Yanis Pikieris. Ballet Internacional de Caracas. 1979

El salto en la danza responde a una motivación humana irrefrenable: la de separarse de un ámbito concreto para alcanzar una dimensión elevada distinta. El bailarín se suspende, retando una ley natural, en la búsqueda de evasión de una realidad limitante, hasta arribar a un universo evasivo. En su inevitable regreso, recobra su condición pesada y contrasta su idealizada hazaña con las evidencias de su corporalidad orgánica.

El danzante toma impulso, se eleva en un espacio y un tiempo imaginados. Su alarde corona su esfuerzo físico y recompensa su inquietud espiritual. Una vez más el virtuosismo, bien sea técnico o también emocional, ideal perseguido y factor desencadenante en la danza escénica, cumple su cometido de brindar regocijo estético tanto  a su ejecutante como a quien observa.

A lo largo de la historia de la danza artística, el intérprete al ascender ha buscado amplias libertades expresivas. Las danzas históricas a tierra pronto incorporaron pequeños saltos interesadas en hacer cada vez más complejo el movimiento. En su evolución, se incorporaron elevaciones que fueron adquiriendo mayores dificultades al sumarse a ellas giros simples y complejos, así como minuciosas combinaciones de pasos.

Los saltos en la danza clásica responden a un código corporal esteticista imbuido dentro del gesto cortesano que la inspiró. El despliegue físico que produce asombro es su razón de ser. El proverbial salto de Vaslav Nijinsky junto a su razón enajenada lo convirtió en mito. En El espectro de la rosa, su cuerpo volaba, mientras tocaba suelo su espíritu atormentado.

Voltaje. Danzahoy. 1986

En la modernidad y contemporaneidad de la danza, los saltos llevan consigo una expresión distinta. Significan siempre un énfasis, en cada caso dramático, catártico o lúdico. Son ascensos en los que resulta más trascendente el origen y la ideología del impulso que su mera resolución formal, regresando siempre sin resistencias al lugar originario. El desgarrado salto de las mujeres sobre los cuerpos masculinos en La consagración de la primavera, de Pina Bausch, denotan arrebato y dolor desmedido, haciendo parte de una personal poética de la violencia de visos expresionistas.

Miguel Gracia, como indispensable fotógrafo, no dejó de sorprenderse con los cuerpos aéreos. Su ojo sensible capturó cientos de imágenes de bailarines en vilo. Son saltos ancestrales, académicos, transgresores, plásticos o convulsos, convertidos en imágenes detenidas. Una visión de conjunto de ellas permitió la exposición El vuelo de la danza presentada hace 25 años en el Teatro Teresa Carreño, que  alcanzó notable repercusión nacional e internacional.

En esta muestra, los saltos efímeros de bailarines de todo estilo, género y tendencia quedaron plasmados por el rigor y la sensibilidad del Gracia creador. Algunos sorprendían por su perfección, mientras que otros daban cuenta de cuerpos en esforzados o naturales procesos de elevación. Podían ser portadores de gestos ancestrales, de manifestaciones clásicas y tradicionales del movimiento o de indagaciones renovadoras y extremas del cuerpo, vistos todos desde su dimensión individual o colectiva,

La rosa de los vientos. Rajatabla Danza. 1992

Sin ser su objetivo específico, El vuelo de la danza ofreció adicionalmente una panorámica del trayecto histórico cumplido por la danza escénica venezolana, desde finales de los años sesenta hasta mediados de los noventa.

Los saltos en la danza contienen motivaciones, implican retos y asumen consecuencias. Los bailarines venezolanos han suspendido reiteradamente su cuerpo y su espíritu. Miguel Gracia con su atenta, permanente y acuciosa mirada aseguró su trascendencia.


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