Es incalculable la distancia que separa al autor del Tratado del gobierno civil del nativo de Sabaneta y el conductor de Miraflores. Cualquier dimensión galáctica es pequeña pues a la que acá nos referimos solo es comparable al espacio que separa al Creador del Maligno.

De Chávez y Maduro basta con decir que son la inequívoca expresión de la arbitrariedad o de lo que no debe ser en el terreno político. John Locke (1632-1704), por el contrario, es la manifestación cabal de lo que debe ser el ejercicio recto del poder político: un estado de perfecta libertad en el que cada quien ordena sus acciones y las ejecuta racionalmente circunscribiéndose a los límites de la ley.

Mas es un hecho para nada extraño que en ocasiones, al momento de ejercer su derecho electoral, es el pueblo votante el que abre las puertas a la tiranía. Eso hizo la mayoría de los electores de Venezuela (56,45%), el 6 de diciembre de 1998, cuando eligió como presidente de la República al excomandante Hugo Chávez Frías, quien en febrero de 1992 encabezó un fallido golpe de Estado contra el entonces gobierno legítimo del presidente Carlos Andrés Pérez.

La vil asonada concluyó con la muerte de 32 venezolanos (23 en Caracas, 1 en Aragua, 8 en Carabobo), numerosos heridos y daños a muchos bienes públicos; además, en el curso de los años subsiguientes, la alevosa acción militar fue un factor que coadyuvó en el posterior debilitamiento del liderazgo político democrático. Los militares responsables de esas desgracias fueron liberados dos años después y convertidos en héroes por la mayoría de ese pueblo que ahora sufre múltiples penurias. Todos esos polvos, pues, trajeron consigo estos lodos de hoy.

Pero centrémonos ahora en el legado del autor inglés. En 1689 Locke publicó en forma anónima la obra indicada al inicio. Allí hace primero un firme ataque al patriarcalismo y luego desarrolla su teoría de la sociedad política o civil, basándola en los derechos naturales y en el contrato social. Sin más preámbulos nos permitimos hacer a continuación un resumen apretado de su proposición.

Su estudio se inicia resaltando la necesidad de conocer el estado en que todos los hombres se hallan naturalmente. Y ese no es otro que el de absoluta libertad, en el cual sin anuencia de nadie se puede hacer lo que se quiera, con la restricción de contenerse siempre en los límites de la ley natural. Así, el ser humano no tiene derecho de hacer ningún daño a persona alguna o turbar a nadie en la posesión de lo que goza. Para él, la libertad en la sociedad civil consiste en no ser sometido a más poder legislativo que aquel que se ha establecido por el asentimiento de la comunidad.

Locke es firme al señalar que la monarquía absoluta no puede ser considerada como una forma de gobierno civil. Así, cuando los bienes de una persona son invadidos por orden del monarca –en la Venezuela de hoy sería el dictador- no hay autoridad pública a la que recurrir.

El talante democrático de su pensamiento queda en esencia expresado cuando formula la serie de proposiciones que siguen a continuación:

“Quienquiera que sea, que posea poder legislativo, o es soberano de una comunidad, está obligado a gobernar según las leyes establecidas y reconocidas por el pueblo, y no por decretos arbitrarios y formados repentinamente”.

“Este poder (…) no solo es el supremo del Estado, sino que es sagrado y no puede ser arrebatado a los que lo han recibido.. No hay edicto cualquiera que sea (…) o poder que los sostenga, que sea legítimo y tenga fuerza de ley si no ha sido hecho y dado por esta autoridad legislativa que la sociedad ha escogido y establecido (…) Un poder arbitrario y absoluto, y un gobierno sin leyes estables, no podrían concordar con los fines de este y de la sociedad”.

“Así como la usurpación es el ejercicio de un poder al cual otros tienen opción, del mismo modo la tiranía es el de un poder desmedido, al cual nadie tiene ciertamente derecho; o bien la tiranía es el uso de un poder en el origen legítimo; pero que se ejerce, no para el bien y ventaja de los que se han sometido a él, sino para el propio y particular. Sea cual fuere el título que se le dé, y por espaciosas que sean las razones que alegue, es verdaderamente tirano cuando propone su voluntad y no las leyes por regla, y cuyas órdenes y acciones no tienden a conservar las propiedades de los que se hayan bajo su dominación, sino a satisfacer su ambición particular, su venganza, su avaricia o cualquier otra pasión desarreglada”. Locke concluye su brillante disertación así: “Si los que están constituidos con autoridad han perdido por su mala conducta su derecho y poder, entonces (…) el poder soberano vuelve a la sociedad, y el pueblo obtiene el derecho de obrar de un modo absoluto, de ejercer la autoridad legislativa, o de erigir una nueva forma de gobierno, remitiendo el poder supremo, del cual se halla entonces plena y enteramente revestido, a las nuevas manos que juzgue más dignas y capaces para este cargo”.

Después de 331 años de su formulación, esos pronunciamientos siguen teniendo vigencia y valor hoy, un día antes de escenificarse en Venezuela la elección ilegal de una nueva Asamblea Nacional.

@EddyReyesT

 


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