Foto EFE

En días pasados se llevó a cabo la reunión anual del Foro Económico de Davos (el World Economic Forum), evento organizado en torno a una agenda amplia, que incluía los problemas que más ocupan y preocupan a la humanidad en estos tiempos. Como se sabe, este encuentro presenta una suerte de resumen sobre el estado del mundo, elaborado desde el punto de vista de empresarios, líderes políticos e intelectuales, cuyas opiniones y acciones pesan mucho, para bien y para mal (y también para todo lo contrario) en el destino de nuestro planeta.

El encuentro vuelve al formato presencial después de dos años, una vez terminada la pandemia de covid-19. Es este el evento número 51 y ha sido denominado “La historia en un punto de inflexión”, haciendo alusión al hecho de que “… es la primera cumbre que reúne a los líderes mundiales en esta nueva situación caracterizada por un mundo multipolar emergente como resultado de la pandemia y la guerra», como declaró en su discurso de apertura Klaus Schwab, su fundador. El evento duró una semana y congregó a  2.500 personas, influyentes en sus respectivos escenarios. Como resulta fácil de suponer, la apertura del acto fue acaparada por la situación de Ucrania (Rusia no fue invitada) y como también resulta obvio señalar, las conclusiones a las que se llegó no parecieran haber dado respuesta a las complicadas interrogantes que plantea esta segunda década del siglo XXI.

El decálogo de los problemas actuales

La llamada Agenda Global que se elabora con motivo de estos congresos identificó en esta ocasión diez tendencias que configuran la realidad mundial, definidas a partir de diversos estudios y que expuestas en orden de importancia, son las siguientes: 1) La desigualdad creciente, percibida como un gran problema tanto en los países del África subsahariana como en Estados Unidos, al tiempo que la brecha de ingresos se agranda en Asia y América, persiste en Europa y amenaza el crecimiento en África; 2) El alto nivel del desempleo, incluso en países que muestran cierto crecimiento económico, mencionándose, aunque muy de pasada, la necesidad de un nuevo contrato social que refleje las consecuencias de las distintas transformaciones digitales en la redefinición de las relaciones obrero-patronales); 3) La debilidad y el desatino del liderazgo mundial, con respecto a los numerosos y graves problemas que les toca enfrentar; 4) Las dificultades geoestratégicas que tienen que ver con la desglobalización, el avance de los nacionalismos y las fisuras que muestra el multilateralismo; 5) El notable debilitamiento de la democracia y de la política, mientras se fortalece el autoritarismo en distintos formatos, sacando grandes ”ventajas” de las posibilidades que abren las tecnologías digitales; 6) El aumento de la contaminación en el mundo en desarrollo; 7) La mayor frecuencia de catástrofes naturales, directamente relacionadas con el cambio climático; 8) El avance del nacionalismo, que tiende a justificar la defensa de lo propio (culturas, tradiciones e identidades…), acompañado por un gran sentimiento antinmigración; 9) Disponibilidad y acceso al agua; 10) La crisis de la salud y sus repercusiones en la economía.

En suma, se trata de un decálogo en donde no hay nada que sorprenda. Nada que no se haya dicho así o de manera parecida en anteriores reuniones. Nada que no haya que seguir diciendo más veces hasta que se traduzca en medidas que mejoren el planeta en el que vivimos.

¿Transformar el capitalismo?

«Estamos en una encrucijada crítica, un período de decisión que dictará la salud y viabilidad de nuestra civilización», declaró Al Gore. Es, la suya, una apreciación que resulta medular para captar lo que está ocurriendo con nuestro planeta. Refiere a lo que en varias investigaciones se ha calificado una “crisis civilizatoria”, expresada en desacomodos profundos, particularmente graves por su origen común y convergencia, resultado de un modelo de desarrollo que, dicho en breve, instaura la manera como los humanos se relacionan entre sí y con la naturaleza.

Se habla, así pues, de una crisis que interpela al capitalismo como modelo y plantea la necesidad de someterlo a cambios drásticos, según lo han señalado economistas como Joseph Stiglitz y David Colliery, desde una perspectiva más radical, Tomas Piketty y Mariana Mazzucato.  Uno tiene la impresión de que durante la convención este tema debe haberse sugerido, si acaso, en algunas conversaciones de pasillo, como también debe haber sucedido con el tema de la democracia.

En este sentido, el filósofo español Daniel Innerarity habría dicho, de haber sido invitado a Davos, que “la política que opera actualmente en entornos de elevada complejidad no ha encontrado, todavía, su teoría democrática. Tenemos que redescribir el mundo contemporáneo con las categorías de globalización, saber y complejidad. Se requiere otra forma de pensar la democracia, otro modo de gobernar si queremos que la democracia sea compatible con la realidad compleja de nuestras sociedades”. En suma, llama a reflexionar sobre si puede sobrevivir la democracia a “…la complejidad del cambio climático, de la inteligencia artificial, de los algoritmos…”.

Una nueva agenda humana

El intelectual israelí Yuval Harari, quien estuvo presente en la penúltima cita del Foro Mundial, concluyó el discurso que dio señalando: “Tenemos que reconocer que no sabemos lo que está ocurriendo…”, al tiempo que recalcaba la urgencia de “…  formular una nueva agenda humana que determine qué hacemos con nosotros mismos”. Creo que de esta manera describe muy claramente la tarea pendiente y establece cuán lejos estamos de concretarla en políticas que se traduzcan, sin más demoras, en las transformaciones correspondientes.

Al Gore no exageró al decir lo que dijo respecto a la “viabilidad de nuestra civilización”

 


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