No me gustan los títulos largos, es mi formación de ingeniero que todo lo comprime, pero quería que el lector entrara en detalles sin preámbulos porque no es fácil de  entender eso que anuncio.

Un gobierno se dedica a desarrollar políticas de Estado para lograr las metas previstas, y su fortaleza principalmente está en las instituciones, cuya cultura provee al funcionario de herramientas y estructuras para ejecutar su trabajo y así forjar un mejor futuro.

Contrariamente, las administraciones chavistas se han dedicado a destruir las instituciones insuflándole el veneno de la corrupción desde el primero ―los más jefes― hasta el último integrante ―menos jefes pero parte del clan― sea coterráneo o extranjero. Esa era la meta….

Esa conversión que refiero en el título del artículo tiene que ver con una nueva forma de vida del venezolano, esa que depende de otras cosas que antes nos parecían poco deseables. Esas que tienen que ver con el uso masivo del Estado, sus instalaciones, oficinas, equipos, dinero y otras herramientas como valijas diplomáticas o carnets para usufructuar lo que antes soportaba al ciudadano, a la patria.

La administración pública, una entidad sobre la que cabalgaban los grandes proyectos, administración y justicia, ahora son juguetes para el acomodo del vivián que, en medio de una estructura corrupta, actúa sin  novedad.

La anterior Contraloría General de la República, aquellos funcionarios que sin mediar llegaban a revisar contrato a contrato sin mucha explicación y se asentaban en cuestión de minutos en la oficina asignada hasta terminar su misión, ahora son comandos que operan para otros propósitos. Esos grupos de profesionales que cuidaban el erario público, el proceder, nuestras riquezas ahora son una quimera, es algo que existe pero no para sus propósitos, es decir, es pero no es y el ciudadano no lo entiende, bueno es que no es fácil…, y si hay un guiso de mayor marca, se resuelve con el de más arriba, la gran diferencia con las anteriores administraciones públicas, las de antes de este desmadre.

Es más, en los últimos tiempos la cosa es al revés: los funcionarios no van, se enteran por otras vías no oficiales de quiénes y qué están «guisando» y se presentan ante el director, el jefe de la movida, y le proponen un negocito.

Los funcionarios, los que conforman el Estado privado, trabajan no para el Estado sino para ellos. Por ejemplo, utilizan todas las herramientas y tecnologías para averiguar quién compró un teléfono móvil robado y lo ubican, llevan preso y de una le dan el precio para salir, unos 300  o 400 dolaritos. Eso ayuda a enderezar el sueldito. No es que lo atrapan para corregir esa conducta con justicia, es para corregirla con una multa privada, para los aparentes justicieros.

Los trabajadores de las empresas de servicio, ante una falla, de una te informan que no hay cómo repararla pero ellos te pueden ayudar, es para complementar el sueldito.

Los funcionarios que trabajan en los ministerios encargados de los permisos no te pelan: de allí no sale un permiso sin la venia de ellos, que ya está incluida en los costos de los proyectos, entendiendo perfectamente el cliente que sin esa colaboracioncita no hay permiso así el trámite esté perfecto.

Igual si vas a una notaría u algo parecido. Los costos del trámite legal son ridículos, te los dicen y tú quedas extrañado, pero de inmediato viene lo otro: “Bueno, haga esta transferencia en nuestro banco –por cierto, no hay línea, está caído el Internet desde ayer– luego, con el comprobante venga para darle una fecha”. Ante la pregunta “¿y no hay otra forma de hacer esto?”, de inmediato te explican cómo es la cosa, proceso donde participan todos los niveles de esa oficina y que es una ayudita para completar el sueldito.

Esta nueva performance del gobierno venezolano donde los ministerios o empresas públicas pagan a contratistas en divisas, en efectivo como una bodega, no tiene enemigos, y ha hecho común que grandes obras se paguen de esta manera, esquivando cualquier tipo de bloqueo o control. Es decir, un país donde probablemente un tercio de la población está en las nóminas del gobierno y que ganan menos de un dólar diario con una canasta básica de más de 400  dólares al mes, se mantiene a flote y además se echa palos y estrena; es una fórmula envidiable esta privatización personalizada.

Lamentablemente, por otro lado, los decentes que son médicos o afines, educadores, policías, jubilados o pensionados que no pueden participar en ese guisito, o los trabajadores de las empresas sobrevivientes que solo ganan para guapear, la están pasando fatal, al extremo de no contar ni siquiera con las ayudas básicas que es responsabilidad del Estado. Una población que trabajó por décadas para una Venezuela que sí producía, ahora no puede ni comer completo.

Esta realidad que entristece deja a miles de mi generación de la tercera edad sin otro chance que el guapeo, utilizando esa defensa que nuestros padres nos dieron como legado y que tiene que ver con la decencia, la humildad y el trabajo valiente donde comprarte no es tan fácil para  los corruptos..

Y nuestra patria continúa sin rumbo cierto, con la desdicha del pobre en el zenit. Esta particular condición de políticas públicas basadas en la corrupción y que muchos le han hecho carantoña, aunque nos duela en lo más profundo,  es un modelo MADE IN VENEZUELA.

Por todo esto, considero que los estados de nuestra Venezuela donde la democracia tiene ahora el control político tienen que dar una demostración impactante de cómo se revierte esta situación, si no, su fracaso es una línea de Gaceta Hípica, y su fiasco, el de nosotros.


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