Para poder entender el desastre ocurrido en la ciudad de Los Ángeles con la IX Cumbre de Las Américas, donde quedó en forma evidente el divorcio ideológico y mental entre las sociedades, elites políticas y gobiernos de América Latina y el Caribe, frente al gobierno de Estados Unidos, es necesario conocer los antecedentes históricos y políticos de un desencuentro, que tiene casi 200 años, desde la misma aparición de las repúblicas independientes en el siglo XIX.

El hecho indudable de que la independencia de Estados Unidos despertó la chispa de la independencia en el mundo hispanoamericano y sus elites “criollas” asumieran seguir ese ejemplo, entendiendo que Inglaterra era muchísimo más poderosa que España y perdió frente a sus colonias rebeldes, más tuvo el hecho histórico innegable de que historiadores y políticos de la época jamás perdonaron la falta de participación activa de estadounidenses a favor de la independencia, excepto en las expediciones de Francisco de Miranda, en este sentido expresa Norbert Rehrmann, catedrático de la Universidad Técnica de Dresde, lo siguiente:

“Muy pocas personalidades latinoamericanas habían visitado hasta entonces Estados Unidos. Francisco de Miranda fue uno de los visitantes más conocidos y escribió un «Diario», con conceptos extraordinariamente positivos hacia Estados Unidos. Miranda, el precursor del movimiento independentista venezolano, se manifestó realmente entusiasmado con Estados Unidos…  Miranda tuvo la esperanza de que Estados Unidos prestara también apoyo militar. Simón Bolívar, que al regreso de su segundo viaje a Europa, en 1807, estuvo un par de semanas en Estados Unidos, también había tenido esa esperanza, pero ese apoyo práctico, militar, no tuvo lugar. Por el contrario, existe un largo intercambio epistolar de Bolívar con el encargado de Estados Unidos para América del Sur, Baptist Irvine, en el que Bolívar se queja amargamente de que Estados Unidos no sólo no ayudaba, sino que había puesto incluso algunos barcos y armas a disposición de los realistas. Es decir, el apoyo militar que los criollos habían esperado poder obtener de Estados Unidos no se produjo”.

Esta conducta contrastó, en demasía, con el aporte británico durante las guerras de independencia en América del Sur, de lo cual podemos ejemplificar en el caso de Venezuela lo siguiente:

“De acuerdo con las cifras planteadas por el coronel Guillermo Plazas Olarte, llegaron en seis expediciones, de 1817 a 1819, un total de 5.808 soldados extranjeros a nuestros territorios. El coronel Manrique, jefe de Estado Mayor, después de la batalla del Pantano de Vargas, comunicaba a Bolívar: ‘Todos los cuerpos del ejército se han distinguido, pero merecen una mención particular…, las Compañías Británicas a las que su Excelencia el Presidente de la República, sin embargo de ser la primera vez que combaten bajo nuestras banderas, les ha concedido la Estrella de los Libertadores en premio de su constancia y de su valor’. También lo hicieron en la dura batalla de Carabobo, de la cual el mismo Páez afirmó: ‘Estos valientes, dignos compatriotas de los que pocos años antes se habían batido con tanta serenidad en Waterloo, estuvieron, sin cejar un punto, sufriendo las descargas enemigas hasta formarse la línea de batalla». (1)

Este resentimiento histórico y político, fue abonado con las ideas del antiamericanismo, que ya vienen de la época de Federico II de Prusia, cuyo consejero Cornelius Franciscus de Pauw, inició la idea de unas diferencias insalvables entre ambos continentes, siendo apoyado por otros pensadores y escritores europeos como Charles Dickens, en este sentido, se señala lo siguiente:

“Simón Schama observó en 2003: ‘A fines del siglo XIX, el estereotipo del estadounidense feo (voraz, sermoneador, mercenario y rimbombantemente chovinista) estaba firmemente arraigado en Europa’. O’Connor sugiere que tales prejuicios estaban enraizados en una imagen idealizada del refinamiento europeo y que la noción de alta cultura europea enfrentada a la vulgaridad estadounidense no ha desaparecido.” (2)

A toda esta historia, que halla eco en la literatura y el pensamiento latinoamericano, con la aparición de la obra de José Enrique Rodó titulada «Ariel» un ensayo de enorme influencia en América Latina, donde se destaca  la idea de un “idealismo democrático” que está en las antípoda del utilitarismo material que distingue la conducta política y cultural estadounidense, siendo esta idea referida también por los escritos de José Martí y Rubén Darío.

En este apartado, es necesario señalar también según el historiador Marcos Cantera Carlomagno, que fue el escritor franco-argentino Paul Groussac fue quien inició el antiamericanismo en América Latina. Véase «Groussac y el nacimiento de la Leyenda Negra», Semanario Búsqueda, Marcos Cantera Carlomagno, 21 de febrero de 2013; «Negros insolentes y blancos inferiores», Semanario Búsqueda, Marcos Cantera Carlomagno, 28 de febrero de 2013; Nouel V., Emilio (23 de junio de 2005). «De antiamericanismo y otras imbecilidades» en analitica.com.

