Como ocurre cada año, desde 1971, por estos días tuvo lugar la 48 edición del llamado Foro Económico Mundial, que tiene lugar en Davos, una pequeña ciudad que está ubicada en los Alpes suizos, inmortalizada por Thomas Mann en su obra La Montaña Mágica, fundado y presidido hasta hoy en día por Karl Schwab, cuya edad ronda los noventa años.

Como se sabe, se trata de un encuentro que reúne a personajes influyentes en el desenvolvimiento del mundo y en esta ocasión juntó a 120 gobiernos, a una buena parte de las principales organizaciones internacionales y a cerca de 1.000 empresas, así como a algunos importantes líderes políticos y de la sociedad civil y a destacados expertos académicos. Dedico estas líneas a comentar el evento, pues nunca está de más escuchar lo que dice una parte importante de la élite mundial, al margen de que de que se esté de acuerdo o no con su diagnóstico y, sobre todo, con sus propuestas.

El tema escogido para examinar lleva el título “Crear un futuro compartido en un mundo fracturado” y se ha organizado en función de cuatro áreas: lograr la seguridad y cooperación en el mundo, crear crecimiento y empleo para una nueva era, la inteligencia artificial y la biotecnología estimadas como motor de la economía y, por último, desarrollar una estrategia a largo plazo para el clima, la naturaleza y la energía.

El planeta no va bien por donde va

Hay coincidencia en la idea de que esta crisis, apenas dibujada en las líneas precedentes, emergió a partir del año 2020, en medio de la pandemia del COVID-19 que colocó en el tablero los conflictos que han ido emergiendo y creciendo en el seno de un mundo cada vez más enredado, además de incierto tanto por la velocidad que llevan los acontecimientos, como por “la desinformación y la difusión de contenidos falsos…”, como indicó Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo.

Diversos informes elaborados revelen desde distintos ángulos advierten que el mundo no va por donde debía y podría ir. Recogiendo sus planteamientos básicos, en los mismos se prevé un debilitamiento de la economía en mundial en 2024, como consecuencia, en buena medida de los problemas geopolíticos y las tensiones sociales.

Por otro lado,  indican que la población está creciendo a un ritmo mayor que el de la generación de recursos, estimando que en 2040 el mundo alcance los 9.200 millones de habitantes, lo que influirá sobre la seguridad, el desarrollo, el medio ambiente, los niveles de pobreza y desigualdad, así como la cultura y la educación, temas todos que habrá que encarar desde las perspectiva de las generaciones actuales y futuras, bajo el principio de la solidaridad intergeneracional.

Sostienen que las amenazas globales medioambientales han sido alarmantes, a las que se añaden la escasez de recursos, los conflictos geopolíticos y sus consecuencias bélicas en tiempos de armas de destrucción masiva, las migraciones masivas involuntarias, la vulneración de la democracia (hoy en día más de la mitad de los países son gobernados bajo un sistema autoritario) y la polarización dentro de nuestras sociedades, son a grandes  rasgos las amenazas se ciernen sobre el mundo.

A la lista anterior se le han añadido los posibles riesgos asociados a la Inteligencia Artificial y a la Biotecnología. Los cambios tecnológicos están dejando infinidad de preguntas en el aire, como, por ejemplo, ¿qué sería de una humanidad diseñada biológicamente?, o ¿qué sociedad de seres libres e iguales podemos tener si se cumplen ciertos vaticinios de la inteligencia artificial?. Podría decirse que en los discursos prevalece la convicción de regular sus progresos, pero hasta ahora las medidas asumidas no han sido el resultado de consensos y aún dejan espacios demasiado amplios para que tengan lugar posiciones cuyo criterio fundamental estriba en que los cambios tecnológicos avancen con la mayor celeridad.

Razón no le falta a António Guterres, secretario general de la ONU, cuando señaló en la reunión de Davos que “frente a las amenazas graves —incluso existenciales— que plantean el caos climático descontrolado y el desarrollo desenfrenado de la inteligencia artificial sin barreras de seguridad, parecemos impotentes para actuar juntos”. Corroboraba así la frase que estampó hace algún tiempo por el propio Karl Schwab advirtiendo que »vivimos en un mundo esquizofrénico».

En medio de todo lo señalado en los párrafos precedentes, se ha vuelto notorio que la ONU es hoy en día una institución sin la capacidad institucional y política necesaria para poder encarar los problemas que asoma el planeta. Su poder de convocatoria y efectividad es cada día menor, según lo dejan ver los insuficientes resultados alcanzados en su pretensión de hacer posible una sociedad más equitativa, inclusiva y sostenible.

¿Reinventar el capitalismo?

Aunque no son muchos, hay también quienes sostienen la conveniencia de asumir las recomendaciones recogidas en el Acuerdo de París y la Agenda 2030, entendiéndolas como una ruta que suponga que el capitalismo abandone el rendimiento económico como único objetivo y busque el beneficio del total de la sociedad.

Lo anterior supone, trascender el PIB como criterio fundamental del crecimiento, pues como lo han escrito reputados economistas como Joseph Stiglitz y Amartya Sen, no es un indicador de bienestar ni de desarrollo, y el crecimiento económico no equivale necesariamente a ninguno de ellos, visto que soslaya la mejora de la educación, la salud, el medio ambiente, la infraestructura, la inclusión social y otra infinidad de aspectos.

Así las cosas, para crear un mundo sostenible y justo para todos, debe crearse un nuevo marco de medición. Cada vez hay más coincidencia en torno a la idea de que el PIB esconde las limitaciones de un modelo de desarrollo que gotea por muchos lados. Se requieren, pues más y mejores termómetros para medir la temperatura en los distintos ámbitos por donde se desliza la vida humana.

Dado lo anterior, hay quienes asoman la tarea de reinventar el capitalismo para que sobreviva, mientras que otros se pronuncian por un cambio de paradigma que suponga transformar en su esencia las relaciones de poder, las instituciones sociales, la convivencia colectiva, las reglas éticas, las actitudes hacia el entorno natural, y, en última instancia, nuestra conciencia como humanidad, lo cual conlleva, como apunté antes, contar con una estructura que cuente con la capacidad política e institucional de poner orden en el planeta Tierra. Y no estoy pensando en la actual ONU, desde luego.

Una pequeña dosis de astrología

Aunque no soy ducho en el tema, ni mucho menos, me sorprende saber (por pura casualidad), que estamos entrando desde el 2021 en la era de Acuario (y además Plutón  que ingresó en Acuario), por lo que los astrólogos pronostican tiempos de grandes transformaciones políticas, económicas, sociales, y hasta religiosas, muchas de ellas asociadas a la emergencia de tecnologías radicales en varios aspectos entre los que cabe mencionar el fin de la economía industrial, innovaciones para revertir los daños climáticos ocasionados, un nuevo modelo de organización geopolítica, la irrupción de la ingeniería genética, el fin de la vida privada y el aumento de las posibilidades para el seguimiento y control de los ciudadanos, la fusión de la inteligencia artificial con la física cuántica y como estos, otros asuntos que hacen parte de una lista muy larga.


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