“La equidad no se consigue por decreto”. Bernardo Kliksberg.

“La corrupción a menudo se institucionaliza en las organizaciones”.  Ashforth y Anand.

Se repite cual jaculatoria que las sociedades, bajo el adjetivo de pueblos, eligen mal y escogen entre las peores opciones, sin detenernos a pensar que ese conglomerado humano es quizás el mal menor, una suerte de consecuencia hórrida del imperio del caos, la irracionalidad y el abandono del cultivo de la gnosis y del espíritu como derrotero de una instrumentalización perversa, aviesa y alevosa del lenguaje. Las sociedades han dado vuelta a las ideas de las virtudes ciudadanas, impactando en la casi inexistente idea de la cosa pública, eso que los romanos definían como Res pública, así el erario para el ejercicio del gasto para lo social, para la intervención del Estado en los fallos del mercado, se convertía en botín personal o en el mejor de los casos en un arreglo desde el marco positivista de la Tekné, desde la técnica jurídica o ingeniería legal, para deformar las realidades incontrovertibles y únicas en cosas móviles y relativas, que propiciaran el empleo de vicios como el nepotismo, el atajo, la habilitación generada tras un cargo que se desconoce y otras encrucijadas que han cortado la madeja de Ariadna, dejándonos extraviados en un laberinto de medias verdades e indeterminaciones, en el cual lo único veritativamente cierto, es decir, tautológico, es la violencia, el abuso, el atropello, la tropelía y desde luego, la reafirmación del horror desde una lógica deformada deliberadamente para darle sentido a todo este imperio de relatividades.

La liquidez y el nihilismo, propio de esta posmodernidad impuesta para hacer tolerable lo que es absolutamente inviable, han producido una derogación del contrato social, escindiéndose el vínculo de la confianza entre gobernados y gobernantes, lo que produce desilusión, inamovilidad, catatonía social y falta de compromiso, tal vez ocurran cosas peores, como la ionización, mordacidad y maldad con la cual se coexiste con este drama complejo al cual llamamos crisis multifactorial, para morigerar el impacto de asumir su rol como “emergencia humanitaria compleja”.

Existe entonces un déficit de la confianza, una crisis del paradigma de la verdad, que es superior incluso a la verdad como hecho fáctico, me refiero al constructo de pensamiento que permite construir cadenas de ideas, basada en una sintaxis limpia, coherente y embridada en la racional, que de una u otra manera blinden al ciudadano en contra de las relatividades y sus riesgos. Al eslogan avieso que reza: “Venezuela se arregló” , hay que abordarlo no solo desde la óptica meramente economicista, que intente explicar la magnitud del desastre, acudiendo a guarismos y cifras para describir a un país que perdió 75% de su producto interno bruto y que logró maquillar a la antigualla de la hiperinflación, haciendo  uso de otra antigualla traída de la escolástica medieval de Nicolás de Oresme, que explica la repudiabilidad de la moneda mala y su sustitución por cualquier otra cosa que cumpla las cualidades suprimidas al signo monetario nacional, amén de aplicar una perversa praxis de hipercontracción del gasto público, haciendo colapsar al Estado mismo, podríamos trabarnos en una discusión sobre el ajuste de las cifras de inflación y el tan repetido ciclo de recuperación que no tiene sentido, pues sobre todas estas realidades relativas medra el concepto de la confianza, de la credibilidad. ¿Quién cree? y ¿a quién se le cree?

Venezuela no puede estar mejorando, y la respuesta más apropiada a tal atrevida afirmación surgió en medio de uno de mis cursos de Economía del Bienestar, en la tarea de enseñar no solo el método sino la razón, me vino la idea de responder a la afirmación de que nos estábamos arreglando, con el sólido razonamiento de que Venezuela es una economía no solo destruida en sus aspectos materiales, sino en su capital social, es decir, determinar el peso de la confianza sobre el conjunto de la economía, de allí una economía con más capital social es decir más “confianza”, es más productiva, exactamente igual que una economía con mayor recurso humano y físico. El capital social es un amplio concepto que incluye los factores que contribuyen a una buena gobernanza tanto en el sector público como en el sector privado. Pero la idea de confianza subyace a todos los conceptos de capital social; las personas pueden confiar en que van a ser bien tratadas, con dignidad, justamente y hacen lo propio, pero esa obviedad no existe en la desconfigurada Venezuela de los tiempos feroces del chavomadurismo, en donde existe incluso desconfianza y pugilato entre la hegemonía que hoy tiraniza a una sociedad de cautivos.

