Putin y
Foto: EFE

Así se resume la relación de Putin con la cabeza del grupo militar privado Yevgeni Prigozhin, elogiado por Putin como héroe de la patria por los servicios y sacrificios realizados para la defensa de Rusia en la guerra de invasión contra Ucrania para luego acusarlo de traidor hace unos días cuando el mercenario se disponía a iniciar su “marcha por la justicia” hasta Moscú.

Escribo este artículo sin ambición predictiva alguna, porque tal es la opacidad que existe en torno a los eventos del pasado sábado 24 de junio en Rusia, como el caudal de especulación en las redes sociales y algunos medios de comunicación. En estos momentos se hace imposible saber con claridad qué fue lo que pasó, y menos aún cuáles pueden ser las consecuencias en el corto plazo. Sólo el tiempo nos dirá.

Sí existen, sin embargo, algunas cosas que podemos asomar, y ello sobre la base de experiencia histórica, paralelismos y escenarios.

Por ejemplo, en 1991 Boris Yeltsin asumió la defensa del gobierno de Mijaíl Gorbachov ante un golpe de Estado proveniente del ala más radical del Partido Comunista. Tres días más tarde, una vez estabilizada la situación, Yeltsin rescató a Gorbachov, quien se encontraba detenido en su casa de verano en Crimea. En los meses que siguieron a esa intentona, el poder disminuido del jefe del Estado fue aprovechado por muchas de las repúblicas para declarar su independencia, lo cual iba mucho más allá de la descentralización que el ala dura del Partido Comunista había tratado de evitar con el golpe. En definitiva, a la luz de los treinta años que han pasado desde ese momento histórico, se puede decir que se aceleraron muchos de los eventos que seguramente hubieran llegado de todos modos con los años, sobre todo la desintegración de la URSS, lo cual obligó a la posterior renuncia de Gorbachov y propició el ascenso de Yeltsin como presidente de la Federación de Rusia.

En la situación actual es Alexander Lukashenko quien disuade a Yevgeni Prigozhin de seguir avanzando hacia Moscú y lo “invita” a exiliarse en Bielorrusia, haciéndole este gran favor a Vladimir Putin para estabilizar la situación y evitar un derramamiento de sangre entre rusos. Todavía al momento de escribir esto, los detalles del acuerdo que impidió que la insurrección siguiera su curso, siguen siendo incompletos y confusos.

Mientras los medios de comunicación anuncian que Lukashenko ha confirmado la presencia de Prigozhin en Bielorrusia, Putin informa que no lo llevará a juicio a él ni a los rebeldes que lo acompañaron y que todo el armamento pesado de la empresa militar Wagner pasa a manos del Ministerio de Defensa ruso. Prigozhin, por su parte, tan sólo indica que él no pretendía dar un golpe de Estado sino ejercer una forma de protesta por los ataques que sufrió su batallón en Ucrania.

Ante tanta opacidad, es normal que la gente especule y piense que se trata de una jugada inteligente para acercar al grupo militar élite a la capital de Ucrania o para llevar a cabo una purga interna. Sin embargo, no hemos sabido de la destitución de algún miembro de las fuerzas armadas rusas, ni de su ministro de Defensa. Por otra parte, ¿necesitaba Putin toda esta puesta en escena para movilizar a su grupo de élite al territorio de un gobierno aliado? ¿Por qué la necesitarían él o Lukashenko, cuando en ninguno de los dos países existe el Estado de Derecho, es decir, no tienen que guardar las formas institucionales? Siendo un grupo paramilitar, ¿hacía falta una fachada para actuar desde Bielorrusia e invadir Ucrania desde esa frontera, más cercana a Kiev? No han necesitado fachadas en Venezuela, o Nicaragua, o Sudán o Yemen, ¿por qué aquí querrían guardar ciertas formas? Más bien, si Prigozhin ya no trabaja bajo las órdenes de Putin y atacara Ucrania desde Bielorrusia, ¿no estaría involucrando a un tercer país en este conflicto armado?

Además, si Putin, Prigozhin y Lukashenko están actuando, ¿cuál sería el rol estelar? ¿Y quién lo actuaría? ¿Quién es el que se presenta como líder indiscutible según lo que hemos visto en estos veinte años? A pesar de ello, Prigozhin acusa a Putin de no ser tan nacionalista ni tan patriota como él, y a sus generales de ser indecisos e incompetentes, mientras que es recibido como héroe por la gente del pueblo, y aunque las fuerzas de seguridad que consigue en Rostov no se sumen a su liderazgo, tampoco le impiden avanzar. Mientras tanto, Putin habla de traición, se le ve desarticulado y nervioso, dos características que chocan con la imagen de frío y calculador que ha proyectado siempre. Luego atiende un acto oficial en San Petersburgo, y desaparece de la escena. Todavía al hablar por primera vez oficialmente con los medios de comunicación desde la crisis del sábado, se muestra conciliatorio y magnánimo, dos características que no conocemos del líder ruso. Los hechos no encajan pero dicen mucho.

El impacto inmediato de lo sucedido el sábado 24 de junio está aún por verse. En guerras feudales de este estilo, siempre tendremos más preguntas que respuestas.  Estaremos a la expectativa de uno o varios “suicidios” en extrañas circunstancias, leeremos mucha información que no va dirigida a los espectadores sino a los actores involucrados en el conflicto, veremos aparecer nuevos actores, nuevos ejércitos privados de oligarcas y dirigentes, y habrá mucha, mucha narrativa, mucha propaganda de todos los frentes –porque unos tienen que apostar al mayor debilitamiento de Rusia para triunfar en la guerra, otros de Putin para aprovechar la ocasión y conquistar el poder, y otros, tienen que mostrar fuerza, dominio y firmeza.

Lo que sí sabemos es que, en el largo plazo, este hecho será un hito histórico, pues mostró la debilidad del estamento militar ruso y de su líder, las divisiones internas y las incertidumbres, mostró el apoyo popular a un aventurero mercenario con ideas aún más radicales, y, dejó plasmado en la población (así sea en el inconsciente colectivo) que al salir del grupo mercenario Wagner, Rusia disminuyó su capacidad de ganar la guerra contra Ucrania. Sumado a lo anterior, si se prolonga la guerra, o se entra en un período de inestabilidad, la crisis política acarreará a una mayor precariedad económica, en un país ya fuertemente golpeado por la inflación, la escasez y las sanciones.

Lo otro que también sabemos desde el sábado es que Rusia cuenta con 6.000 ojivas nucleares y que, en tiempos de turbulencia e inestabilidad como la reciente, quien dirige el país puede tomar decisiones poco racionales, por lo que sus propios enemigos internos buscarán impedirle que mantenga ese control.

En definitiva, puestas tantas debilidades en evidencia deberían acercarnos al fin de la guerra, ya no tanto a través de una escalada militar con apoyo indirecto de los aliados de Ucrania, sino por una negociación en términos más favorables que los que hasta ahora se habían asomado.

Y que el héroe de Rusia sea visto como un traidor.


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