“La culpable no soy yo,” dice la pandemia cuando se habla de la situación que atraviesan las universidades, como por ejemplo la tendencia a creer que el coronavirus derrumbó el techo de la camineria de la Ciudad Universitaria de Caracas. Los venezolanos sabemos que la deserción masiva de profesores y estudiantes, el deterioro galopante de la infraestructura física y el crónico y deliberado déficit presupuestario, tienen su origen en el poder establecido en Miraflores. A esto también se suma la apatía y la falta de interés de todos los involucrados en el tema de la sociedad venezolana. Quizás también se encuentre en el propio silencio de las autoridades universitarias, en el que incurren, frecuentemente, los líderes estudiantiles y docentes.

Imposibilitada la asistencia en las universidades, sobre todo las públicas, tampoco ha prosperado la actividad virtual por la enorme brecha digital que nos caracteriza, lo cual se verifica al estar de últimos en el escalafón internacional de calidad de conexión. Esta situación se traduce en una desarticulación interna y externa de las casas de estudios; incluso, en términos afectivos respecto a sus integrantes.

Luego, por muy opositores que se digan estudiantes y profesores frente al régimen, obran severas limitaciones de movilización real, por ejemplo, que en determinadas coyunturas o circunstancias habrá que superar. Todos coincidimos en condenar lo que está ocurriendo en el país, denunciándolo a través de las redes sociales, que por cierto es casi el único medio que nos queda, pero estamos olvidándonos del propio y particular problema universitario, se está perdiendo o traspapelando en la opinión pública e, incluso, confundiendo los términos de su profunda gravedad.

Convengamos, y veamos otro ejemplo, en que todos los venezolanos padecemos el colapso sanitario del país, pero ello no impide que los médicos, las enfermeras y los demás trabajadores de la salud acudan y precisen con frecuencia los muy particulares problemas que padecen. Entonces, ¿por qué obviar los asuntos peculiares de la crisis universitaria cuando todavía tenemos en la memoria el criminal incendio de la Biblioteca Central de la UDO, en Cumaná?

Queda extremadamente pendiente la constante violación de la autonomía universitaria y los comicios que deben realizarse en nuestras casas de estudios, de acuerdo con el artículo 109 de la Constitución, puesto que las autoridades universitarias tienen más de una década en sus cargos; esta situación niega la participación de nuevos aspirantes y, quizás, nuevas visiones de soluciones. Además, nuestra Asamblea Nacional tiene una enorme deuda universitaria: no le ha otorgado los instrumentos legales necesarios a la comunidad universitaria democrática para afrontar mejor sus retos.

Está urgida también de interés el proyecto de Ley Orgánica de Universidades que planteó Aula Abierta, entonces, ¿no hay demandas que abonan al esfuerzo común por superar al régimen? Luego, el más elemental curso de oposición universitaria debe comenzar por acá, por actualizar los planteamientos, además, de rearticular los centros de estudiantes y validar las diligencias que deben efectuar los representantes estudiantiles y profesorales en los órganos de cogobierno: ¿es que se los llevó el mismo coronavirus que destruyó el techo de la UCV? Todo esto nos lleva a un análisis largo y profundo para el que tenemos poco tiempo, porque el país ha tomado el camino del foso, y debemos sacarlo de alguna forma. Impedir llegar a ese foso confirmaría que Venezuela libre existe, resiste y persiste.

@freddyamarcano


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