De la crisis política grave que se inicia en 1998 a la crisis humanitaria de 2014, hemos pasado ahora a una etapa superior y mucha más peligrosa: una emergencia humanitaria compleja que abarca no solamente lo humanitario en estricto sentido —lo sanitario, el hambre, el abandono, la miseria—, sino lo económico, lo social, lo cultural, lo político, lo institucional, la seguridad. La ingobernabilidad avanza también en medio de este caos que amenaza la existencia misma del Estado y de la nación. El régimen ha perdido el control sobre el territorio nacional, con el surgimiento y afianzamiento de mafias que operan desde las mismas estructuras del poder, en medio de una impunidad absoluta. Se pierde el Estado de Derecho, pero también el país y las instituciones ante no solo una invasión extranjera consentida, sino ante el surgimiento de grupos delictivos multinacionales que destruyen el país, aprovechando los beneficios que ofrece la democracia.

Estamos ante un régimen usurpador que participa, según informaciones y señalamientos públicos de medios de información y de fiscalías y tribunales extranjeros, en todo tipo de actividades delictivas transnacionales, desde la corrupción y otros delitos conexos, el lavado, el soborno, hasta el narcotráfico, el apoyo al terrorismo y la extracción y tráfico ilícito de materiales estratégicos. Además, estamos ante un régimen que juega con las instituciones e irrespeta las reglas de convivencia internacional en la búsqueda de sus objetivos. Un régimen que niega la lucha contra la impunidad y protege a detenidos, incluso no nacionales, que estarían vinculados a actos de corrupción y otros delitos transnacionales, como es el caso del empresario colombiano Alex Saab, detenido en Cabo Verde para su extradición a Estados Unidos, a quien se le habría otorgado la nacionalidad venezolana y una posición oficial que le concedería fraudulentamente la inmunidad diplomática, tal como ocurrió hace unos años con el conocido Pollo Carvajal, detenido en Aruba y librado sorpresivamente por las autoridades holandesas.

Venezuela se ha convertido no solamente en el país de las violaciones generalizadas y sistemáticas de los derechos humanos, el país de la tortura y de La Tumba del Sebin y sus esbirros, de las desapariciones y de las ejecuciones, de la discriminación, del apartheid político, el país en el que una cadena de mando dispone de la vida y de la integridad física de hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, que simplemente se oponen a la dictadura feroz que nos hunde hoy en la miseria.

Venezuela es hoy, también, el país de los 5 millones o más de desplazados, refugiados en su mayoría, desprotegidos, apátridas de facto que sufren todo tipo de carencia. Además, es un Estado fallido por su fracaso en las políticas públicas, lo que ha sido más deliberado que involuntario; y en un Estado forajido que desprecia el orden jurídico internacional, convirtiéndose en definitiva en una auténtica amenaza a la paz y a la estabilidad de la región y del mundo, ubicándose en un tablero geopolítico que no nos pertenece y que abre peligrosamente un espacio de confrontación grave que pone en peligro el futuro de la democracia y de la civilización occidental.

En efecto, la democracia está en jaque. El objetivo de un grupo de regímenes marginales es simplemente destruirla y de allí las protestas incendiarias, el caos provocado en todas partes, los ataques al sistema. Se han organizado, algunos regímenes junto con el venezolano de Maduro, para actuar coordinadamente, lo que han hecho con éxito a través de las redes sociales y de la creación de tendencias para desinformar y presentar una realidad distinta para incendiar, para hacer que la gente desconfíe de las democracias.

Estos regímenes, populistas, de izquierda en su mayoría, buscan solo permanecer en el poder; de ninguna manera satisfacer las necesidades de las mayorías. Solo la riqueza y el poder interesan.

Ante este nuevo escenario las posibilidades de acción cambian. No es solamente Venezuela y su pueblo lo que hoy preocupa al mundo, a la región, a sus dirigentes. Es la democracia, la libertad, la dignidad, la civilización occidental lo que está en peligro, ante una inacción sorprendente de quienes mas bien reaccionan para cuidar espacios políticos más virtuales que reales, cada vez más reducidos.

Sobre salidas y el fin de esta emergencia compleja se habla a diario. Desde negociaciones y acuerdos entre la dictadura y los demócratas hasta elecciones libres. En relación con las primeras la mala fe prevalece, lo que las descarta; en cuanto a las segundas, las condiciones no están dadas, más después del fraude consumado con la selección de un nuevo ente electoral ilegítimo que preparara el camino hacia una victoria basada en la trampa. Surgen otras alternativas, es claro. La acción humanitaria, promovida por muchos, algunos académicos, Jesús Eduardo Troconis entre otros en sus últimos trabajos, que no implica única y necesariamente una acción militar, que tampoco se descarta y que, según la doctrina, dada la necesidad/responsabilidad de proteger a las víctimas, no requeriría la autorización del régimen en el poder, ni de ningún órgano internacional, como el Consejo de Seguridad.

Así están las cosas hoy. Hemos pasado de la crisis de los derechos humanos a la emergencia humanitaria compleja que provoca hambre, éxodo, muerte y la destrucción del Estado, ante lo cual el mundo no puede permanecer pasivo, como ante situaciones anteriores que dejaron en el campo millones de muertos y desplazados, además de inestabilidad en todas partes.


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