No nos podemos estar arreglando, pues adolecemos de confianza, por ende no existe la posibilidad de negar la entropía e imponer orden y certidumbre, por ende, confianza y funcionalidad, el capital social, le decía la semana pasada a un grupo de estudiantes de mi cátedra de Economía del Bienestar, es el pegamento que mantiene unida a la sociedad. Sí los ciudadanos creen que el sistema político y económico es injusto, el pegamento no funciona y las sociedades se hacen entrópicas, disfuncionales, absurdas, indeterminadas y tendientes a la nada; comienzan a intentar quebrantar esa imposibilidad de racionalizar con subterfugios, que impiden el progreso y validan la tesis de Giambattista Vico, del corsi e recorsi, un ciclo sinuoso en el devenir histórico y social de la realidad. La realidad es que tras veintitrés largos años de errores y horrores, una antinomia política que llegó al poder por las vías del agotamiento de la racionalidad y de la búsqueda de un cambio, en esa idea confusa de no comprender la fisura del capital social, ha impuesto el más obsceno, vil y ruin proceso de destrucción colectiva del trabajo, para la búsqueda del progreso y la fragilidad absoluta del concepto de capital social o confianza, amén del imperio de la más absoluta iniquidad que imposibilitan encontrar gradientes de ofelimidad –combinaciones eficientes de bienes- que deriven en la aproximación de cualquier amago sobre la construcción de una función de bienestar colectivo, en suma, no nos hemos arreglado en lo absoluto, y eso lo confirma la técnica fría de la macroeconomía y el empleo de conceptos más sofististicados que promuevan imbricaciones entre la confianza y la funcionalidad de la economía.

La antinomia del chavomadurismo ha demostrado la absoluta inexistencia de vestigios ideológicos, siempre obedecieron a intereses de control del poder con fines crematísticos y de allí su connatural propensión hacia el mal, la perversión y la violencia, en Venezuela la cohesión social esta derruida y la sociedad es absolutamente disfuncional hasta en los términos más elementales de las transacciones con la odiada moneda del imperio, quienes hacen lógica e intentan inferir, desde el  “modus ponendo ponems”, que Venezuela se arregló, y por ello el régimen sabe lo que se está haciendo, demuestra un estado famélico de la gnosis, que les impide asociar cadenas de causalidad creíbles y que ratifican lo expresado por mi persona, junto al doctor José Rafael Herrera en la primera parte del manifiesto sobre las causas de la pobreza material, del lenguaje y del espíritu en Venezuela. Se intenta desde la carencia de solidez en el juicio, hacernos creer que esta barbarie pasó del más primitivo socialismo hacia formas de capitalismo inicial o imperio del mercado; así pues, eliminado el antiguo modelo distorsionador de la planificación centralizada que hizo aguas en 2016, implicaría que el mercado iba a primar y los recursos se iban a emplear de una manera más eficiente. Pero los geniales metodólogos que van de esquina en esquina, haciendo de un instrumento ciencia, no incorporaban en sus limitados instrumentos que los veintitrés años de gobierno del Partido Socialista Unido de Venezuela y la eliminación de facto de la institucionalidad habían erosionado el capital social, lo único que mantiene a este fardo sangrante de ex república unida era justamente el vestigio de la planificación centralizada, mutada en capitalismo clientelar y una tiranía opresora, entonces el capital social es decir la confianza para cohesionar la recuperación sostenida de la república sencillamente ha desaparecido. Venezuela es hoy en día un salvaje oeste tropical, atrapada en un vacío sistémico en donde no hay ni Estado planificador ni mercado, esta última aseveración es tomada y ajustada de la obra de G. W. Kolodko From the shock to theraphy: The Political Economy of postsocialist Trasformation, Oxford University Press 2000.  La cita de este autor no es un ejercicio de vanidad académica sino de rigurosidad intelectual para evitar estar navegando sobre la endeble tabla del naufragio del Medusa, sobre los pastosos fangos de la revolución de todos los fracasos, término este usado por el doctor Nelson Chitty la Roche y que define en su justa magnitud al chavomadurismo.

