar, como un tema de especial prioridad, junto con el accionar para restaurar la democracia, el del respeto a los derechos humanos de nuestros compatriotas en el exterior.

Articular con organismos internacionales especializados, con partidos políticos, Iglesias, universidades, un debate sobre lo negativo de la aporofobia y la xenofobia, a la vez que insistir en una mayor determinación de la comunidad latinoamericana en la lucha por el rescate democrático de nuestro país.

Para detener el creciente éxodo, para lograr el regreso de nuestros compatriotas es menester derrotar la dictadura, sacarla de los espacios del poder, de modo que comience un proceso de reconstrucción espiritual, institucional y material del país.

Mientras ello ocurre estamos en el deber de solicitar a los países vecinos mayor flexibilidad, comprensión y respaldo a nuestros compatriotas. Es menester expresar nuestro desagrado con las restricciones que tenemos ahora para viajar, por diversas circunstancias, a esos países.

Si bien es cierto que son Estados soberanos, que en la mayoría de los casos la diáspora ha superado sus posibilidades, también es importante destacar que ahora hay más razones, para que muchos venezolanos, sin interés en quedarse en sus países, requieran viajar a ellos.

Es conveniente, entonces, otorgar un tipo de visa de largo alcance, para evitar someternos a los traumáticos procesos administrativos que significa una visa en cada ocasión que se requiera viajar.

El tema es complejo, diverso y no resulta fácil su manejo.

No podemos nosotros considerar que los comportamientos de exclusión y rechazo a nuestros compatriotas son de todos los ciudadanos y de todas las instituciones de nuestros vecinos.

Debemos reconocer que hemos recibido de la mayoría tratos solidarios y cordiales. No podemos, obviamente, generalizar.

Por eso es necesario precisar los focos y denunciarlos. El caso de la congresista peruana es el mejor ejemplo. No hubo un rechazo expreso a su conducta, ni por el plenario del Congreso, ni por su bancada. Allí es donde hay que poner el foco. Es desde estos escenarios donde la situación puede agravarse.

Promover la solidaridad, la inclusión y la defensa de la dignidad humana de todas las personas es una tarea permanente para quienes creemos en la democracia.


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