La Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) dictó un curso la semana pasada para un grupo de periodistas, la amplia mayoría de filiación oficialista. El objetivo expuesto por el director de Asuntos Especiales, Alexander Granko Arteaga, es muy claro: «Queremos quitar esa estigmatización que le han hecho a la DGCIM como torturadores». También quieren, según Granko, enseñar la verdad «de que somos». ¿De qué somos capaces querrá decir? El jefe de la DAE en su afán de sinceridad debería incluir, aunque sea en letra pequeña, que es un curso de alta peligrosidad.

Las clases deberían comenzar por el análisis de las dos palabras clave de la sucinta disertación del hombre de la DAE: estigmatizar y torturar. El primer término le molesta, se entiende, porque supone manchar, mancillar, deshonrar, injuriar la reputación de este organismo estatal que, según las propias y adecuadas palabras de Granko, ha hecho «cualquier cantidad de trabajos con el Sebin (Servicio Bolivariano de Inteligencia) y la policía».

Pero, habría que decirle al jefe de la DAE en la primera clase que si se probara el segundo término -la tortura en todas sus variantes- no tendría por qué preocuparse de la tal estigmatización, no habría injuria alguna, ni deshonra al honor de la DGCIM, ni se le mancillaría. Y una vez eliminada la fulana estigmatización, el curso se daría por concluido.

Porque está claro que el objetivo del curso y las intenciones del mayor general Iván Hernández Dala, jefe supremo de la DGCIM, en conexión directa con el Palacio de Miraflores, y del teniente coronel y oficial de comando Alexander Granko no es acabar con la tortura. Se quedarían sin trabajo.

Ahora bien, si ellos aceptan esa chamba bien remunerada y apertrechada, que entre otros asuntos menores, incluye: golpes con bates y objetos punzantes, descargas eléctricas, asfixia, cortes y mutilaciones, uso de la técnica «señorita» para levantar cuerpos, deformar cuerpos y sumergir cuerpos en tanques de agua; tendrán que aceptar también que eso genera «mala prensa». La recompensa es que lo hacen «por la patria». ¿No es suficiente eso para «honrar» su compromiso revolucionario?

Hay que admitir que la DGCIM escoge con acierto el momento de hacer sus cursos al aire libre -hay otros más abajo, en los sótanos, dicen los estigmatizadores, más intensivos, que operan día y noche-. La ola represiva preanunciada por Maduro el 15 de enero está en pleno desarrollo y atarea al señor fiscal, se impone un curso pensó Granko. Se expulsó la Misión de la ONU que, pacientemente, ha documentado el trabajo de Granko y otros tantos como él, es la hora de enseñar la verdad “de que somos”.

El país, lastimosamente, conoce y padece esa verdad. Cerca de nueve mil (9.000) testimonios fueron remitidos a la Corte Penal Internacional. El nombre de Granko debe salir “cualquier cantidad” de veces repetido. Estigmatización es de lo menos que se tiene que preocupar.


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