Los más recientes estudios sobre las normas sociales relacionadas con la neurociencia dan cuenta de que las mayorías participan al realizar un acto individualmente beneficioso, pero socialmente dañino, sí perciben que en su mayoría los demás participan; esto demuestra que las conductas sociales pueden deteriorarse rápidamente cundo la gente es testigo de un número suficiente de “transgresiones”, es decir, las preferencias de las personas son condicionales; lo que quieren hacer depende de lo que creen que hacen los demás. A menudo importa no la norma legal (lo que supone que uno debe hacer), sino la norma descriptiva (lo que uno creé que hace la mayoría de la gente). Por esta razón, y de acuerdo a lo que manifiesta la filósofa Cristina Bicchieri en su obra The Grammar of Society, las normas descriptivas beneficiosas son frágiles.

Finalmente, en Venezuela se ha permitido una metástasis desbocada de la desigualdad, que algunos bribones advierten como recuperación, pues se produce un efecto de goteo, al erosionarse la frágil norma descriptiva o condicionada, en nuestro país se abonó el camino para la destrucción del capital social y no se produce un conflicto social, porque la arena política como instrumento de resolución de conflictos está absolutamente permeada de intereses crematísticos que generan convenios acomodaticios con quienes nos someten, somos un Estado policíaco que impone normas y castigos por desobedecer, derivando en un sistema de conformidad basado en los incentivos del miedo y la coacción, pero los encargados de aplicar las leyes no son ubicuos, por ende, estas normas terminan sorteándose y convirtiendo a la sociedad en una suerte de Estado natural de Hobbes, la productividad es baja, disfuncional y la vida desagradable.

La alternativa democrática implica confianza y un pacto social, un acuerdo acerca de las responsabilidades y los derechos de los distintos individuos. Se valora la verdad porque hacerlo es lo correcto o lo moral, y sabemos el coste que impone a la sociedad el quiebre de la confianza. La erosión de la confianza perjudica a la economía. Pero lo que está ocurriendo en la esfera de la política puede ser aun peor: la quiebra del pacto social puede y tiene unos efectos todavía más odiosos en el funcionamiento de las sociedades en el ámbito político pues niega el propósito de carácter cooperativo en la resolución de conflictos de la vida pública, genera sesgos en la información, y desigualdades, se puede concluir entonces que las desigualdades no surgen de las fuerzas absolutas del mercado sino que son reforzadas por una postura indolente, nihilista y abiertamente indeterminada que vacía de contenido ético a la vida social, sustituye lo estéticamente bello, lo racionalmente concreto, por una nueva visión de la desesperanza, las pobrezas y la vacuidad, así quienes se asocian bajo intereses crematísticos y pecuniarios a las nuevas formas de dominación impuestas no gozan jamás de la confianza societaria, sino de un estadio de constante intranquilidad y desconfianza, pues reconocen la inexistencia de sus diques de contención normativa manifestada por la obra de Bicchieri.

Para finalizar con un símil, esta deformación en lo político es muy cercana a una bacanal en el palacio de Calígula o Heliogábalo, en donde está permitido todo a todos, pero a su vez sus comensales transgresores viven bajo el miedo y la desconfianza de la locura moral de quien los domina, han tributado a la irascibilidad y se han ganado un puesto en el banquete que bien los puede o convertir en monstruos, o encerrarlos en las ergástulas de las vísceras de la tiranía a la cual sirven, y allí en realidad no hay indeterminación y no hay nada, hay simplemente una evidente y clara crueldad con la cual se coexistió, que al final acarreara un precio muy alto.

“Servirse de un cargo público para enriquecimiento personal resulta no ya inmoral, sino abominable.” Cicerón.


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