El espectáculo antidemocrático que presenció Venezuela y el mundo, con ocasión de la elección de la junta directiva de la Asamblea Nacional, no tiene símil en la historia venezolana.

El año 2020 comenzó golpeando duro a los venezolanos; largas colas para abastecer gasolina; hiperinflación descontrolada en una economía completamente distorsionada; comercios aceptando libremente petros, dólares, euros, mientras se inflaba la burbuja decembrina que nos llevaría al primer viernes negro del año.

El dólar pasó de 60.000 bolívares a 71.451,68 bolívares en tan solo un día. Los precios de alimentos, transporte y demás insumos se duplicaron de una noche para otra. El salario mínimo se redujo a 3,5 dólares/mes, lo cual, a duras penas, alcanza para comprar un cartón de huevos.

No conforme con lo anterior, al pueblo venezolano, sumido en el desespero causado por una crisis compleja e inhumana; le toca lidiar con una clase política que está lejos de sus expectativas. Por un lado, el oficialismo decidió utilizar todos los medios para disminuir la fuerza opositora en la Asamblea Nacional; por el otro, un sector de oposición, con sus serios y nada nuevos problemas de división, decidió unirse con la fracción del PSUV para destronar a Juan Guaidó de su cargo.

Aunque existen evidencias de que el ingreso de Guaidó no fue impedido en una primera instancia, el mundo pudo observar un Palacio Federal Legislativo completamente militarizado; el ingreso era decidido por miembros de la Guardia Nacional, los mismos que posteriormente trancaron cualquier tipo de acceso y confrontaron al presidente de la Asamblea cuando intentaba saltar la cerca del recinto.

Finalizada la tarde del 5E, los venezolanos teníamos dos grupos atribuyéndose la dirección de la Asamblea Nacional; uno presidido por Luis Parra, militante (expulsado) de Primero Justicia, y otro presidido por Juan Guaidó. En el juego geopolítico internacional de las potencias, el primero fue reconocido por Rusia y el segundo por Estados Unidos.

La posición del mundo democrático es clara, se puede estar a favor o no de Juan Guaidó, pero es imposible aplaudir la barbarie y celebrar la destrucción de una institución que va más allá de los políticos, es la representación de la voluntad de más de 14 millones de personas.

Si lo ocurrido el 5E no fue suficiente, lo que se vivió el 7E es aún más preocupante. Luis Parra, quien todavía no logra demostrar con pruebas fehacientes la legalidad de su juramentación, abandonaba a paso acelerado la sede de la AN; en contraposición, un Juan Guaidó ingresaba con fuerza acompañado de 100 diputados entre suplentes y principales.

En medio del pan y el circo, los venezolanos siguen preguntándose: ¿Qué vamos a hacer?, ¿cómo vamos a resolver nuestra situación?

Las recientes encuestas de DatinCorp demuestran que 57% de los venezolanos apuesta a una salida pacífica y 80% quiere votar si hay un CNE equilibrado; para ello, la única solución es luchar por un proceso electoral transparente, con veeduría internacional y que incluya un pacto de gobernabilidad. En este contexto, se necesita el funcionamiento pleno de la Asamblea Nacional, ya que para poder nombrar un nuevo Poder Electoral se requiere de 111 votos que, hasta hoy, ninguno de los dos grupos, por separado, los tiene.

Quedarse de brazos cruzados o esperar a que el mundo decida darnos una solución, mientras Venezuela se sigue cayendo a pedazos, no es una opción. Los venezolanos no podemos seguir como simple espectadores de una película que nos arrastra en cada escena; las agujas del reloj no se moverán si lo único que hacemos es quedarnos en la crítica y quejarnos en las redes sociales.

Tenemos una generación perdida y niños famélicos naciendo a diario; más de 4 millones de compatriotas que han huido en la diáspora inclemente; los servicios públicos están colapsados y somos un país con estadísticas de guerra sin estarlo, ¿qué más nos hace falta?

Hace falta generalizar la indignación, activar el poder de la fuerza ciudadana organizada, consciente y unida en torno a un solo objetivo: Condiciones, elecciones, gobernabilidad; este es el único camino que tenemos a la mano para mover los cimientos del autoritarismo, es nuestra mejor manera de castigar a quienes por cuatro monedas nos han vendido.

Como dice la persona que me inspiró este artículo, para cuándo el ¡Ya basta!

@indiurbaneja


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