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Foto: Handout / Mexican Foreign Ministry / AFP

Antes, en el siglo pasado, las mejores galas solían usarse para ir a misa los domingos. Pero está visto que, como la tos, el dinero es bien difícil de esconder; es como tratar de comerse una mandarina en secreto, el olor delata al goloso. Lo mismo pasa con las esmeraldas y los relojes de lujo.

Hace unos años se criticó el mensaje de Navidad de la reina Isabel porque en el fondo del salón en donde estaba había un pianoforte recubierto de oro, una ostentación bastante normal si se toma en cuenta que la transmisión ocurría desde el Palacio de Buckingham, que no es precisamente de la soberana sino de la Corona como institución. Pero esos son países con siglos de historia de los que la mayoría de sus ciudadanos están orgullosos.

Otros que no han podido esconder sus posesiones poco tienen que ver con historia o familias ancestrales, como por ejemplo los Castro en Cuba. Aunque han sido exitosos la mayor parte de los 60 años en acumular poder y esconder riquezas, se ha colado una que otra foto de mansiones, yates y demás posesiones que tienen en la isla. Las malas lenguas dicen que hasta baños y cubiertos de oro.

No solo ellos, que han tenido la sartén por el mango todos estos años, sino muchos de sus lugartenientes y aduladores más cercanos, que han juntado dinero de todos los cubanos para gozar de las mieles del poder.

Por aquí en estos últimos 20 años también hemos cosechado historias de opulencia y gustos por lo fino, aunque a veces rayan en la vulgaridad del que tiene y nunca ha tenido. Todo el mundo debe recordar aquel papelón que le hizo pasar una periodista a un dirigente del PSUV en los mejores años del chavismo (con Chávez) al preguntarle de qué marca era su corbata. Y muchos siguieron su ejemplo hasta la actualidad, sobre todo aquellos que viajan a Europa con fajos de euros que sacan en las mejores tiendas de marca.

Se sabe del gusto por las carteras Chanel o Louis Vuitton de algunas damas de la cúpula chavista, que aprovechan los viajes al exterior como representantes del gobierno para mostrarlas en público. Quizás pasarían inadvertidas si invirtieran en unos cuantos trajes, pero los bolsos son inconfundibles y muchos casi llegan a los 10.000 dólares.

Así que lo del anillo de esmeralda y un Rolex no es nada nuevo, porque las circunstancias en el caso venezolano no han cambiado. Desde el principio se conoció el gusto de Hugo Chávez por los relojes de marcas famosas, que lucía sin ningún tipo de remilgo. Pero que ya sea una costumbre no quiere decir que no moleste, sobre todo porque, como en el caso de los Castro, el dinero con el que se compran semejantes accesorios no es producto del sudor de su frente sino del sufrimiento de muchos.

Alguno dirá que si lo hizo el propio Chávez, los demás solo siguen su ejemplo.

Por cierto, ¿qué pasó con aquello de que ser rico es malo?


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