A estas alturas de la muy precaria situación interna de nuestro país, cuando la procura de alimentación o la oportunidad de una vacuna se convierten en la primera prioridad de gran parte de nuestros compatriotas, es entendible que la mayor parte de ellos no tenga ni el tiempo ni el interés para enterarse de los temas de política exterior. Será por eso que un importante acontecimiento internacional como pudiera ser la XXVII Conferencia Iberoamericana haya transcurrido esta semana sin mayor pena ni gloria en los medios. En otros tiempos eventos como este ocupaban durante días los titulares de la prensa y la televisión. La contundente verdad es que “hambre mata reunión diplomática”, a menos que se produzca algún acontecimiento insólito como en su momento fue el “por qué no te callas” espepitado  en Santiago de Chile en 2007 por el rey Juan Carlos al locuaz personaje tropical que entonces era dueño de la inagotable chequera venezolana.

Repasemos el tema: en esta semana se llevó a cabo –vía telemática– un encuentro organizado y coordinado por el gobierno del Principado de Andorra (minipaís independiente situado en medio de los Pirineos entre España y Francia). Se trató de la XXVII Conferencia Iberoamericana que, como su nombre lo indica, reúne cada dos años (antes era anualmente) a todos los Estados de América Latina con España y Portugal. Tal reunión solía ser importante, ya no lo es tanto. En la actualidad el desprestigio de la clase política, la pandemia, y la posibilidad de presentarse por vía telemática han venido atentando contra la necesidad y la efectividad de tales encuentros. Es por eso que apenas dos Jefes de Estado latinoamericanos acudieron en persona (Guatemala y República Dominicana),  además del rey Felipe VI con su presidente de gobierno (Sánchez) y sus homólogos portugueses, Rebelo y Costa.

Tal como suele ocurrir en estos eventos, se fija con anterioridad un tema central en cuyo entorno se preparan los documentos y declaraciones formales del caso. En esta oportunidad esos temas fueron la “Innovación para el desarrollo sustentable” y  posteriormente –por obvias razones– se agregó el asunto de la pandemia del coronavirus. Lo habitual es que los temas centrales se negocian   con tiempo entre diplomáticos mientras los “pesos pesados” abordan los asuntos de mayor relevancia del momento y aprovechan la presencia de la prensa y televisión internacional para empujar los temas de su particular interés político o sus propias agendas a nivel interno muchas veces.

Muchos se preguntan cómo fue que el señor Maduro –a quien la mitad de los asistentes no reconocen como jefe de Estado de Venezuela– hubiese sido invitado y muchos más cuestionan cómo es que dicho señor hubiese confirmado su asistencia y participación siendo que las credenciales democráticas que exhibe son altamente deficientes y muy cuestionadas, igual que las de Cuba y Nicaragua. Tal  fue el malestar que ello causó que a último momento el usurpador prefirió que el mal rato lo afronte la inefable Delcy, para quien el escándalo político, la confrontación y el total desapego a la verdad son modos de vida consustanciales con su personalidad curtida en viejos resentimientos.

Lo cierto del caso es que la presencia de los que dicen representar a Venezuela –a quien le correspondió el último turno de participación por orden alfabético– tuvo que  soportar varios reclamos formulados frente a la contradicción con los valores esenciales de esta reunión: democracia, pluralismo, libertades públicas, etc. frente a las prácticas autoritarias, excluyentes y coartadoras de las libertades que caracterizan al régimen que usurpa la sede de Miraflores.

Jefes de Estado como Lenin Moreno de Ecuador, Lacalle  Pou de Uruguay, Piñera de Chile y Duque de Colombia no recurrieron a las sutilezas del lenguaje diplomático para denunciar lo que es condenable y harto evidente. Tampoco la señorita Delcy ahorró alusiones y recriminaciones a todo aquello que no fueran los postulados y los logros del “socialismo del siglo XXI”. Cierto es también que muchos otros que pudieron haber dicho algo prefirieron pasar agachados, mientras unos pocos mochos procuraban dónde rascarse.

Así transcurrió una reunión que de lo contrario no hubiera pasado de ser un divertimento por Zoom. Lo malo es que mientras estas cosas sigan ocurriendo, el interés y la confianza de los pueblos en su clase política y en los valores fundamentales que pueden y deben inspirar una política internacional –al menos mínimamente– conectada con los legítimos y postergados intereses de los pueblos seguirán en baja. Como prueba este columnista le pregunta al lector sabatino: ¿usted vio, leyó o siguió alguna de las intervenciones de quien habló en su nombre o en el nombre de algún otro país latinoamericano? Si su respuesta es no, usted coincidirá con quien esto escribe.

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Ante la insólita sentencia recientemente pronunciada por un autodenominado Tribunal Supremo de Justicia con el objeto de silenciar a este periódico que con valentía da cobijo a la diversidad de opinión, expresamos nuestro rechazo a la misma y la solidaridad con su director y personal que día a día batallan en pro de la libertad de expresión. Nos permitimos citar aquí un dato proporcionado por nuestro colega y buen amigo Omar Estacio, quien anota que de acuerdo con jurisprudencia de ese mismo Tribunal la vida de un niño se valora  en 16.216 dólares, la de un obrero en 9.000 dólares y la reputación del señor Diosdado Cabello en nada menos que ¡13 millones de dólares!

“Así son las cosas” hubiera dicho el muy recordado Oscar Yanes.

 

 


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