Me prometí a mi mismo y a mí madre, no escribir más sobre política, literatura y otras vanidades humanas este año. ¡Confieso que no me aguanté! Pido perdón por mi insoportable conducta y mi falta de disciplina. De nada me sirvió mi fe y el leer en la biblia el libro de Mateo para no caer en tentación. “Sorry”

¡De niños todos soñamos con nuestra vida futura! Nos deslumbraban esos finales felices narrados en la Cenicienta, en La Bella y la bestia,  así como en esos cuentos clásicos que la constancia y la imaginación de Walt Disney nos hizo realidad en películas para complementar una infancia feliz.

La adolescencia no fue muy diferente para quienes con la inocencia siempre a flor de piel, nos pleno de fantasía y entusiasmo el contar con la lectura que se anexaba a nuestra fugaz formación académica. Las aventuras de Tom Sawyer o de Huckleberry Finn. Las fábulas de Esopo, El PrincipitoEl libro de Sofía, y los libros de Harry Potter que sin duda incentivaron la lectura de aquellos cuya imaginación nos ha llevado mucho más allá de la Fábrica de Chocolate o de Las Aventuras de Alicia.

“Mi reino por un caballo”. Me parece escuchar a lo lejos en los canales de las majaguas, cuando en su infancia montado en un palo de escoba Primitivo soñaba con reinos de fábulas y gritaba por los caminos de tierra esa memorable frase. Inocente infante que entre el trabajo, sus necesidades económicas y la pobreza de su entorno – sufría como cualquier otro mortal – la inclemencia de no ser parte de una sociedad en crecimiento, pero con bastantes carencias.

Antonio Primitivo, entre sonrisas y llantos soñaba con ser Simbad o Ali Baba. Soñaba con su Cenicienta, con su Rapunzel, con la princesa Sherezhade o simplemente con ser quien al ser besado por una princesa, se transformaba en un galante príncipe, heredero de un reino.

El muchacho creció, se esforzó por triunfar, pero le quedó atrás la humildad de quien fue parte de los tantos – quienes con constancia y esfuerzo – se abrieron camino con la esperanza y los sueños de ayudar a todos.

Se le esfumaron sus ideales entre el tiempo y los recuerdos. Entre su infancia, los amigos y el corazón. Quizás como a todos esos muchachos que surgieron con ideales y sin principios. Les quedó grande  el poder por ignorancia o por la adulación de su entorno.

El recién electo gobernador de Portuguesa, es uno más de quienes formaron parte de la militancia de los partidos que conquistaron la democracia, AD, Copei, URD, PCV.  Solo que no le llegó como a muchos otros. La formación de principios como una parte esencial de la manera de ejercer los cargos políticos. Decepción de muchos ciudadanos. Parte de ese entorno de formación social del cual muchos profesionales nos negamos a formar parte. -Aún siendo nuestra obligación moral -.

Hoy el muchacho que vendía empanadas, soñaba un mundo mejor en su memoria. Desfila con su esposa ante las luces de una imaginaria alfombra donde estrellas de la política forman  parte del escenario mundial. Trajes de seda, luces y aplausos se mezclan con el impudor y la ignorancia de un pueblo. Con ese Alzheimer que por vanidad política sufre Antonio Cedeño al olvidarse y execrar de su infancia. Ese bienestar colectivo que siempre imaginó desde niño.

“Vendo príncipes sin gloria. Pago con besos a sapos”.


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