Otros como el periodista venezolano consideran que los políticos latinoamericanos, tienen a los Estados Unidos, como la excusa perfecta para justificar todos los  males, tropelías y actos de corrupción, cometidos por los mismos, culpando a un enemigo externo. En este sentido expreso:

“Para los latinoamericanos constituye un escándalo insoportable que un puñado de anglosajones, llegados al hemisferio mucho después que los españoles y en un clima tan crudo que poco faltó para que ninguno de ellos sobreviviese a los primeros inviernos, hayan llegado a ser la primera potencia del mundo. Sería necesario un impensable autoanálisis colectivo para que los latinoamericanos pudiesen mirar de frente las causas de ese contraste. Por eso, aun sabiendo que es falso, todos los dirigentes políticos, todos los intelectuales latinoamericanos están obligados a decir que todos nuestros males encuentran explicación en el imperialismo estadounidense”.

A todo este pensamiento político-cultural, se da la situación de  ocurrencia de lamentables hechos  históricos, donde se destacan las intervenciones realizadas por ciudadanos estadounidenses como William Walker, quien se apoderó de la presidencia de Nicaragua y causó una verdadera guerra de independencia centroamericana contra su persona, donde se recuerda aun la quema de la ciudad de Granada, donde el responsable directo, expreso lo siguiente:

“Nuestro jefe, el excelentísimo señor presidente Mr. William Walker, nos ha confiado el encargo de destruir esta ciudad, centro principal de nuestros enemigos. Ella, por sus muchos delitos para con nosotros, ha perdido el derecho de existir, y debe ser arrasada hasta sus cimientos. Id a hacerlo saber a sus moradores para que la desocupen este mismo día, permitiéndoles sacar únicamente lo que puedan llevar en sus manos. Todo lo demás es vuestro. A los que no quisieran obedecer buenamente esta orden, los haréis salir a la fuerza”. (3)

Ante tal situación, es evidente que no era posible tener una imagen positiva de la política estadounidense en América Latina, lo que se ha agravado después con las intervenciones militares y políticas, que después de beneficiar a corto plazo, a empresas estadounidenses, como en la época de Teodoro Roosevelt, política mantenida posteriormente durante la Guerra Fría, apoyando a todo gobierno que fuera anticomunista, sin importar los déspota, sanguinario y brutal que fuera el mismo, terminó a la larga generando el rencor y el odio de las clases políticas latinoamericanas que sucedieron a dichas dictaduras.

Dentro de dichas intervenciones se pueden listar:

1831: Argentina, 1846-1848: México, 1852-1853: Argentina,  1853: Nicaragua,  1854: Nicaragua,  1855: Uruguay,  1856: Nueva Granada,  1858: Uruguay,  1859: Paraguay.  1868: Uruguay,  1891: Chile,  1894: Nicaragua,  1898-1902: Cuba, Puerto Rico y Pacífico,  1914: México,  1915: Haití,  1916: República Dominicana,  1917: México,  1926: Nicaragua,  1954: Guatemala,  1955: Argentina,  1961: Cuba,  1964: Panamá,  1965: República Dominicana,  1967-1969: Guatemala,  1976-1983: Argentina,  1983: Granada,  1989: Panamá,  2004: Haití.

En este apartado, es necesario hacer un asterisco (*), con la figura del presidente Jimmy Carter, quien se atrevió a desafiar al Partido Republicano y tomo medidas como devolver el Canal de Panamá en 1977 (Ronald Reagan, su sucesor, pensaba que esta zona era propiedad estadounidense permanente, como la Bahía de Guantánamo, en Cuba ) y después abandonó a la familia Somoza, que gobernaba Nicaragua como su hacienda particular, a pesar de que su presidente Anastasio Somoza era graduado en la academia militar de West Point, donde se forman los oficiales del ejercito estadounidense.

En medio de estas difíciles relaciones, se inserta la idea del Panamericanismo, de donde derivan instituciones como la OEA, los Juegos Panamericanos o la Cumbre de Las Américas, sufriendo todos del mismo mal, de tratar las mismas de un modo secundario, sin medir las consecuencias a largo plazo de tales políticas.

También, es necesario hacer otro asterisco (*), con la figura del presidente John F. Kennedy, quien manifestó: Aaquellos que hacen de las revoluciones pacíficas un imposible hacen que las revoluciones violentas sean inevitables», formulando la Alianza para el Progreso, que perseguía los siguientes objetivos:

Objetivo general: Mejorar la vida de todos los habitantes del continente.

Objetivos específicos: un incremento anual de 2,5 % en el ingreso del capital; el establecimiento de gobiernos democráticos; eliminación del analfabetismo de adultos para 1970; la estabilidad de precios, eliminación de la inflación o deflación; más equitativa distribución del ingreso, reforma agraria; planificación económica y social.

En este punto, es necesario recordar el inmenso apoyo que tuvo por parte del presidente de Venezuela Rómulo Betancourt, quien lo recibió en Venezuela en diciembre de 1961, recordándose este hecho histórico en La Morita, Estado Aragua  y la Urbanización Kennedy en Caracas.

