En algún momento todos hemos vivido ese desagradable estado en el que la entereza o el sosiego nos abandonan para dar cabida a la desesperanza, el nerviosismo y la ira. Algo que antes creíamos circunstancial, en los últimos años se ha hecho permanente. Nos estamos refiriendo al insólito nivel de destrucción que experimenta el país en todas las áreas. Por donde asomemos la cabeza lo que encontramos es ineficiencia, escasez, pobreza, destrucción y arbitrariedad a granel.

El bello país que teníamos se vino abajo, dividiendo a la población en dos facciones equidistantes: una reducida, que gobierna a trompicones, y otra mayoritaria y empobrecida que padece inequidades de toda especie.

Tarde nos enteramos que los problemas que confrontábamos hacia finales del siglo pasado, en sectores tan diferentes como el educativo, hospitalario, laboral, económico, político y productivo, entre muchos otros, no tenían la gravedad ni profundidad de los de hoy. Tuvimos que vivir la experiencia revolucionaria de Hugo Chávez Frías y Nicolás Maduro para percatarnos de lo equivocados que estábamos.

Ahora subsistimos en un atascadero, con unos gobernantes que se solazan con sus pantagruélicas riquezas mal habidas, dispuestos a mantenerse a sangre y fuego en el poder y a no dar un paso a un lado para que el país renazca de sus cenizas.

Frente a tan terrible drama no nos queda más que levantar en alto nuestra bandera e insuflarnos el coraje y determinación que surgen cuando visualizamos como alcanzable lo que se desea. Queramos o no, esa es la única salida que tenemos ante nosotros.

Incluso, si el más desmesurado pesimismo nos condujese a pensar que nunca saldremos del marasmo que ahora nos agobia, no olvidemos ni pasemos por alto lo que escribió esa figura tan maravillosa y devota como fue Santa Teresa de Jesús (1515-1582), en su Libro de la vida: “Fuego pequeño es fuego como uno grande”.

La “revolución bonita” es hoy un descampado que muestra sin turbación alguna y con diafanidad su esencia tenebrosa. Ahí ya no hay nada oculto gracias a las malas cosechas que siempre ha dado. En la dañada mies hemos podido ver la miseria y debilidad que al final acabará con ella, tal y como ha ocurrido en el pasado con reinos y gobiernos que en su momento histórico se consideraron poderosos e imbatibles.

Al contrario de la “roja rojita”, la experiencia democrática venezolana ha sido un hecho político fundamental para Latinoamérica. Ella dio sus primeros pinitos tras la muerte del general Juan Vicente Gómez, reforzó luego sus raíces con la Revolución de Octubre y la democrática elección de Rómulo Gallegos, para consolidarse después del derrocamiento del general Marcos Pérez Jiménez.

Del anterior proceso dimana el apoyo internacional que hoy tenemos del resto de las democracias del mundo. De ahí también surge la convicción que tienen esas repúblicas hermanas sobre la necesaria subsistencia del régimen de libertades en Venezuela. Simplemente, ello es determinante para las democracias latinoamericanas más débiles.

Dicho con todas sus letras: otra Cuba comunista -pero con petróleo y otras importantes riquezas minerales- no tiene cabida en este continente.

@EddyReyesT


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