El engaño se manifiesta cuando hay falta de verdad en lo que se dice, hace, cree, piensa o discurre. En definitiva, con ello se induce a otro a tener por cierto lo que en realidad no es así. La cultura y práctica del engaño a lo largo de la gestión revolucionaria, que se inició con la elección de Hugo Chávez y se mantiene hasta hoy, es el ejemplo de lo que no ha debido ser.

Lo anterior explica en gran parte que apenas concluidas las negociaciones que se llevaron a cabo en México, entre el gobierno revolucionario y el sector opositor de Venezuela, el segundo de los antes nombrados publique un comunicado en el que se denuncia que el régimen de Maduro “busca zafarse de los acuerdos”, y exige fijar una fecha en este mes de diciembre para continuar con el diálogo. En realidad, nos encontramos ante un comportamiento que toca lo infantil y no es nuevo para los practicantes. El acuerdo de México debería ser en verdad el inicio de un proceso de mayor significación, esto es, tomar decisiones sobre temas políticos y de libertad, que son el anhelo principal de la mayoría de los venezolanos.

Los bufidos revolucionarios ponen entonces de manifiesto que la tiranía y la cultura del engaño ha sido lo que realmente se ha implantado en nuestro país con los gobiernos de la revolución bonita. Al margen queda que los venezolanos hayan votado mayoritariamente por Hugo Rafael y, en la primera elección realizada tras la muerte de Chávez, hayan elegido al actual conductor de Miraflores; el proceder de ambos, contrario a la justicia, la razón y las leyes, dictado solo por la voluntad o el capricho, fue el estandarte que el primero usó en vida y que el segundo sigue utilizando, sin turbación alguna.

Ni Chávez ni Maduro han sido rigurosos administradores de la hacienda pública; para ambos lo que ha contado es el manejo político de los fondos públicos. Pese a los elevados recursos que tuvo el Estado venezolano en los tiempos de las vacas gordas, ninguno de los dos fue precavido en aquello de ahorrar para los tiempos de las vacas flacas. De una u otra manera, hoy todos pagamos por tanta desidia.

Las falencias de la revolución bonita están claramente retratadas en el juicio que hoy se le sigue en Estados Unidos a Claudia Patricia Díaz Guillén, la renombrada enfermera de Hugo Rafael, así como al esposo de dicha dama, Adrián José Velásquez Figueroa, quien llegó a desempeñarse como jefe de seguridad de Hugo Rafael. La intervención que también ha tenido el renombrado tuerto Andrade en dicho proceso, pone de manifiesto la verdadera naturaleza de la revolución bonita. Los tres personajes fueron cercanos a Chávez y llegaron a ocupar posiciones de alto nivel. Por arte de magia que realmente no lo es, todos ellos pasaron a tener cuentas millonarias en dólares, pero hoy, con la soga al cuello, están de regreso al tipo de vida que les corresponde, con el añadido del encarcelamiento por un período de tiempo, en los casos de Díaz y Velásquez.

Que no sorprenda entonces el tipo de conducta que también se da en el actual gobierno del conductor de Miraflores. La reciente condena a la exgobernadora y férrea activista de Acción Democrática, Laidy Gómez, quien deberá pagar la espantable suma de 12 millones de dólares (no de bolívares que es nuestra moneda de curso legal), pone de manifiesto los excesos que se llevan a cabo en la gestión del actual gobierno revolucionario. El tribunal que llevó el caso tomó la revolucionaria decisión de privar a la demandada de su vivienda principal.

En un mensaje que hizo llegar a sus seguidores, el pasado 6 de diciembre, la aguerrida activista señaló: “Mi vocación de lucha política y social están intactas, solo que estoy priorizando un deber sagrado y natural de toda madre: atención a la salud de mi pequeña hija”.

No tenemos nada más que decir.

@EddyReyesT


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