La idea de crear una zona de Libre Comercio desde Alaska hasta la Patagonia o ALCA, durante la Administración de William Jefferson Clinton, se articuló en Miami durante la I Cumbre de las Américas de 1994, que abarcaba a todos los países del continente americano, con excepción de Cuba. El ALCA debía comenzar a funcionar a partir de la IV Cumbre de las Américas, realizada en Mar del Plata, Argentina en 2005, donde se estrelló con el rechazo de los principales presidentes de América Latina, como había ocurrido un siglo antes, haciéndose la siguiente referencia histórica: se trató de un viejo proyecto de Estados Unidos sobre el resto del continente, cuya primera manifestación data del proyecto de Unión Aduanera propuesta por Estados Unidos en 1885, y que estuvo muy cerca de concretarse entre 1889 y 1890, pero que fracasó por la oposición del gobierno argentino, presidido entonces por Miguel Juárez Celman, al que se sumó la posición del gobierno de Chile. El delegado argentino a la Conferencia Panamericana, Roque Sáenz Peña, declaraba «tratar de asegurar el comercio libre entre mercados carentes de intercambio sería un lujo utópico y un ejemplo de esterilidad». El cubano José Martí ya había advertido que «tendría que declararse por segunda vez la independencia de la América Latina, esta vez para salvarla de los Estados Unidos». (4)

A partir de este momento, las asimetrías de todo tipo sean culturales, económicas, tecnológicas, militares y políticas, no han dejado de aumentar y las diferencias entre el liderazgo político de los países latinoamericano y los partidos políticos estadounidenses, no ha dejado de aumentar, por el fenómeno de la inmigración ilegal, el apoyo de muchos gobiernos a las políticas de la Federación Rusa y la República popular China, entre otros factores.

La creación de una política exterior estadounidense constructiva y  aceptable para Latinoamérica y el Caribe, en opinión del autor del presente artículo, debe partir de 3 premisas básicas: económicas: es necesario que se implante una especie de Plan Marshall en nuestra región con rigurosas herramientas de auditoria internacional, para garantizar que decenas de miles de millones de dólares estadounidenses, no sean desperdiciados o robados como ocurriese en Irak, en montos  aproximados de 50.000 millones a 125.000 millones de dólares estadounidenses. (informe de la Inspección General Especial de Estados Unidos para la Reconstrucción de Irak); sociales y culturales: es imperativo la reconstrucción educativa de nuestros países, como predica incansablemente el periodista y escritor Andrés Oppenheimer, pues sin ello, es imposible crear riquezas basadas en producción tecnológica y no en materias primas. También es la predica constante, del político venezolano Antonio Ecarri, que hasta creó un partido político denominado Alianza del Lápiz. Es absurdo que exista una universidad Americana de Beirut, reconocida sus titulaciones por estado de Nueva York, lo cual se repite en otros países, mientras que el MIT la mayor universidad tecnológica del mundo, la cual es dirigida por un ingeniero de la Universidad de Carabobo (L. Rafael Reif), no puede crear sedes o extensiones en Venezuela, ni en ningún otro lugar de la región, porque sale el ministro del sector a condenar el injerencismo extranjero.

Político- históricas: es menester, que un gobierno estadounidense, tenga el valor de reconocer todos los desmanes cometidos por ciudadanos o empresas estadounidenses en el pasado y solicite disculpas históricas por ello, creando fondos de compensación, que generen la sensación de querer reparar daños causados, tales como los derrames petroleros en la selva Amazónica en Ecuador, crear monumentos conmemorativos a víctimas civiles, directas o indirectas de los gobiernos apoyados durante la Guerra Fría (tal como ocurriese durante el gobierno de Berlusconi en Italia con Libia, antigua colonia italiana) y plantear la creación de mecanismos de integración como un Parlamento Panamericano, que no tenga los defectos u obstáculos de los parlamento latinoamericano, andino, amazónico, etc., en materia de representación y presupuestos.

En conclusión, es imposible pensar en una Cumbre de las Américas productiva, mientras no se superen los obstáculos planteados que lastan las relaciones de los países latinoamericanos y caribeños con Estados Unidos.

(1)Guillermo Plazas Olarte. “La Legión Británica en la independencia de Colombia”. En Revista de las Fuerzas Armadas, vol. 1, No. 2, Bogotá, (jun. /jul. 1960), pp. 287-297.

(2) O’Connor, Brendan (July 2004). «A Brief History of Anti-Americanism from Cultural Criticism to Terrorism» (PDF). Australasian Journal of American Studies. The University of Sydney. 23 (1): 77–92. JSTOR 41053968. Archived from the original (PDF) on 21 May 2013.

(3) Palma Martínez, Ildelfonso (1956). La guerra nacional, sus antecedentes y subsecuentes tentativas de invasión; síntesis de los sucesos principales. (Centenario edición). Managua. OCLC 7430865. Consultado el 30 de noviembre de 2021.

(4) Eterno problema en las cumbres americanas, Diario Tiempo Argentino, 14 de abril de 2012, reproducido por Tres Líneas el 15 de abril.


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