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Cuando el presidente Bill Clinton convocó la primera edición de la Cumbre de las Américas en 1994, celebrada en Miami, se generaron razonables esperanzas en el sentido de que se podrían abrir nuevos caminos destinados al mejoramiento de la convivencia hemisférica con énfasis en el fortalecimiento de la democracia y la noción de que un área de libre comercio continental sería beneficiosa para el desarrollo de los países  y, consecuentemente, para los pueblos.

Las ocho cumbres subsiguientes, especialmente la de Mar del Plata de 2005, fueron demostrando que los participantes estaban menos interesados en el libre comercio o el desarrollo que en convertir aquellos magnos eventos en escenarios para acciones y reacciones destempladas destinadas a minimizar el tema central de las reuniones desviándolas hacia la cobertura de lo insólito como cuando en 2009 el “difunto”, rompiendo toda regla de seguridad y protocolo, se acercó intempestivamente a Obama para regalarle un ejemplar del libro Las venas abiertas de América Latina, o cuando Maduro -sin aviso- en la reunión de Panamá de 2015  cedió la silla de Venezuela a un independentista de Puerto Rico  o cuando se generó el célebre “¿por qué no te callas?” soltado por el rey Juan Carlos en la Cumbre Iberoamericana celebrada en Santiago de Chile en 2007.

En definitiva, puede concluirse que casi todos los concurrentes van a esos eventos, que se transmiten por la televisión internacional, para dirigir discursos destinados a sus audiencias internas y no al tema central de la reunión. En esta oportunidad, con ocasión de la IX Cumbre  que se celebrará dentro de dos semanas en Los Ángeles, el tema central que domina la agenda es quiénes serán los invitados y quiénes los excluidos por el anfitrión, lo cual genera una polémica que opaca totalmente el tema central de la convocatoria, que es el seguimiento de las decisiones o recomendaciones de las reuniones anteriores y la adopción de otras nuevas.

Cabe preguntarse también por qué ha de ser el gobierno de Mr. Biden el que haga la lista de invitados  que es hoy el centro de la polémica, cuando lo cierto es que Estados Unidos en esta ocasión solo es el anfitrión por segunda vez, siendo que la reunión -que es la novena- se organiza por una oficina ad hoc de la OEA que precisamente se llama Cumbre Latinoamericana, que además actúa como organismo técnico y logístico. En todo caso, siempre existe la razonable duda acerca del real interés de Estados Unidos en su relación con América Latina. Muchas veces la han reivindicado y otras tantas la han olvidado. Trump no se dignó a asistir a la VIII Reunión de Lima en 2018.

En definitiva un encuentro cuyo objetivo central es la promoción de la concordia y coordinación continental se ha convertido en una bolsa de gatos en la que varios de los gatos buscan sacar ventajas según anotaremos a continuación.

Venezuela: no invitaron a Maduro pero hasta hoy no han dicho si invitan a Guaidó que -para bien o para mal- es el presidente que Estados Unidos reconoce.

Cuba, Nicaragua y otros han sido excluidos porque no son democracias. Es cierto pero son miembros de la comunidad continental.

México: AMLO, en su más puro y retorcido estilo, anuncia que no va a concurrir porque no se invitan a los “chicos malos”. Una semana antes visita Cuba, recibe la máxima condecoración y se cuadra con los excluidos.

Brasil: luego de suficiente guabineo el controversial presidente Bolsonaro confirmó su participación lo cual, naturalmente, agrega peso al evento.

Argentina: Alberto Fernández se solidariza con los “chicos malos” al tiempo en que está inmerso en una lucha de poder con Cristina Kirchner, quien se ha tornado en su adversaria política cuando es también su vicepresidenta habiendo sido su compañera de fórmula en las elecciones de 2019.

Caricom: su mayor y casi único recurso es su maestría en el arte del chantaje. Consiguen que Venezuela (hoy pobre de solemnidad) les perdone las millonarias deudas generadas por la cuentas impagas de Petrocaribe y en contraprestación evidente se cuadran con Maduro para sabotear la reunión. Naturalmente, ello no les impide haber tenido y seguir teniendo la posición unánime de apoyar a Guyana en la disputa del Esequibo.

Honduras: quien gobierna -legal y legítimamente- es Xiomara Castro, militante del chavismo y cónyuge del expresidente Mel Zelaya, que seguramente albergará resentimientos con Estados Unidos.

Guatemala: su presidente Giammattei tiene algunas cuestas pendientes con Estados Unidos en temas de corrupción, por lo cual prefiere dejar pasar la base por bola.

Bolivia: naturalmente se asocia con los militantes del castrochavismo continental.

Cuba: a lo mejor fuera bueno invitarla para que participe, en lugar de que se robe el show produciendo una crisis. A las otras reuniones sí concurrió.

En este escenario podemos adelantar nuestra opinión en el sentido de que la IX Cumbre -si se realiza- será intrascendente y más bien revelará las crecientes tensiones que ya emergen en el continente aun antes de las elecciones de Colombia y Brasil, donde las encuestas no parecen ser favorables para la democracia liberal (aunque este articulista reconoce que Lula durante su mandato fue estrictamente democrático).

Lo lamentable es que Estados Unidos, cuyo único rol era prestar la casa para un evento en el que no tiene derecho de veto, hubiera manejado con tan poco criterio la circunstancia.

@apsalgueiro1


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