En otros tiempos, remotos desde mi particular percepción y de una inocultable adicción, ¿alienación?, a la computadora personal y el teléfono inteligente, derivada del monopolio del papel inseparable de la hegemonía mediática del régimen, solíamos matizar el café madrugador con la lectura del periódico matutino. Ahora, debemos conformarnos con la difusión radiofónica de noticias pasteurizadas, homogeneizadas y, peor aún, distorsionadas en función de una realidad ilusoria o inexistente (posverdad), extraídas con asépticas pinzas de la red de redes: somos vasallos de Internet y de la información viral y, en consecuencia, nos pasan bajo la mesa aconteceres insoslayables —a juicio de la asociación civil Espacio Público, más de la mitad de la violaciones de la libertad de expresión en Venezuela se producen en línea—. Y, si nos aferramos a ellos, entonces obviamos otros de obligatoria remembranza, sobre todo cuando la principal fuente informativa del país, el (des)gobierno carece de transparencia y abunda en opacidad. Ahí tenemos el palmario ejemplo de El Aissami. Han transcurrido ya dos meses desde su renuncia inducida o solicitada por el general Vladimir Padrino o su mascarón proa y testaferro político, el okupa de Miraflores, Nicolás Maduro Moro, e ignoramos su paradero, pues al parecer ambos hicieron un voto de silencio en referencia al jeque. Ello, naturalmente, concita la especulación mediante diversas conjeturas devenidas en extravagantes rumores: lo tienen sedado en un hospital psiquiátrico al cuidado del loquero Jorge Rodríguez, se fugó al Líbano o a Siria, cumple arresto domiciliario sin presunción de inocencia en Fuerte Tiuna, mientras buscan cómo salir de él sin generar alborotos que incidan negativamente en la campaña del usurpador; en fin, una ristra de elucubraciones seguramente auspiciada por el cogollo chavopadrinista o madurochavista, orientadas a eclipsar la cotidiana e insufrible realidad.

¿Y a cuáles santos hemos de encomendarnos hoy para marcar distancia con el averno rojo? El santoral nos propone una docena de nombres. Me limitaré a mencionar sólo uno: Cristóbal de Magallanes. Elijo a este sacerdote mexicano, asesinado en una de las llamadas guerras cristeras (1927), porque alguna vez fui magallanero —dejé de serlo y de interesarme en el beisbol local cuando Chávez, en cadena nacional, confesó su afición a la nave turca y su culto devocional a un lanzador de nombre Isaías, apodado el Látigo, apellidado como él, y muerto en un accidente aéreo ocurrido en Maracaibo (1969)—. Además de a los virtuosos servidores de Dios, festejamos este domingo el Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo, celebración instaurada, en diciembre de 2002, por iniciativa de la Unesco e, igualmente,  la fecha consagrada a exaltar el té y el whisky —en Venezuela se le dedica a los optometristas—; sin embargo, un par de aniversarios relacionados con el natalicio y el fallecimiento de los dos poetas más populares del país nos obligan a hacerles comparecer en estas líneas. El miércoles 17, día de san Pascual Bailón, se cumplieron 103 años del natalicio de Aquiles Nazoa, y hoy, 21 de mayo, 68 del fallecimiento de Andrés Eloy Blanco, en un trágico accidente automovilístico acaecido en Ciudad de México (1955).

El Ruiseñor de Catuche y bardo de las cosas más sencillas estaría celebrando siglo y dele de haber nacido en la caraqueñísima parroquia San Juan; y esa catajarria de años, señoras y señores, ladies and gentlemen, mesdames et messieurs, no se puede despachar como si nada y, menos aún, cuando se trata del natalicio de un humanista de vasto saber y acendrado arraigo público. Creador polifacético —periodista, poeta, ensayista, crítico de arte, guionista cinematográfico, mecenas intelectual en la carraplana y hacedor de papagayos —, Aquiles fue (es), a juicio de Ildemaro Torres, «una de las figuras más brillantes del humorismo venezolano de todos los tiempos». Su cumpleaños llama a sazonar estas variaciones sobre los insoslayables temas de costumbre con una pizca de humor y amor, a fin de no servirlas tan desabridas como los bobalicones reclamos del realismo socialista y bolivariano orientados a confiscar su legado, como han hecho con Luis Beltrán Prieto y otros ilustres ciudadanos. En cuanto a Andrés Eloy Blanco, baste recordar la premiación, en 1923, por parte de la Real Academia Española— otro siglo a conmemorar — , de su «Canto a la madre España», en el marco de la Fiesta de la Raza», obra publicada por la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1930.

Y en el tramo final de mi descarga comparto aquí estas palabras de Simón García (“Sin exaltaciones ni desalientos”, Tal Cual, 14/01/23) relativas al comportamiento de la contra chavista: «Una oposición acostumbrada a vivir de ilusiones y concluir en desengaños actúa como si todo el descontento fuese a generar espontáneamente una avalancha de votos a su favor». Y para terminar de aguarle la fiesta al lector, un deprimente suelto informativo: «En el ranking de menor calidad institucional del mundo Venezuela está junto a Afganistán (174), Somalia (175), Sudán del norte (176), Libia (177), Sudán del Sur (178), Siria (179), Yemen (180), Eritrea (181)»; y, para más inri, no olvidemos una pavorosa advertencia: «El fenómeno El Niño, que caldea zonas del Pacífico con repercusiones en todo el globo, arranca y elevará las temperaturas hasta niveles desconocidos». Lo afirma el jefe de la Organización Meteorológica Mundial, Petteri Taalas. Tendrá impacto en salud, alimentos, agua y medio ambiente y hay que estar preparados. Ojo, ¡mucho guillo!


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