Escritor británico Gilbert Chesterton

Benavente y las aristócratas

Estaba el Nobel español Jacinto Benavente en la cima de su carrera literaria cuando fue requerido por un nutrido grupo de damas de la sociedad madrileña para que dictara una conferencia en el Liceo Club de Madrid. Benavente ya las había evadido con toda suerte de excusas hasta que un día lo esquinaron.

—Pero, don Jacinto —le increpó la más notable de las señoras—, si usted lo único que debe hacer es ir y hablar de lo que sea. De todos es sabido que usted necesita de nada para encandilarnos con su vasta cultura.

El dramaturgo, desesperado, extendió los brazos en un gesto de vergüenza y, echando mano de un dicho popular, dijo con tono sincero:

—Señoras, señoras, ¡yo no puedo ir allí a hablar a tontas y locas! —con lo cual las distinguidas damas se retiraron raudas y sin mediar palabra.

Don Jacinto, extrañado, se hizo averiguar la razón de tan intempestiva salida, y le correspondió a un amigo en común hacerle saber que las aristócratas damas se habían sentido ofendidas al ser llamadas «tontas y locas».

La memoria del Príncipe de las Paradojas

El escritor británico Gilbert Chesterton fue famoso por sus afiladas paradojas y por su memoria no menos sorprendente. El Príncipe de las Paradojas —como se le ha dado en llamar— no era precisamente memorioso para ciertos asuntos personales, y debía a su esposa, Frances Blogg, el no haber sido más desastroso en ese particular; su fiel compañera le preparaba la agenda de cada día, de manera tal que el literato pudiera cumplir pulcramente sus compromisos y quehaceres.

Un día tomó el tren de su residencia en Birmingham a Londres, y cuando llegó, se percató de que había dejado olvidada la agenda; rápidamente fue a la oficina postal y envió un telegrama urgente a Frances diciendo: «Estoy en Londres y no recuerdo qué me trajo aquí -STOP- ¿Qué hago en la ciudad y a dónde debo ir? -STOP-»; al cabo de un rato, recibió respuesta de su esposa: «Gilbert, resides en Birmingham -STOP- Saliste a comprar tabaco -STOP- Haz el favor de volver de inmediato a casa -STOP-».

Dos Passos, un zapato

Según se cuenta, el escritor luso-estadounidense John Dos Passos gustaba de recitar a altas horas de la noche sus poemas predilectos; en una ocasión en la que declamaba a Walt Whitman, algún vecino se enfadó por el ruido que hacía y, mandándole a callar, lanzó un zapato contra su ventana haciendo un destrozo formidable; Dos Passos, ni corto ni perezoso, se asomó y le replicó:

—No dejaré de declamar en voz alta hasta que me lance el otro zapato. ¡Son de mi talla!

Scott contempla unos corderos

Un día paseaba el escritor británico Walter Scott acompañado de su esposa cuando vieron a la distancia un rebaño de corderos; Scott, inspirado por la bucólica estampa, comentó a su mujer:

—¿No me dirás que es hermoso poder contemplar estos animales, símbolo de la paz y la inocencia?

Sorprendida, su compañera lo miró y le espetó:

—¡No digas idioteces, Walter! Hasta donde yo sé, a ti los corderos solo te interesan asados.

Freud salvado por el progreso

El 10 de mayo de 1933, en la Plaza de la Ópera (Berlín), los nazis organizaron una gran quema de libros; entre los desafortunados volúmenes, estuvieron varios del padre del psicoanálisis, Sigmund Freud. Cuando este se enteró del desaguisado, dijo:

—A eso yo le llamo progreso. De haber ocurrido durante la Edad Media, en vez de los libros me hubieran quemado a mí.

El ojo morado de García Márquez

Las gamberradas literarias han sido propias de todos los tiempos, lugares y clases sociales. Nunca han faltado las refriegas y pugilatos cuando de honrar las posturas se trata. Una de tantas la protagonizaron dos eximios nobeles: don Mario Vargas Llosa y don Gabriel García Márquez.

El 12 de febrero de 1976, ambos escritores se encontraron en Ciudad de México; el autor de Cien años de soledad creyó entender que el escritor peruano abría los brazos para dispensarle un caluroso abrazo; tal parece que el novelista cataquero no había visto en su vida cuadrar la catapulta de un puñetazo, y rodó por tierra tan herido en su orgullo como en el rostro.

El asunto fue serio, y al cabo de dos días García Márquez se hizo tomar una fotografía con el fin de que hubiera registro gráfico del agravio.

Desnudo vino el forastero

En 1969, un periodista del diario Newsday de Nueva York, llamado Mike McGrady, decidió asestarles un duro golpe a los lectores fáciles demostrando que eran capaces de comprar masivamente cualquier obra literaria de mala factura; así pues, convocó a veinticinco colegas con un encargo: escribir una pésima novela erótica; trataría sobre la vida sexual —explícitamente— de Gillian Blake, una vengativa esposa cornuda. McGrady se aseguró de deprimir la calidad del libro eliminando algunos capítulos bien escritos y prohibiendo a sus cómplices hablar entre sí de la trama. Al final fue publicada con el título Naked Came the Stranger (Desnudo vino el forastero) y bajo el seudónimo Penelope Asher; vendió 40.000 copias y fue un best seller durante trece semanas consecutivas. ¿McGrady tuvo razón?


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